Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Las mentiras de la dieta ‘paleo’ y los nuevos sonidos del Neolítico

En pleno siglo XXI hay quien come (o se cree que come) como lo hacían los hombres y mujeres de las cavernas. Son los seguidores de la denominada ‘paleodieta’ que, como tantas otras dietas engañosas, que prometen milagros, se define esencialmente por lo que uno no debe hacer. En este caso, comer aquellos alimentos que han aparecido en nuestra mesa después del desarrollo de la agricultura. Hoy desmontaremos algunos bulos de la paleodieta y conoceremos cómo la alimentación que surgió en el Neolítico nos ayudó a pronunciar palabras con ‘f’.

Cazadores representados en el arte rupestre.
Cazadores representados en el arte rupestre.
Chico Ferreira

Los defensores de la paleodieta esgrimen que se alimentan como lo hacían nuestros ancestros cazadores-recolectores en el Paleolítico, entre 2,5 millones y 10.000 años atrás. Excluyen los cereales, las legumbres, los productos lácteos y los azúcares refinados, y se alimentan fundamentalmente de carne en grandes cantidades, huevos, frutos secos, raíces, hortalizas y fruta fresca. Pero la realidad es otra. Esta dieta no deja de ser una mirada simplona y simplificadora hacia el pasado de nuestra especie. Probablemente la mayoría de sus seguidores no se dediquen a recolectar bayas, desenterrar tubérculos, cazar o pescar; y menos aún a alimentarse de la carroña descartada por animales depredadores.

Pseudociencia en la mesa

Como buena pseudodieta, tiene mucho de pseudociencia. Sus valedores afirman que desde el Paleolítico nuestros genes, anatomía y fisiología se han modificado muy poco y, por ello, deberíamos emular lo que comían nuestros antecesores paleolíticos para vivir sanos, libres de obesidad, diabetes, cardiopatías, cáncer y otras enfermedades que consideran como contemporáneas.

En los últimos 7.000 años los humanos nos hemos adaptado al consumo de lácteos desarrollando tolerancia a la lactosa

No es cierto que nuestro genoma no haya evolucionado desde el Paleolítico. Para poner solo un ejemplo, en los últimos 7.000 años los humanos nos hemos adaptado al consumo de lácteos desarrollando tolerancia a la lactosa. En nuestros ancestros, la actividad de la enzima lactasa, que nos ayuda a digerir el azúcar de la leche, disminuía después de la infancia. El desarrollo de la ganadería y la incorporación de los productos lácteos en la dieta se acompañó de la expansión de una mutación que mantiene activo el gen de la lactasa en los adultos y que es más frecuente en aquellas poblaciones humanas en las que la leche forma parte de su alimentación.

Y si nuestro genoma se ha modificado, también lo ha hecho nuestra microbiota: los miles de millones de bacterias que viven en nuestro intestino, que nos ayudan a digerir las fibras vegetales y que desempeñan un sinfín de otras funciones que actualmente empezamos a conocer. Muy probablemente, en el Paleolítico nuestra microbiota era muy distinta y, desde entonces, las comunidades bacterianas que la componen han evolucionado rápidamente, adaptándose a los cambios en nuestra alimentación.

¿Qué comían? Establecer con exactitud qué comía nuestra especie en el Paleolítico no es simple. Para averiguarlo, los paleoantropólogos analizan la composición química del esmalte dental de los fósiles o las marcas que han dejado en los huesos de animales las herramientas de piedra que empleaban para despedazarlos, pero, aun así, el registro fósil es incompleto.

Sí sabemos que no había una sola dieta paleolítica, que nuestros ancestros, como buenos omnívoros, eran flexibles y sus dietas se adaptaban a las fuentes de alimento del lugar y a las estaciones, con distintas proporciones de carne y vegetales. Por otro lado, aunque conociéramos con exactitud los manjares del Paleolítico, sería imposible reproducirlos. La mayoría de plantas y animales que comemos actualmente han sido modificadas mediante selección artificial durante los últimos 8.500 años y son muy distintas comparadas con las variedades silvestres de las que proceden.

