El interrogatorio
Cuanto más se seculariza nuestra sociedad, más importante se hace la celebración de la Semana Santa. No solo para quienes comparten la fe cristiana, también para el resto de la ciudadanía. Es una paradoja más allá de las vacaciones, del jolgorio de tambores y procesiones. Si se mira con perspectiva y sin acritud, estamos ante uno de los pilares de la civilización occidental. Nuestra cosmovisión se edificó sobre esos acontecimientos que la memoria colectiva y la historia han traído hasta hoy. Hubo un tipo, un judío de la estirpe de David, Jesús de Nazaret, que se enfrentó al orden político de su tiempo y cambió el rumbo de las cosas. La tradición milenaria recuerda su pasión, su muerte y su resurrección. Para algunos es una leyenda causante de incontables males que se debería borrar del mapa, para otros es una buena noticia que sigue teniendo sentido. En cualquier caso, algo sucedió que seguimos recordando y conviene no olvidar.
Entre el domingo de Ramos y el de Resurrección, los símbolos y las marcas ofrecen, para quien quiera atender, un conjunto de valores y temas clave. Por ejemplo, si usted asiste a los oficios litúrgicos del Viernes Santo, podrá escuchar uno de los interrogatorios más importantes de la historia de Occidente. Tanto si es creyente como si no, le recomiendo que se acerque a un templo, tome asiento y se disponga a prestar atención a la narración de la Pasión según el relato de san Juan evangelista. Son muchos los detalles. Incluyen traiciones, lealtades, expectativas, intereses, ideas, poder… y una pregunta crucial en el versículo 38 del capítulo 18 "¿Qué es la verdad?". La plantea Poncio Pilatos, prefecto de la provincia romana de Judea en aquella época.
Jesús había sido detenido por una patrulla local. Su discípulo, Judas, acababa de traicionarlo. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban excusas para eliminarlo. Era una amenaza al ‘statu quo’. Lo juzgaron según su conveniencia. No les importó inventar el ‘crimen’ y recurrir al poder de Roma. Ahí se produjo la conversación que se recuerda esta semana. Pilatos no encuentra ningún delito ni culpa en ese prisionero. Son las propias autoridades judías las que impelen al gobernador -invasor- a torturar y crucificar al rebelde. Era más que un asunto político-religioso lo que estaba en juego. Precisamente, el filósofo Hans-Georg Gadamer analizó este punto en su artículo ‘¿Qué es la Verdad?’, publicado en 1957. A su juicio esta pregunta "entendida directamente a partir del sentido de la situación histórica, viene a resumir el problema de la neutralidad". Al gobernante romano, al Imperio por él representado, le importaba un pimiento aquella batalla local, pero necesitaba saber en qué medida tenía que preocuparse. No era una cuestión para distinguir qué es verdad y qué no es. No era la duda de un escéptico, ni de un filósofo. En esas circunstancias Pilatos no necesitaba entrar en los detalles del asunto, bastaba con calmar a la masa, con medir los intereses en juego. Era un líder político, un gestor del Estado que tenía que maximizar su posición y minimizar los riesgos.
De aquel interrogatorio tenemos mucho que seguir aprendiendo, tanto si se cree en que Jesucristo fue el hijo de Dios que murió y resucitó por la humanidad, como si solo se quiere conocer las ‘verdaderas leyes’ de funcionamiento del mundo. En aquella pregunta, deducía Gadamer, se trabaron los lazos cada vez más estrechos entre ciencia e intereses del Estado. Y escribió: "¿Es cierto que la ciencia es realmente, como pretende, la última instancia y el único soporte de la verdad? Debemos a la ciencia la liberación de muchos prejuicios y la destrucción de muchas quimeras. Es pretensión de la ciencia cuestionar los prejuicios y conocer así la realidad mejor que hasta ahora. Pero a medida que los métodos de la ciencia se extienden a todo lo existente resulta más dudoso que los presupuestos de la ciencia permitan plantear la cuestión de la verdad en todo su alcance". Y ahí queda abierta la puerta. Cuando nos enfrentamos a cuestiones decisivas de la vida, el problema es comprender. Lo difícil es tomar decisiones en asuntos indecidibles.
Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza