La mejor idea, proteger el planeta

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La belleza de los paisajes naturales es un patrimonio para las generaciones futuras.
Esther Casas / HERALDO

El 13 de mayo de 1908, Theodore Roosevelt pronunció en la Casa Blanca uno de sus más celebres discursos bajo el título ‘La conservación como un deber nacional’. Si no se indicara la fecha, por su contenido, podría confundirse fácilmente con uno actual, aunque, por supuesto, no de su más reciente sucesor en el cargo, Donald Trump, que ha adoptado una visión radicalmente acientífica en relación a la política ambiental, rechazando de facto aquella verdad evidente de la que Roosevelt ya era consciente hace más de cien años: el crecimiento infinito es imposible porque los recursos no lo son.

Decir que los planteamientos de Roosevelt todavía están vigentes un siglo después resulta menos halagador de lo que cabría pensar. Aunque su presidencia fue pionera al impulsar la protección de los recursos naturales, que su discurso apenas haya envejecido se debe principalmente a que la mayor parte del tiempo ha sido ignorado por quienes podían y debían aplicarlo. No cabe mayor elogio para las ideas de una persona que convertirlas en obsoletas a través de su efectiva ejecución; en este caso, Estados Unidos, al igual que el resto de países, aún tiene pendiente perseverar en el cumplimiento de este gran deber del que hablaba Roosevelt y que nos interpela en estos momentos no ya como naciones sino como planeta.

Sostenía el poeta checo Rainer Maria Rilke que la infancia es la única patria común a todos. Si es así, cada día que pasa nos arriesgamos a perder un pedazo de ella. Para muchas personas sus recuerdos de la infancia son las noches de verano con el canto de los grillos de fondo, descubrir una mariquita oculta entre las hojas, el vuelo de los gorriones o perseguir lagartijas por el campo. Estas vivencias forman parte de un legado inmaterial que se ha ido pasando de generación en generación y que permite a abuelos, padres e hijos compartir un haz de experiencias casi universales, a pesar de las singularidades propias de cada época. Paisajes e imágenes que nos han acompañado durante miles de años están ahora en riesgo de desaparecer y convertirse para los seres humanos del futuro, uno no muy lejano, en espacios de leyenda como lo son Camelot o Nunca Jamás. Del insecto más pequeño al mamífero más grande, del desierto del Sahara a las selvas del Amazonas, no hay espacio ni hábitat que no se halle amenazado por culpa de la acción antrópica.

En la ficción, abundan las historias en las que los extraterrestres invaden la Tierra con el objeto de destruirla o apropiarse de sus recursos; aunque no sabemos si existen en realidad los alienígenas y si supondrían de existir una amenaza, contamos con una certeza al menos: no nos han hecho falta, nos hemos bastado nosotros solos para dañar gravemente al planeta. Sin embargo, la esperanza de corregir este deterioro también reside al mismo tiempo en la humanidad e igual que nos mostramos críticos frente a nuestros errores, hemos de aplaudir el esfuerzo de quienes dedican sus mejores energías a buscar soluciones a este problema desde los campos más diversos.

Como decía Roosevelt, conservar el entorno natural constituye un ideal democrático en espíritu, propósito y método. La tarea a emprender es democrática tanto en su esencia como en su finalidad, porque persigue que toda generación pueda disfrutar de un mundo igual o mejor al que conocieron las anteriores y vela, especialmente, por el derecho de los sin voz, aquellos que aún están creciendo o que ni siquiera existen todavía. Igual que en política fiscal se procura ajustar los gastos a los ingresos, no es aceptable que un uso abusivo y egoísta de los recursos en el presente deje un ‘descubierto’ en el saldo planetario y prive a quienes han de venir de heredar las maravillas de la Tierra que otros sí pudieron disfrutar.

El método posee también una raíz democrática en la medida en que exige la colaboración de todos, aunque solo será plena cuando no se abandone y se dé apoyo a los que, teniendo que soportar más el impacto de las medidas, cuenten con menos medios para adaptarse. El medio ambiente es más que una simple política sectorial dirigida a un nicho de votantes, ha de tener vocación transversal y proyectarse sobre todos los partidos al margen de la ideología.

Si del sistema estadounidense de parques nacionales dejó dicho el escritor Wallace Stegner que era la mejor idea de América, comprometerse de verdad con la protección del medio ambiente puede ser una de las mejores ideas que jamás haya tenido la humanidad.

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