El impacto de la ‘neodieta’ en las lenguas humanas

La aparición y expansión de la agricultura en el Neolítico representó un cambio sustancial en la alimentación de nuestra especie y tuvo un impacto profundo y variado en las poblaciones humanas a nivel biológico, social y cultural. Un estudio reciente, publicado en la revista ‘Science’, ha encontrado una sorprendente conexión entre la adopción de dietas más blandas y con más cantidad de alimentos procesados, a partir del Neolítico, y la aparición en las lenguas humanas de nuevos sonidos, como las consonantes labiodentales ‘f’ y ‘v’.

El habla humana tiene gran diversidad de sonidos; desde algunos como los fonemas /m/ y /a/, presentes en prácticamente todas las lenguas, hasta otros más específicos, como los chasquidos consonánticos de las lenguas khoisánidas del sur de África. Hasta ahora se creía que esta diversidad de sonidos no se había modificado al menos desde la aparición del Homo sapiens, hace unos 300.000 años, y que la abundancia de cada uno de ellos dependía de la facilidad para producirlos, percibirlos y aprenderlos. El nuevo estudio, liderado por investigadores de la Universidad de Zúrich y del Instituto Max Planck, indicaría lo contrario ya que, al menos, algunos de ellos habrían aparecido más recientemente, en los últimos 8.000 años.

A partir del Neolítico cambió la forma de morder y también nuestro aparato fonador

El registro arqueológico es testigo de que, a partir del Neolítico, nuestro aparato fonador –encargado de generar y ampliar los sonidos que producimos al hablar– experimentó un cambio sustancial. Este cambio se produjo en la forma de morder. En el Paleolítico, la mandíbula superior e inferior de los adultos encajaba perfectamente alineada; una configuración favorecida por el desgaste producido por una dieta basada en alimentos duros y fibrosos. Con la generalización de la agricultura en el Neolítico, los humanos adoptaron dietas más suaves, con una mayor abundancia de alimentos procesados y, con ello, se observa cómo aparece en el registro arqueológico un cambio en la configuración de la boca: en los adultos se mantiene la sobremordida presente en los niños, con el maxilar superior ligeramente avanzada a la inferior.

Los autores del estudio hipotetizan que este cambio en la configuración de la mordedura después del Neolítico facilitó la aparición y propagación de un nuevo tipo de sonidos, las consonantes labiodentales ‘f’ y ‘v’, que actualmente están presentes en casi la mitad de las lenguas del mundo, y que se articulan por el contacto del labio inferior con los dientes incisivos superiores.

De hecho, este nuevo estudio sigue la senda iniciada por el lingüista americano Charles Hockett que, en 1985, había observado que las consonantes labiodentales eran muy poco frecuentes en lenguas de sociedades cazadoras-recolectoras. Hockett propuso que la dieta de estas podría ser, en parte, responsable. Con el maxilar y la mandíbula alineados, la articulación de este tipo de sonidos se vuelve más difícil. En aquel entonces, otros lingüistas rechazaron la idea de Hockett.

Los investigadores han utilizado distintas aproximaciones procedentes de la antropología, la biomecánica, la fonética y la lingüística histórica para verificar o refutar la hipótesis de Hockett. Por ejemplo, con modelos computacionales biomecánicos de un tipo y otro de mordedura mostraron que la sobremordida permite producir las consonantes labiodentales con un 30% menos de esfuerzo muscular y aumenta la posibilidad de articularlas accidentalmente intentado articular otros sonidos, como los bilabiales.

El rastro de dos consonantes

El estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Zúrich (Suiza) y del Instituto Max Planck (Alemania) publicado recientemente en la revista ‘Science’ también ha determinado que las lenguas de los pueblos cazadores-recolectores tienen, de promedio, solo un 25% de las consonantes labiodentales presentes en las lenguas de sociedades que viven de la agricultura.

Finalmente, los investigadores han reconstruido la evolución de estos fonemas en la familia de lenguas indoeuropeas, que incluye la mayoría de las lenguas de Europa y del Asia meridional, y han visto un incremento de las consonantes labiodentales a lo largo de la historia de esta familia lingüística, con una probabilidad estimada del 3% en el protoindoeuropeo (hace entre 6.000 y 8.000 años) hasta una presencia del 76% en las lenguas actuales. Este incremento fue más acusado desde hace 2.500 años, coincidiendo con la intensificación del procesado de alimentos y la expansión de dietas más blandas.

-Ir al suplemento Tercer Milenio

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión