Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Medicamentos y tratamientos ‘just for men’

Varón caucásico de 40 años. Ese es el sujeto tipo en el que se han centrado los estudios clínicos durante las últimas décadas. Dando por supuesto que los resultados eran extrapolables a las mujeres. Pero olvidarse de la mitad de la población es un error que puede tener graves consecuencias.

Si los ensayos clínicos solo se realizan en hombres, la investigación no presta la debida atención a la mitad de la población.
Si los ensayos clínicos solo se realizan en hombres, la investigación no presta la debida atención a la mitad de la población.
Espen Sundve

El año 2015 pasó a la historia por muchas cosas. Porque fue el más cálido registrado hasta la fecha. Porque se suscribió el Tratado de París para luchar contra el cambio climático a la vez que los glaciares se derretían más rápido que nunca. Porque la sonda New Horizons llegó a Plutón. Porque en la radio sonaba a todas horas ‘La gozadera’, de Gente de Zona y Marc Anthony. Y porque se lanzó al mercado el viagra femenino, también conocido como la ‘píldora rosa’. Un medicamento concebido para disparar la libido femenina que solo tenía una pega: su incompatibilidad con el consumo de alcohol.

Para valorar en qué medida la nueva pastillita era incompatible con una copa de vino se llevaron a cabo una serie de ensayos clínicos. En uno de los cuales, y aquí viene lo curioso del asunto, había 35 sujetos, 33 hombres y 2 mujeres. ¡En un medicamento específicamente diseñado para la población femenina! Turbador, cuando menos.

Se trata de un caso extremo, pero no único. El paciente tipo para el que se diseña la mayoría de los medicamentos responde a la descripción: varón caucásico de 40 años. Y nada nos saca de ahí. Durante décadas se ha dado por hecho que el grupo control para la población puede estar compuesto exclusiva o mayoritariamente por hombres blancos de mediana edad. Haciendo caso omiso a las diferencias de género.

Pero, ojo, porque 'haberlas haylas', como las meigas gallegas. No solo en los tratamientos, sino también en cómo se manifiestan las enfermedades. No hay que irse muy lejos para encontrar buenos ejemplos. ¿Cuáles son los síntomas característicos de que se avecina un infarto? Hasta un niño lo sabe: dolor en el pecho, en un brazo o en ambos brazos, ¿verdad? Pero lo cierto es que esta sintomatología solo es aplicable a los hombres. En mujeres, los síntomas típicos que deben ponernos sobre aviso son náuseas, debilidad general y sudoración. Síntomas que prácticamente ningún manual de medicina recoge. Que pocos médicos de urgencias manejan.

De perpetuarse, el sexismo médico podría salirnos bastante caro. "Si la investigación da por hecho que no existe ninguna diferencia significativa entre los sexos/géneros, es posible que muchas vidas humanas corran peligro", defiende Katrien Maes, directora general de Políticas, Liga de Universidades Europeas de Investigación. "Conseguir una verdadera innovación y respuestas sólidas a problemas globales no será posible si la investigación actual no presta la debida atención a la mitad de la población", añade Maes.

Parte de la culpa la tiene la confusión entre ‘sexo’ y ‘género’, según apuntaba la investigadora canadiense Cara Tannenbaum en la revista ‘Jama’. "El sexo de una persona se refiere a su biología, es decir, a sus cromosomas (XX o XY), su anatomía y sus hormonas sexuales", subrayaba. Que obviamente son distintas entre hombres y mujeres. Eso se traduce en que los cromosomas y las hormonas esteroides generan diferencias entre hombres y mujeres que afectan tanto a la fisiología como al comportamiento.

Farmacodinámica

Por si fuera poco, diversos estudios apuntan a que la farmacodinámica de muchas sustancias –drogas incluidas– varía en función del sexo. "Si dejamos a las mujeres fuera de la investigación, los médicos ignorarán cómo tratar a todos los individuos con cromosomas XX y estrógenos, entre otras cosas", puntualiza Tannenbaum. Que pide a los editores de las revistas científicas que exijan paridad en los ensayos clínicos de los artículos que publican, en lugar de intentar extrapolar resultados de la población masculina a la femenina.

