La teoría de Montesquieu

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La salida del colegio proporciona a los padres una ocasión para las relaciones sociales.
Luis Mompel / HERALDO

Aquella tarde llovía bastante, así que la gente se marchó enseguida, paraguas en ristre, y no se pudieron formar los grupos que habitualmente se dan al terminar la jornada, mientras la chiquillería merienda y se desparrama por el patio de recreo, como si le costara despedirse de la escuela hasta el día siguiente. Estos encuentros son toda una institución de sociabilidad académica tan informal como eficaz. Propician que los progenitores conozcan mejor la vida escolar y que se impliquen en ella, incluso algunos de los que de otro modo no lo haríamos.

Por este motivo, aquel día excepcionalmente lluvioso, en el que no fue posible juntarse, me acordé de la teoría del barón de Montesquieu, el gran pensador francés del siglo XVIII, sobre la importancia del clima en la constitución política y legal de cada país. Ciertamente, no es lo mismo Zaragoza, donde llueve cincuenta días al año, normalmente, poca cantidad y a rachas pasajeras, que Edimburgo, con sus doscientos días de precipitaciones intensas y pertinaces, en forma de agua y de nieve.

Y no se trata solo de sociabilidad institucional. Hay algo más. Por eso me dolió oírle decir a una de mis amistades escolares que dentro de unos pocos años dejaremos de tratarnos. Semejante cruda verdad me hizo volver a imaginar el día en que mi hijo emprenda una nueva vida social, con la que yo nada tendré que ver, haciendo que la mía, de la que ahora me valgo, desaparezca para siempre. Encima, hay quien dice que el chico ni siquiera consentirá que le acompañe al instituto, llueva o no, y diga lo que diga Montesquieu. Esto ya me parece exagerar.

jusoz@unizar.es

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