Tercer Milenio

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Midiendo huracanes: Lorenzo pega fuerte (y no hablamos del sol)

¿Qué mide exactamente la escala que clasifica los huracanes? Tras el paso del huracán Lorenzo, descubrimos la historia de la escala Saffir-Simpson.

El huracán Lorenzo (a la derecha), visto desde satélite el pasado día 27.
El huracán Lorenzo (a la derecha), visto desde satélite el pasado día 27.
NOAA

A lo largo de las últimas fechas el huracán Lorenzo ha sido uno de los principales protagonistas de la actualidad. Todos los informativos han hecho un detallado seguimiento tras haber alcanzado "la máxima categoría, la 5". Eso nos quedó meridianamente claro. Otra cuestión es si también ha quedado claro a qué escala se alude y qué supone haber alcanzado su máximo.

La respuesta a ambas cuestiones es la escala de huracanes Saffir-Simpson. Un sistema para clasificar la intensidad de los huracanes dividida en cinco categorías y donde el factor determinante para encuadrar un huracán en una u otra es la velocidad máxima en superficie alcanzada por los vientos asociados. Más allá de eso, la gran ventaja de dicha escala es que detalla los posibles daños e impacto que un huracán de dicha categoría puede producir a partir de otros eventos y huracanes pasados, lo que aporta una información mucho más práctica y apegada a la realidad para los residentes en las zonas que puedan verse afectadas.

La escala Saffir-Simpson fue desarrollada a finales de la década de 1960 por el ingeniero civil Herbert Seymour Saffir, quien en 1947, y tras comenzar a trabajar como ingeniero del condado en Florida, un estado proclive a padecer los envites de huracanes y tormentas tropicales, se convirtió a su pesar en todo un experto en los daños estructurales y materiales que estos eventos meteorológicos extremos ocasionaban. Un bagaje que, finalmente, le llevó a desarrollar una escala que ayudase a los dirigentes y a los responsables de la toma de decisiones durante estos episodios a entender lo que suponía y lo que podía provocar un huracán en función de su intensidad (o más bien de la del viento asociado).

En 1969, Saffir presentaba su novedosa escala al meteorólogo Robert H. Simpson, quien entonces ocupaba el cargo de director del National Hurricane Center, un centro especializado en su seguimiento y estudio instaurado por el Congreso estadounidense tras la devastadora temporada de huracanes que asoló parte del país en 1954.

Simpson, quien estaba particularmente sensibilizado con el tema ya que él mismo había sobrevivido a un huracán durante su infancia y había presenciado en directo sus devastadores efectos, entendió el valor de aquella nueva herramienta –dicho sea de paso, hasta ese momento los huracanes se catalogaban simplemente como fuertes o débiles–, la mejoró y amplió al incorporar otros parámetros, como el nivel de las inundaciones ocasionadas y la presión en el centro del huracán, para establecer las categorías y comenzó a aplicarla desde su agencia.

Irónicamente la versión actual de la escala Saffir-Simpson ya solo contempla –o vuelve a contemplar– la velocidad máxima del viento como parámetro para clasificar los huracanes en una u otra categoría. Por lo que la escala bien podría prescindir o renunciar a su segundo apellido.

El viento manda

Atendiendo a la escala Saffir(-Simpson), un huracán de categoría 5 lleva asociados vientos de 252 km/h o superiores y puede causar daños catastróficos como la destrucción parcial e incluso total de la mayor parte de estructuras y edificios, arrancando tejados y derribando paredes; la destrucción de todas las viviendas y estructuras portátiles y móviles; así como el derribo y arrastre de árboles, postes y torres de energía, con el consiguiente aislamiento tanto físico como energético y de suministros de las zonas habitadas durante semanas e incluso meses, por lo que es imperativo evacuar la zona.

Un huracán de categoría 1, con la fuerza que finalmente Lorenzo ha azotado las Azores, lleva asociados vientos de entre 119 y 153 km/h que pueden romper y arrastrar las ramas más grandes de los árboles e incluso arrancar de raíz algunos; levantar y/o arrancar parte de los tejados y ventanas; y causar daños graves en las torres y líneas de energía.

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