Dicen los que saben del asunto que es una cuestión de comodidad. Que resulta más sencillo (y barato) llevar a cabo los ensayos clínicos con una población masculina, porque las mujeres tienen una mayor variabilidad hormonal y son más impredecibles. Que por eso por cada ensayo con ratones hembra en el terreno de la neurociencia hay otros cinco que usan exclusivamente machos.

Porque, sí, por si no te habías dado cuenta, el machismo empieza antes de los ensayos clínicos. Los científicos suelen excluir a las hembras de ratón porque tienen el ciclo menstrual cada tres días y se pensaba que esto desencadena alteraciones hormonales que trastocan los resultados de los experimentos.

No es lo mismo XX que XY

Como en otras muchas especies, nuestro dimorfismo sexual no es meramente estético. Se trata de una adaptación evolutiva con múltiples implicaciones, entre ellas que las mujeres se llevan la palma en lo que a esperanza de vida se refiere. Millones de años de evolución han potenciado ciertos rasgos que hacen a las féminas de nuestra especie más longevas. A saber: diferencias en los telómeros (extremos) de los cromosomas, en la herencia de las mitocondrias, en la actividad del sistema inmunitario y en la respuesta celular al estrés.

Por si fuera poco, resulta que el otrora llamado ‘sexo débil’ ha demostrado plantarle cara bastante mejor a las infecciones y al cáncer. Al parecer el secreto reside en la doble copia del cromosoma X, donde están codificados los microARN, moléculas clave en la regulación del sistema inmunitario, ya sea frente a infecciones de organismos extraños o frente a tumores incipientes. Para ser exactos, los microARN pueden amordazar al sistema inmunitario, volviéndonos más vulnerables a las enfermedades. Si tenemos dos copias (XX) es más probable que una funcione bien que si nos la jugamos a una sola carta (XY). Eso podría explicar por qué mientras la primera causa de muerte en hombres son los tumores, las mujeres españolas pierden más la vida a manos de los ictus.

Otro hecho irrefutable es que las mujeres se resfrían menos. Según una reciente investigación australiana, lo que las escuda de los rinovirus son las hormonas sexuales femeninas. Es más, todo apunta a que después de la menopausia la protección se desvanece.

La esquizofrenia y el autismo también suelen cebarse con los varones, mientras que la depresión, el estrés postraumático y los trastornos de ansiedad se disparan en el sexo femenino. Sobre todo en la pubertad, el embarazo o la transición a la menopausia, períodos de fuertes cambios hormonales.

Caso aparte es el alzhéimer. Las mujeres estadounidenses mayores de 60 años tienen el doble de posibilidades de desarrollar alzhéimer que cáncer de mama. Gran parte de esa brecha de género se puede atribuir al principal factor de riesgo de la demencia, que no es otro que la edad. En otras palabras, es el precio que pagan las féminas por vivir más años.

En lo que sin duda salen peor paradas las mujeres es en el recuento de glóbulos rojos y en la concentración de hemoglobina. Eso podría explicar por qué ellas se recuperan peor de los accidentes cerebrovasculares. Incluso por qué son más proclives a padecer anemia.

Pónganlo en la etiqueta

Hace un par de años el pleno del Parlamento Europeo dio un puñetazo en la mesa (suave) y aprobó una medida para instar a que los ensayos de medicamentos se realicen tanto con hombres como con mujeres. Es más, el acuerdo proponía indicar explícitamente en las etiquetas de los medicamentos si en los ensayos hubo representación femenina. Además de que hacía énfasis en que se corrigieran "las diferencias de género en los ensayos clínicos cuando las diferencias sean especialmente perjudiciales, como en la medicación para el alzhéimer, el cáncer, el tratamientos de los ictus, los antidepresivos y las enfermedades cardiovasculares". 

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