EDUCACIÓN EMOCIONAL PARA FAMILIAS

Por qué debemos fomentar la creatividad y el pensamiento divergente en nuestros hijos

Escuelas y familias debemos ser promotores de creatividad, entendida esta como una capacidad, una habilidad, que puede entrenarse y mejorarse o echarse a perder. No es un don con el que uno nace, no hay niños creativos y otros que no lo son. Al contrario, todos lo son, según la estimulación que reciban.

Debemos hacer al alumno protagonista activo de su proceso de aprendizaje.Y las familias, convertirnos en cómplices
Debemos hacer al alumno protagonista activo de su proceso de aprendizaje. Y las familias, convertirnos en cómplices
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Aunque el sistema educativo español ha evolucionado, lo más importante sigue siendo el currículo. El profesor vive preocupado por dar una serie de contenidos y evaluar los criterios de aprendizaje que marca la normativa. Es cierto que desarrollar un currículum común en las escuelas permite que el alumnado siga una línea de aprendizaje similar en todo el territorio nacional, pero ¿qué espacio dejamos a sus intereses, inquietudes y necesidades particulares?, ¿dónde queda el respeto por el ritmo de aprendizaje de cada niño y por darle el tiempo suficiente para que reflexione de manera crítica y racional sobre estos contenidos? Cuando estos interrogantes quedan sin respuesta, estamos deteriorando la creatividad y el pensamiento divergente de nuestros hijos.

Les enseñamos que solo hay una respuesta correcta, que en un examen no vale marcar dos alternativas. Y, sin embargo, cuando se enfrentan a la vida real, deben escoger entre diferentes de alternativas; deben enfrentarse a la avalancha de información que les llega a través de internet, pues vivimos en la sociedad de acceso a la información. Y es en ese momento cuando no tienen las herramientas necesarias para discriminar la información, para manejar diferentes opciones al mismo tiempo o para tomar la decisión más correcta sin temor a equivocarse.

Escuelas y familias debemos ser promotores de creatividad, entendida como una capacidad, una habilidad, que puede entrenarse y mejorarse o echarse a perder. No es un don con el que uno nace, no hay niños creativos y otros que no lo son. Todos lo son, según la estimulación que reciban.

Cuando entran por primera vez al colegio vienen cargados de fantasías, imaginación, magia… Son capaces de ver lo que un adulto no ve. No tienen prejuicios hacia la discapacidad, el género o las ideologías. Todos los aprendizajes son una nueva y emocionante aventura. Pero nosotros queremos que aprendan las letras, que cojan bien el lápiz y que sepan atarse los cordones antes que el niño de al lado. Vamos mermando poco a poco su pensamiento divergente, entendido como un rasgo de las personas creativas, capaces de plantearse diferentes soluciones ante un mismo problema. Es un pensamiento lateral que permite conectar conceptos y procesos de manera novedosa, encontrando alternativas y creando resultados innovadores.

Entonces, ¿cómo podemos fomentar desde los centros educativos la creatividad y el pensamiento divergente? Con el uso de metodologías activas y vivenciales (aprendizaje cooperativo, basado en proyectos, solución de problemas...). Generando el pensamiento a través de rutinas de pensamiento del tipo: veo, pienso y me pregunto. A través de la gamificación y actividades manipulativas o trabajando por centros de interés. Debemos hacer al alumno protagonista activo de su proceso de aprendizaje.

Y la familia tiene que hacerse cómplice. Es importante que los niños tengan un apego seguro con sus padres para que no sientan miedo a explorar e investigar el mundo que les rodea. También debemos prestar atención a sus intereses e inquietudes y tratar de ampliarlos y fomentarlos. Y, cuando se equivocan, es importante que no vivan el error como algo negativo, sino como una oportunidad de aprender y mejorar. Y, por supuesto, los niños necesitan jugar solos, con otros niños y con sus padres.

Potenciando estas capacidades favorecemos el desarrollo de niños autónomos, resolutivos, colaboradores, resilientes y felices.

Por: Andrea Alloza Toledo Asociación Aragonesa de Psicopedagogía

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