Por
  • Chaime Marcuello Servós

Empezar, vivir

Empezar, vivir
Empezar, vivir
Heraldo.es

Hoy, cuando se publica este artículo, llevamos tres días de 2019. Hasta dentro de un par de semanas seguirá siendo el nuevo año. Quizá antes perderá esa condición. Depende de las prisas de cada quien. Si no tuviéramos calendario, no habría nada diferente. La sucesión de noches y lunas se produce de suyo. El sol se levanta por la mañana, se esconde al atardecer. No nos necesita. El tiempo nos pasa, se nos va, nos lleva. Sin embargo, el calendario es algo más que un sistema de representación; es también la conciencia del tiempo que hemos sido y lo que podemos ser. Es una construcción social que, además, tiene su propia data y sus efectos en la percepción de la propia vida.

Fue el papa Gregorio XIII, por el poder que tenía, quien decidió fijar la fecha y poner orden en la medición y sucesión de los días. Tuvo sus argumentos, como explicó en la bula ‘Inter Gravissimas’ de 24 de febrero de 1582. Y no fue cualquier cosa, porque ¡eso sí que era mandar! Ninguno de los poderosos de hoy tiene semejante soberanía. Ni Trump, ni Putin, ni siquiera Xi Jinping, ni el propio papa Francisco son capaces de repetir una hazaña semejante. Solo antes Julio César, en el 708 desde la fundación de Roma, ‘Ad urbe condita’, en el 46 antes de Cristo, impuso el calendario que gobernó Europa y Occidente durante siglos. Pero había detalles que mejorar y el calendario Gregoriano llegó para ajustar los desfases del calendario Juliano. Y nosotros seguimos con esa sucesión implacable, como si no hubiera otro modo de vivir.

De hecho, tengo la sensación de que este modo de representar el tiempo es una argucia tecnológica y política que nos hace olvidar la propia vida. Es decir, en nuestro lenguaje conjugamos en pasado y en futuro, pero se nos va el en sí del vivir. A diferencia de los Pirahä, como ha descrito Daniel L. Everett en ‘No duermas, hay serpientes’, nuestra cosmovisión no se limita al «principio de experiencia inmediata», nos sumergimos en abstracciones. Los estudios de Everett muestran que el lenguaje Pirahä desafía concepciones y teorías de lingüistas consolidados. Recalca esa «falacia de la traducción» que supone que solo hay una realidad humana y todas las explicaciones han de ajustarse a ella. Por eso se empeña en combatir el error «de concluir que el idioma ‘x’ comparte una categoría con el idioma ‘y’ si las categorías se superponen en su referencia». Quizá por ello nos toca pensar mejor cómo vivimos lo que vivimos. El mundo es cómo es. Las cosas son como son, los problemas comienzan al explicar. Pero el principal asunto siempre es cómo vivir aquí y ahora. No ayer, ni mañana.

Precisamente por eso, aquí y ahora, en nuestro contexto, tenemos la imagen de un año nuevo por delante. ¿Qué significa entonces empezar un nuevo año? ¿Quiere decir que nos han concedido trescientos sesenta y cinco nuevos días para nuestra libre disposición? ¿O querrá decir que hemos de olvidarnos de los doce meses del último año? Posiblemente ni lo uno ni lo otro. Parece oportuno recordar a san Agustín, cuando se preguntaba en sus ‘Confesiones’ (Libro XI, capítulo XIV): «¿Qué es, pues, el tiempo?» y el mismo contestaba: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber, que si nada pasase, no habría tiempo pasado; si nada hubiera de venir, no habría tiempo futuro; y si nada hubiese, no habría tiempo presente. ¿Cómo son, pues, aquellos dos tiempos, el pretérito y el futuro, si el pretérito ya no es, y el futuro todavía no es? Y el presente, si fuese siempre presente, y no pasase a pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, lo que hace que el presente sea tiempo, es que pasa a pretérito, ¿cómo decimos que tiene ser una cosa, cuya causa de ser es que no será; de suerte que no podemos decir con verdad que es tiempo, sino porque tiende a no ser?».

No es fácil ni simple responder(se) ante semejantes preguntas. Como tampoco resulta simple explicar qué es vivir cuando empieza un nuevo año de un calendario que alguien puso ahí y esperamos pasar sus hojas como quien cumple con su agenda. Hoy, ahora, es tiempo para empezar, para vivir sintiendo cada bocanada de aire al respirar.

Chaime Marcuello es profesor 

de la Universidad de Zaragoza

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