Por
  • Francisco José Serón Arbeloa

La ley de Mikie de la última reconciliación

pobreza
La llamada ley de Mikie hace compañía a las leyes de Murphy.
HERALDO

Hace poco más de un mes, tuve la oportunidad de presentar un magnífico libro titulado ‘Calidad informativa en la era de la digitalización: fundamentos profesionales vs. infopolución’. En él, veintinueve profesionales del ramo adentran al lector en algunos de los muchos aspectos relacionados con la generación o análisis de una noticia, cuando se tienen en cuenta la era de la digitalización, la profesión y profesionalidad periodística, el lector y su criterio y la polución informativa. Manteniendo siempre presente que objetividad, veracidad, precisión, claridad y concreción sean las cualidades del relato.

En un momento de mi intervención, y partiendo del reconocimiento de que existen algunos sectores de población que son sensibles a la posible perversa influencia de la web, alegué que cuando en el libro se hacía referencia a ella y a ese conjunto de aplicaciones simplonas que han hecho surgir el concepto de redes sociales, se tendía a alterar las verdaderas cualidades o defectos de ese tipo de aplicaciones informáticas, dándoles más valor a su mala influencia del que desde mi punto de vista tienen en realidad, infravalorando normalmente al consumidor o a los grupos de personas implicadas en su uso. Para mí, ese comportamiento es un ejemplo más de la manifiesta atracción por transmitir las conductas anormales más que lo que es regular y que sucede con asiduidad, es decir lo normal o natural. Por lo que he podido leer sobre estadísticas relacionadas con los medios de comunicación, por cada buena noticia de la que se informa, existen a su alrededor otras diecisiete que podríamos adjetivar como malas.

Una profesora periodista que estaba justo en la primera fila y que había participado como coautora, vi que realizaba un gesto con su cara poco aprobatorio de esas palabras. Como no pude hablar con ella al final del acto, no me fue posible explicarle la razón de mi comentario. Terminado el acto y mientras me dirigía hacia casa caminando, le fui dando vueltas al tema del gesto y, para el momento de llegada a la puerta de mi casa, había alcanzado la conclusión de que en realidad los mitómanos no son los periodistas que producen la información, sino que lo somos los lectores de las noticias.

Los medios de comunicación nos dan lo que saben que nos gusta y la pregunta que surgió fue ¿por qué al ser humano nos atraen las malas noticias más que las noticias positivas? Las patologías, los síntomas, los síndromes, los trastornos y las enfermedades de nuestra sociedad nos encantan, aunque puedan llegar a afectarnos emocional o racionalmente. Y además en el momento actual tenemos la posibilidad tecnológica de que cuando encontramos alguna noticia de este tipo, tendemos a compartirla multitudinariamente, razón por la que las redes sociales amplifican geométricamente las malas noticias.

En lo que he leído hasta el momento, he encontrado dos posibles razones para este tipo de comportamiento, seguro que hay más pero como estas no tienen mala pinta se las retransmito. Los neurocientíficos alegan que nuestro cerebro es el resultado evolutivo de seres que lograron prosperar en un entorno hostil y para ello tuvieron que aprender a extraer más información de las situaciones peligrosas y de los dramas cotidianos que de las situaciones más agradables. Es decir, al parecer estamos más predispuestos a fijar la atención en todo aquello que puede poner en peligro nuestro estado de bienestar. La otra explicación proviene del tamaño del ámbito geográfico del medio de comunicación y de su audiencia. Al parecer, los medios dirigidos a grandes audiencias extraen información de entornos geográficos más grandes y tienden por ello a contener un mayor número de noticias negativas.

Poner el foco en que todo va cada vez peor ha creado una visión distorsionada del mundo, como explica muy bien el psicólogo Steven Pinker. Frente a la ‘ley de Murphy’, que dice que "por sí mismas las cosas tienden a ir de mal en peor", opongamos la ‘ley de Mikie de la última reconciliación’: "La vida es dura pero me gusta".

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad de Zaragoza

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