educación

De escuelas y maestros. 'Lejos de los adultos'

Nosotros éramos niños de corral, niños salvajes, ecológicos, criados en libertad, en el ecosistema propio de la infancia, alimentados naturalmente sin conservantes ni colorantes, con todo el amor del mundo que nos regalaban nuestras madres y abuelas.

Recuerdo que cuando yo tendría 8 o 10 años....
Recuerdo que cuando yo tendría 8 o 10 años....
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A los adultos nos cuesta entender que por encima de las competencias, de la media en inglés o en matemáticas o de los proyectos curriculares, los niños van a la escuela por razones más simples y poderosas como, por ejemplo, encontrarse con sus amigos, soñar, enamorarse, que les miren sus maestras, jugar al fútbol durante el recreo o que les guarden los secretos. Todo lo demás es una suerte de accidente para los niños que, sin embargo, también aprenden en la escuela. Casi sin darse cuenta se van apropiando del mundo que les rodea y se entienden mejor a sí mismos como si el aprendizaje fuera una suerte de lluvia fina que fecunda sus mentes y sus corazones. Yo vivo en la escuela, a un lado y a otro de los pupitres, desde hace cincuenta y cuatro años y recuerdo perfectamente las razones que me hacían desear cada noche que fuera mañana para ir a la escuela: unas veces habíamos dejado a medias la construcción de una cabaña con cartones y maderas que sería nuestro refugio durante las próximas semanas, o para cambiar los cromos del álbum que tanto me costaba completar y siempre quería que fuera mañana para jugar a la entrada y a la salida, en la puerta de la escuela, a las canicas, a las chapas, al taco, al yoyó, dependiendo de la estación del año y de lo que se hubiera puesto de moda aquella temporada. Recuerdo que cuando yo tendría 8 o 10 años milité en el JIMA, un equipo de fútbol que formamos en la escuela. El extraño nombre se debía, en realidad, a las siglas de una suma de adjetivos casi todos falsos: Jugadores, Internacionales, Musculosos, Aragoneses. Aunque nosotros solo éramos jugadores (quizá mejor juguetones) y aragoneses, el JIMA era mi razón para ir a la escuela, el JIMA era, en realidad, una razón para vivir.

Niños salvajes

Nosotros éramos, permítaseme la licencia, niños de corral, niños salvajes, ecológicos, criados en libertad, en el ecosistema propio de la infancia, alimentados naturalmente sin conservantes ni colorantes, es decir, con cuentos, miradas, complicidades y con todo el amor del mundo que nos regalaban nuestras madres y nuestras abuelas. Hoy algunos niños me recuerdan a los osos polares que viven en zoológicos. Esos niños viven fuera de su hábitat natural, del ecosistema que necesitan para llegar a ser quienes son. Todos los niños deberían tener su país de nunca jamás, con su Wendy, su Campanilla y sus Niños perdidos, un lugar sin adultos, un territorio en el que organizarse, ser libres de hacer unas cosas u otras, desarrollar sus propios códigos, crecer y madurar. Todos los niños deberían tener a alguien que los mirara y les repitiera. «Creo en ti. Siempre creo en ti».

Por: Víctor Juan

Director del Museo Pedagógico de Aragón

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