Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La vida de las piedras

La tensión de un arco de roca en los relieves del Pirineo

Una de las manifestaciones más hermosas de la vida geológica de nuestro planeta son, sin duda, las montañas. Mirarlas con atención enseguida nos conduce a una idea muy clara: no se trata de caóticas elevaciones de piedra. Las rocas que las arman, como los materiales de un edificio, se disponen según una arquitectura precisa. La estructura está bellamente expuesta para aquel que quiera fijarse en ella.

La tensión de un arco de roca. Pliegue en las calizas del pico de Fenez, en pleno Geoparque Sobrarbe-Pirineos
La tensión de un arco de roca. Pliegue en las calizas del pico de Fenez, en pleno Geoparque Sobrarbe-Pirineos
Ánchel Belmonte Ribas

En este jardín de cumbres que es el Pirineo no hallaremos rocas en su posición original, allí donde hace millones de años se formaron. En mayor o menor medida, todas han sido desplazadas, basculadas, rotas o plegadas. A veces de forma inverosímil. ¿Cómo es posible que esto suceda? ¿Y cuánto tiempo es necesario?

La respuesta está en el interior de la Tierra, donde se acumula una ingente cantidad de calor que va alcanzando poco a poco la superficie moviendo las placas tectónicas. Cuando dos de estas placas se acercan pueden estar decenas de millones de años empujándose y comprimiendo lenta pero tenazmente todas las rocas que había entre ellas. Las colosales presiones a las que se ven sometidas, durante largo tiempo, consiguen deformarlas, convirtiendo estratos horizontales en pliegues, océanos en cordilleras.

Pero a lo largo de ese tiempo la compresión no es constante ni homogénea. Imaginemos el Pirineo como un complejo mosaico de bloques rocosos de distintos tamaños y resistencias. Los esfuerzos se propagan y desplazan por ellos de manera irregular. Es el sumatorio de toda la deformación que causan lo que compone la obra final. Cada pliegue de la cordillera tiene una historia, un momento en el que empezó a formarse y otro en el que la fuerza se detuvo para propagarse hacia otra zona. El pliegue es así una imagen congelada en el tiempo que nos describe cómo actuó la energía terrestre. Fuerza detenida, en palabras del profesor Martínez de Pisón. Es esa imagen del último esfuerzo la que interpretamos para descifrar la arquitectura de las montañas. La que nos ofrece los datos que, pliegue a pliegue, permiten trazar cómo nacen y crecen las montañas desde que sus rocas yacen horizontales en el fondo del mar. Y esa historia, de alguna manera, también es la nuestra.

De algunos pliegues sabemos bastante. El de Mediano, un bello anticlinal, comenzó a formarse hace unos 50 millones de años y terminó hace 42. Durante ese tiempo no creció a un ritmo constante y a medida que surgía de las profundidades modificó la topografía del fondo marino y condicionó las comunidades de seres vivos que sobre ese fondo vivían. Háganme caso, suban cualquier tarde a la ermita de Samitier. Tendrán ese pliegue delante y Sobrarbe entero a sus pies. Piensen entonces en qué representa: ocho millones de años de esfuerzos casi ininterrumpidos, un mar izado hasta las cumbres. Una tesela más entre las miles que dan forma a la cordillera más grandiosa de nuestro país.

Cada pliegue de una montaña es un arco tensado para la eternidad. La fuerza y la posición del arquero son enigmas que el geólogo ha de desvelar si quiere escribir su historia. Y en ella la erosión intervendrá por partida doble, exhumando la estructura primero y desgastándola hasta su completa desaparición más tarde. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos 

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