Para estar orgullosa

Fiesta del Orgullo Gay en Madrid.
Una pasada edición de la fiesta del Orgullo Gay en Madrid.
EFE

A mi abuelo Paco le encantaban los niños. Y siempre contaba, compungido, que una de las penas de su vida era que de joven tuvo que reprimirse las ganas de dedicar mimos y carantoñas a su hijos en público porque eso no era cosa de hombres.

Me acuerdo de él en este mes de junio en que se celebra en todo el mundo la fiesta del Orgullo. Además de los derechos de los homosexuales, la reivindicación de los colectivos LGTBI ha servido para sacar del armario todos los tipos de amor y sus manifestaciones públicas.

Y si hoy las mujeres en este país podemos ser libres en cuestiones amorosas y sexuales, o si los hombres pueden mostrar sus sentimientos sin avergonzarse, es también en parte por el esfuerzo que la comunidad gay ha hecho a lo largo de muchas décadas.

Por eso, me espeluznan esos otros grupos que reclaman un día del orgullo hetero, como si hiciera falta defender un modelo de relación que ha sido casi hegemónico durante siglos.

No sé ellos, pero yo jamás he sido insultada en el instituto porque me gustasen los chicos, jamás me han molestado por pasear de la mano con un noviete y nunca he mirado alrededor con precaución antes de darle un beso a mi chico. No sé qué pretenden reivindicar quienes pueden ser como son sin que nadie vaya jamás a reprocharles nada por ello.

Yo no soy gay, pero estoy orgullosa del Orgullo. Y de vivir en un país donde una pareja es la que forman dos personas que se quieren, sin importar cuál sea su sexo. Y aún hay mucho que hacer para lograr la igualdad verdadera, pero lo conseguido es tanto que merece la pena celebrarlo. ¡Que viva el Orgullo!

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