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"Debemos sentir pasión por aprender y enseñar"

Miguel Vizcaya Milagro ha estrenado más de 40 cursos como maestro en el Colegio de Santa Ana de Caspe y mantiene intacta la ilusión en una educación por y para el siglo XXI, que apueste por la robótica, la gestión digital y el emprendimiento.

Manuel Vizcaya Milagro, con sus alumnos de segundo ciclo de ESO en el Colegio Santa Ana de Caspe (Zaragoza)
Miguel Vizcaya Milagro, con sus alumnos de segundo ciclo de ESO en el Colegio Santa Ana de Caspe (Zaragoza)
Mari Carmen Ribó

En septiembre de 1978, cargado de esperanza, Miguel Vizcaya (Tarazona, 1958), un joven que había concluido sus estudios de Magisterio unas semanas antes, viajó a Caspe, ligero de equipaje, como Machado, con un puñado de versos en la cabeza y, en el corazón, su voluntad de querer ser maestro.

¿Dónde estudiaste?

Hice mis primeros estudios en el colegio público de Tarazona y el bachillerato en la Sagrada Familia de la misma localidad. Luego, en la Universidad de Zaragoza, cursé Magisterio, por especialidad de inglés y después, cuando ya trabajaba como maestro, me licencié en Filología Hispánica.

¿Por qué te hiciste maestro?

En bachillerato tuve un profesor, Vicente Revilla, de Lengua y Literatura española, que era de Ólvega, Soria, y nos leía habitualmente poemas de Antonio Machado. Cuando recitaba el ‘Romance de los Alvargonzález’, yo sentía algo especial. Lo vivía intensamente. Quizá ahí está el germen de mi vocación por esta profesión. Lamento no haber mantenido relación posteriormente con él. Me dio vergüenza. Mis compañeros se burlaban de la poesía. En silencio me sentía privilegiado de poder escuchar a aquel hombre bueno, apasionado por Machado.

¿La formación inicial te fue útil cuando empezaste a ejercer?

La influencia de mis buenos maestros, sí. Llenaron de pasión mi mente y mi corazón. Los contenidos me ayudaron a organizar mi vida. En Magisterio trabajamos por proyectos en grupos cooperativos. Conocí la Escuela Nueva, las innovaciones metodológicas…

Empezaste Magisterio en 1975, ¿cómo era el ambiente en la Universidad?

El ambiente en la Escuela de Magisterio era excelente. Había una muy buena relación entre los compañeros. Quedábamos por las tardes, íbamos al Parque grande, estudiábamos y nos ayudábamos en las materias. La relación con nuestros profesores era cercana, respetuosa, con facilidad para la comunicación. En la Facultad era distinto. Entre los compañeros, bien. Con los profesores había más distancia. Entre ellos había auténticos sabios: Aurora Egido, los Cacho Blecua, Félix Monge, Jesús Rubio, Calvo Carilla, Romero Tobar, Mainer, Mateu, Gutiérrez... Les teníamos una profunda admiración.

"Es urgente alcanzar un gran pacto educativo en el que participen los maestros de tiza y de ordenador"

¿Dónde empezaste?

Acabé Magisterio en junio de 1978 y me llamaron del Colegio Santa Ana de Caspe para comenzar a trabajar en septiembre. Y aquí he estrenado cuarenta y un cursos. Parecen muchos. Son muchos, pero se han pasado tan rápido…

¿Siempre has dado clase de Lengua y Literatura?

No. Al acabar la carrera me ofrecieron trabajar en plazas habilitadas en centros públicos en Zaragoza o venir a Caspe. Elegí Caspe porque tenía más horas lectivas. Venía con la titulación de Inglés. En aquel momento, en las escuelas se estudiaba francés. Impartí Educación Física, Sociales y Lengua española en 6, 7º y 8º de EGB.

Miguel Vizcaya con un grupo de antiguos alumnos, que hoy son docentes en el Colegio Santa Ana de Caspe (Zaragoza)
Miguel Vizcaya con un grupo de antiguos alumnos, que hoy son docentes en el Colegio Santa Ana de Caspe (Zaragoza)
Mari Carmen Ribó

¿Qué leían los niños hace cuarenta años? ¿Y ahora?

El curso de 8º de EGB, era femenino al completo. Leyeron a los clásicos. Eran tan buenas lectoras, tan trabajadoras y tan inteligentes, que aprendían todo lo que les pedíamos. Los centros en los que hicieron bachillerato nos felicitaron por su excelente preparación. No puedo quejarme de lo que mis alumnos actuales leen. En la ESO, adaptaciones de los clásicos. Los viernes dedicamos la clase a lectura individual y lúdica. Los menos lectores empiezan con los cómics y generalmente se enganchan a lo largo del curso.

¿Cuántos alumnos hay en vuestro centro?

Rondamos los doscientos setenta. Aproximadamente un tercio son inmigrantes. Los padres de los alumnos son, en su mayoría, trabajadores, muchos de ellos de las fincas agrícolas.

¿Ha cambiado el rol del maestro en estas décadas?

Hay, y ha habido en todas las épocas, excelentes maestros, comprometidos, apasionados, sensibles, bien formados pedagógicamente, que promueven la cultura y que priman lo emocional, que cuidaban los mínimos detalles en las relaciones del aula, que desean crear una sociedad más justa. Maestros que acompañan y guían a los alumnos. Esos maestros son necesarios siempre. El rol principal del maestro no cambia mucho, aunque lo hagan los tiempos.

