Por
  • J. L. Rodríguez García

Violencia

pobreza
Quien por miedo se ve obligado a callar sufre violencia.
HERALDO

Imagino que hay textos que marcan una vida o amamantan una vocación. Confieso que he vivido durante muchos años aletargado por la idea que encontré en un filósofo del XX: "Nada, ni las fieras ni los microbios pueden ser más terribles para el hombre que una especie inteligente, carnicera, cruel… cuyo fin sería la destrucción del hombre. Esta especie es la nuestra". Al fondo, alentaba Freud y su horror ante el privilegio de la pulsión de Muerte. Retorna esta idea a mi cabeza cuando escucho y leo estos días las numerosas reflexiones dedicadas al análisis de la violencia, sorprendido porque se identifique obsesivamente la violencia con la agresión física.

Y es que entiendo que no es necesaria la agresión física para hablar de violencia: la violencia psicológica contra la infancia o contra la mujer es semejante al uso de la fuerza bruta. Y se puede ser violento, vilmente violento, inoculando el miedo en el otro para anular su pasión por la vida y la libertad. Quienes han combatido algún tipo de dictadura saben que hay sujetos especialmente castigados, pero no desconocen que el sujeto obligado a callar sufre continuamente el oprobio de su silencio. Y viene esto a cuento porque vengo a entender que la violencia más rastrera y peligrosa es la que te obliga a renunciar a ser tú mismo ante el miedo a las seguras represalias. Que te obliga a callar. Se puede ser un tipo violento sin haber dado un sopapo a nadie. Seguro que saben ustedes de qué va la cosa…

J. L. Rodríguez García es catedrático #de Filosofía de la Universidad de Zaragoza

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