Tercer Milenio

En colaboración con ITA

'Descifrando Enigma': les presento un enigmático error

Encuentra el error científico presente en este diálogo de la película 'Descifrando Enigma'.

'The imitation game' ('Descifrando Enigma', Morten Tyldum, 2014)
'The imitation game' ('Descifrando Enigma', Morten Tyldum, 2014)
Black Bear Pictures / Ampersand Pictures

La magia del cine también permite que incluso un genio como Alan Turing incurra en un error tan simple como el que encierra este (extenso) diálogo. Menos mal que las películas basadas en hechos reales se permiten momentos de ficción, como es el caso. O eso quiero creer. Porque de no ser así, el verdadero enigma sería averiguar cómo el bando aliado se habría mantenido a flote si esta era la élite de la inteligencia británica. Y si te parece que no es tan sencillo, el truco está en acudir al blog 'Que la ciencia te acompañe'.

El diálogo

-Les presento a Enigma. Los detalles de cada ataque sorpresa, cada convoy secreto y cada submarino en el Atlántico pasan por este trasto y salen transformados en un galimatías.

-Magnífica -murmuró Alan Turing.

-Es la cruel máquina de la muerte -prosiguió el comandante Denistom-. Nuestra sección femenina intercepta a diario miles de mensajes de radio y para las encantadoras jóvenes de la Royal Navy son incongruencias. Solo al ser reintroducidas en Enigma cobran algún sentido.

-Pero tenemos una máquina Enigma -apuntó uno de los criptoanalistas recién reclutados.

-Sí, el servicio secreto polaco la sacó de Berlín.

-¿Cuál es el problema? -insistió entonces el joven- pasen los mensajes interceptados por Enigma y obtendrán…

-¡No es tan sencillo! -le interrumpió impaciente Turing- ¿Verdad? Contar con una máquina Enigma no sirve para descifrar los mensajes.

-Muy bien señor Turing. Para descifrar un mensaje hay que conocer la configuración de la máquina. Los alemanes cambian la configuración todos los días a las doce en punto de la noche. Solemos interceptar los primeros mensajes a eso de las seis de la mañana. Lo cual nos proporciona exactamente dieciocho horas diarias para descifrar el código antes de que cambie y haya que empezar de cero.

-Cinco rotores, diez cables en el clavijero…

-Hacen un millón…

-Mil millones….

-No, ya lo tengo es…

-Un millón de millones.

-Muchos millones evidentemente.

-Más de 150 millones de billones de configuraciones posibles -zanjó Turing.

-159 para ser exactos. 159 trillones de posibilidades… todos los días -intervino otro de los criptoanalistas convocados.

-Caballeros, les presento a Hugh Alexander -dijo con mal disimulado orgullo el comandante Denistom-. Lo he seleccionado personalmente para dirigir esta unidad.

-¿No es usted…?

-El señor Alexander ganó el torneo nacional de ajedrez de Gran Bretaña.

-Dos veces -apuntó modesto Alexander.

-No es usted el único al que se le dan bien los juegos, señor Turing -espetó Denistom.

-¿Debemos trabajar juntos? -inquirió desconcertado Turing- prefiero un despacho propio.

-Son un equipo y trabajarán como tal.

-No tengo tiempo para explicaciones mientras trabajo y me temo que estos hombres solo me retrasarían.

-Si no puede jugar con ellos, no vamos a poder dejarle jugar -intervino el misterioso individuo que hasta ese momento había permanecido apoyado contra una ventana.

-Les presento a Stewart Menzies, MI6.

-Solo hay cinco secciones de inteligencia militar -objetó uno de los criptógrafos- no existe ningún MI6.

-Exacto. Esa es la clave -sonrió Menzies antes de proseguir-. Señor Turing, ¿sabe cuántos soldados británicos han muerto por culpa de Enigma?

-No… no lo sé.

-Tres. Desde que iniciamos esta conversación. Oh, mire -dijo señalando su reloj-, otro más. Confío en que no tuviera familia. La guerra de la que tanto habla el comandante Denistom no la estamos ganando. Descífreme el código y ya veremos -y dirigiéndose al comandante añadió- ¿dejamos a los niños con su juguete nuevo?

-De acuerdo señores -tomó la palabra Stevens despojándose de la chaqueta de su impecable traje- juguemos.

El juego era bastante simple: todos los mensajes alemanes, todas las ofensivas sorpresa, todos los bombardeos y los inminentes ataques de los submarinos flotaban en el aire. Señales de radio que, en fin, cualquier escolar con un receptor de onda media podía interceptar. El truco es que estaban cifradas.

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