¿Qué es lo esencial en la escuela?

Lo más importante es tener maestros convencidos, que sientan pasión por aprender y enseñar, que sean capaces de transmitir a los alumnos confianza, emoción y ejemplos de vida. La escuela debe preparar para conocer, para reconocer una sociedad cambiante y para tomar decisiones responsables y de futuro. Hemos de educar en el siglo XXI con mentalidad del siglo XXI.

¿Tan importante es el maestro?

Es fundamental. Por eso ha de ser consciente de que su actitud puede cambiar la vida de un niño y, a la larga, puede cambiar también la sociedad. Cuando un profesor quiere a sus alumnos y ellos le corresponden se produce el encuentro más gratificante de la tarea educativa.

"La actitud de un maestro puede cambiar la vida de un niño y de toda la sociedad"

¿Qué cambios destacarías en la educación de los últimos años?

Hemos cambiado mucho. Yo destacaría el empeño por hacer que el alumno sea el protagonista de su propia formación. Después, el avance gigantesco del uso de las nuevas tecnologías y el trabajo por competencias y en grupos cooperativos. También han sido muy importantes los cambios metodológicos basados en inteligencias múltiples y rutinas de pensamiento, aprender a tomar sus decisiones responsablemente, resolver los conflictos con diálogo, pensar y reflexionar sobre lo que les rodea.

En la era de la imagen y de las tecnologías, ¿qué lugar ocupa la palabra?

Cuando las nuevas tecnologías son usadas incorrectamente favorecen la incomunicación, pero el uso de la palabra también puede potenciarse con las tecnologías, viendo, pensando, proponiendo desde las imágenes. Debemos cuidar el lenguaje. La búsqueda responsable de información se agiganta con un buen uso de las tecnologías. El uso de la palabra oral y escrita debería ser esencial en todas las etapas y en todas las materias.

"El uso de la palabra debería ser esencial en todas las etapas y en todas las materias"

¿Qué retos vislumbras para el futuro?

Voy a destacar tres. Es urgente alcanzar un gran pacto educativo en el que participen los maestros ‘de tiza y ordenador’, de modo que la próxima ley educativa fuese consensuada y no dependiente de ideologías políticas. Además, hemos de educar en y para el siglo XXI, teniendo muy en cuenta las realidades de nuestros alumnos. Finalmente, la escuela debe dar a conocer los múltiples cambios tecnológicos y educar en robótica, gestión digital, emprendimiento...

¿Qué espera la sociedad del maestro?

Todo. Que sea médico cuando el niño está enfermo; que sea padre o madre cuando sufre emocionalmente; que sea un sabio; que sea orientador y comprenda cómo se siente; que prepare a los alumnos para ser ciudadanos responsables, demócratas; que enseñe sobre igualdad de género, la paz, la convivencia, la familia; que empatice con sus alumnos para que todo funcione bien.

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Miguel Vizcaya, impartiendo clase a sus alumnos de primer ciclo de ESO, en el Colegio Santa Ana de Caspe (Zaragoza)
Mari Carmen Ribó

Maestros contra viento y marea

Es muy difícil hacerse una idea cabal de la ilusión que los maestros tienen que reunir cada septiembre para repetir ante unos niños a quienes todavía no les une nada, salvo el compromiso que los docentes libremente asumen de acompañar a sus alumnos hacia aquello que estiman valioso, una fórmula parecida a esta: "Buenos días, soy Miguel Vizcaya y este año os daré clase de Lengua española, Gimnasia y Sociales". Si esta ceremonia se ha repetido durante cuarenta y dos años, la dosis de ilusión es incalculable, pero lo que sí sabemos que es un valor que tiende a infinito.

La primera vez que don Miguel se presentó ante un grupo de chicas de segunda etapa en el colegio de las Anas de Caspe, el mundo –y la escuela– era definitivamente distinto al de ahora. El jovencísimo maestro iba a ser tutor de un grupo compuesto exclusivamente por niñas nacidas en Caspe o muy cerca de allí, igual que casi todos sus padres y que la mayor parte de sus abuelos; todas procedían de una cultura similar, jugaban a los mismos juegos, les habían contado los mismos cuentos y cantaban las mismas canciones; compartían una religión y una manera de entender la vida. En aquella aula de 8º de EGB no había más tecnología que la pizarra y la tiza y, de vez en cuando, como un premio o como un recurso para aumentar la motivación de las aplicadas alumnas, traían un proyector de diapositivas para explicar alguna lección de Ciencias Naturales o para ver los mapas de Sociales. La religión católica era obligatoria. Los españoles aprobarían la Constitución en diciembre de aquel mismo año. Luego llegarían los conciertos escolares; la experimentación de la reforma del ciclo superior de la EGB; la aprobación de la Logse, con sus nuevas materias, su nuevo enfoque metodológico y las especialidades del profesorado en Música y Educación Física; para cerrar el siglo XX, Aragón asumió las competencias en educación… Y Miguel siguió siendo maestro contra viento y marea, con la ilusión intacta: "Buenos días, me llamo Miguel y este año…".

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