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Fernando Simón: el cooperante que dio la cara contra el virus

La pedagogía y las dotes de comunicador de este zaragozano le han convertido en el hombre más conocido de la España del coronavirus.

Fernando Simón, el pasado viernes.
Fernando Simón, el pasado viernes.
EP

Puede que a estas alturas, a Fernando Simón (Zaragoza, 1963) sólo le apetezca coger su moto y acercarse a alguna montaña solitaria para hacer escalada, una de sus grandes aficiones. O simplemente se conforme con dar un paseo sin que nadie le moleste, lo que todavía parece imposible, aunque haya decaído ya el estado de alarma. "Me cuesta ir por la calle, pero la gente me muestra mucho cariño. Me siento halagado", confesó el viernes en una de esas maratonianas ruedas de prensa que han convertido a este epidemiólogo en el hombre más popular en la España del coronavirus. 

Todo el mundo sabe quién es Fernando Simón, el científico de pelo revuelto y cejas puntiaguadas que ha puesto otra vez de moda las camisetas de lino y las de manga corta. Su rostro se ha imprimido en camisetas y algunos incluso ven en su estilo pedagógico y con pequeñas concesiones a la retranca aragonesa el ejemplo de una nueva masculinidad que no necesita gritar para convencer. En las redes le piden matrimonio (difícil por ahora que dé otro 'sí, quiero': está casado y tiene tres hijos) o, por lo menos, que cuando el coronavirus acabe, siga saliendo por televisión cada día a explicar el tiempo o los resultados de LaLiga.

Todo esto ocurre entre sus muchos partidarios, que se agrupan, básicamente, entre quienes apoyan la gestión del Gobierno en la crisis sanitaria. Pero Simón tiene detractores, que le acusan de grandes crímenes, también desde la hipérbole, y le recuerdan que el Gobierno del que él ha actuado como portavoz 'in pectore' ha cometido grandes errores. Dos querellas, rechazadas por los magistrados, buscaban que fuera juzgado por homicidio imprudente y el polémico informe de la Guardia Civil que desató el 'caso Marlaska' afirmaba que había ocultado información a los investigadores. Simón, sin embargo, ha eludido las críticas y ha seguido trabajando catorce horas cada día para cumplir una misión: dirigirse a una audiencia de casi 50 millones de españoles atónitos y asustados. Desde la próxima semana ya no habrá intervenciones diaria, tan solo informará lunes y jueves.

Para los que tienen buena memoria, Simón no era un desconocido: durante la crisis del ébola, en 2014, ya ejerció como portavoz sanitario del Gobierno, entonces presidido por Mariano Rajoy. Una desastrosa intervención de la ministra Ana Mato encendió las alarmas en la Moncloa, que descubrió que la persona adecuada para informar a la sociedad y, de paso, ejercer como pararrayos, era el director del poco conocido Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias, un médico con pinta de cooperante y alejado de los formalismos de la política. No era una pose: Simón pasó ocho años en África, entre 1990 y 1998, y sus compañeros de entonces recuerdan cómo salvó decenas de vida. La paradoja es que muchos de los que con el ébola criticaron al Ejecutivo por traer desde Liberia y Sierra Leona a los dos misioneros españoles (después se contagió la sanitaria Teresa Romero y su perro, Excalibur, fue sacrificado) son los que ahora aplauden a Simón. En cualquier caso, fue un gran descubrimiento mediático.

Contagiado él mismo

Pero pronto se ha visto que la Covid no iba a ser como el ébola. Expuesto desde el primer momento, Simón ha transmitido tranquilidad, pero también ha personificado los errores del Gobierno. El 31 de enero dijo que España no iba a tener «más allá de algún caso». Que el propio Simón se contagiara de coronavirus sirve como metáfora de la gravedad de la crisis.

La falta de información sobre el virus en las primeras etapas de la pandemia puede servirle de descargo. Pero otras declaraciones han tenido menos justificación. Hace semanas reconoció que no se había pedido a la población que usara mascarilla (incluso se recomendó no utilizarla) porque no había unidades disponibles, en lugar de animar a los ciudadanos a que se las hicieran siguiendo una guía publicada por el Ministerio de Industria: mejor casera que nada. Los críticos le acusaron de tratar a los españoles como a niños.

Otro punto negro ha sido la tardanza y la falta de rigor de las cifras de fallecidos. Amparados en unos criterios de la OMS que luego no eran tales, España solo ha contado a los muertos a los que les había realizado una PCR. Como al principio de la crisis no había disponibilidad de estas pruebas, muchos decesos se han atribuido a otros motivos. Los informes del Instituto Carlos III, del INE, de los registros civiles o de las funerarias apuntan a que en España han podido fallecer más de 43.000 personas por causas vinculadas a la pandemia, mientras que Simón siempre ha sostenido que la cifra se sitúa "en torno a los 28.000", sin conceder siquiera que una parte del desfase de esos 15.000 se debiera a la pandemia. "Se han podido deber a un accidente muy grave", dijo en una ocasión. Con las evidencias sobre la mesa, este viernes, por primera vez, admitió que el virus es la causa del desfase de los datos.

Cuando le contaron que estaba a la venta toda una línea de productos con su rostro, él solo pidió a la empresa que los producía que diera una parte de los beneficios a alguna ONG. La compañía, tomándole la palabra, donará el 100%. Nadie duda de la calidad humana de un epidemiólogo que quizá nunca pensó que la pandemia más terrible a la que se iba a enfrentar no estallaría en el corazón de África, sino en España. El tiempo terminará de juzgar su gestión.

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