Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La vida de las piedras

Corazón de hielo

En unas condiciones climáticas cambiantes, las grandes acumulaciones de hielo de las montañas pirenaicas tratan de sobrevivir. Y no son solo los glaciares, sin duda las más conocidas y emblemáticas en estos tiempos de muda. Hay muchos otros fenómenos geológicos dependientes del hielo pero tan discretos que cuesta saber si siguen latiendo bajo toneladas de derrubios.

Dos científicos accediendo al glaciar rocoso de Cotiella.
Dos científicos accediendo al glaciar rocoso de Cotiella.
Ánchel Belmonte Ribas

Los glaciares pirenaicos son el emblema del frío en nuestras montañas. Que se están batiendo en franca retirada es algo bien conocido. Acceder a ellos es un sano ejercicio físico, intelectual y vivencial que recomiendo encarecidamente. Y de año en año, para el observador avezado, muestran los signos del retroceso en espesor, extensión y movimiento. Pero este tesoro de la geodiversidad altoaragonesa no es ni mucho menos el único relacionado con los procesos geológicos que necesitan el frío para seguir vivos. Con el nombre de procesos periglaciares englobamos a todos aquellos sustentados por el hielo no glaciar. La variedad existente en la cordillera es francamente amplia.

El agua, al congelarse, incrementa su volumen. Más de un frasco de cristal ha perecido en nuestros congeladores demostrando esta propiedad peculiar del agua. Cuando lo hace día tras día en las grietas de la roca, genera una presión que acaba por fragmentarla. Inmensos mantos de pedreras o canchales son el resultado de este incesante fenómeno. Pero bajo algunas acumulaciones de rocas sueltas puede también anidar el hielo mezclado con ellas. Si hay suficiente hielo, el conjunto puede moverse ladera abajo debido a la gravedad. Ese movimiento, extremadamente lento, se delata en superficie por la existencia de arcos y surcos que apuntan a la dirección en la que se produce el desplazamiento. Estas formas de relieve se denominan glaciares rocosos y aún quedan en el Pirineo unos cuantos que son activos.

¿Y cómo es posible detectar la actividad de algo que se mueve tan solo unos centímetros por año? Numerosos indicios advierten al geólogo de si un corazón de hielo late aún bajo un manto de roca suelta. La acumulación de sedimentos finos y la ausencia de vegetación en el frente del glaciar rocoso o la ‘frescura’ en su sucesión de surcos y caballones son las primeras pistas. A partir de allí hay que pasar a auscultar la montaña. Es preciso instalar sensores térmicos en el suelo para registrar su temperatura. Cuando un espeso manto de nieve aísla al suelo de la atmósfera, si el sensor mide varios grados bajo cero durante meses, significa que existe hielo bajo los derrubios provocando ese enfriamiento. La geofísica permite detectar y modelizar el volumen de hielo existente e incluso la fotogrametría realizada desde drones puede apreciar los pequeños movimientos del glaciar.

Turismo científico

Estas técnicas están siendo aplicadas, entre otros lugares, en un glaciar rocoso del macizo de Cotiella. La peculiaridad de este estudio es que lo impulsa una empresa, Pirinature, a través de un programa de turismo científico. Diferentes actividades permiten conocer de primera mano el progreso de la investigación y las características del entorno mientras se colabora con la financiación de los trabajos.

El cambio climático va apagando el latido de los hielos perennes que aún anidan en el Pirineo. Mantener el frío en un ámbito de montaña mediterránea, en estos tiempos, roza lo heroico. Es tiempo de cambios rápidos en los procesos geológicos que traen consigo relevos en los paisajes, a veces sutiles y a veces no tanto. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos

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