Aula conectada

El uso de los teléfonos móviles en las aulas genera polémicas y paradojas.

La conexión a las redes sociales puede ser adictiva.
La conexión a las redes sociales puede ser adictiva.
José Miguel Marco

Hace tres años implanté dos novedades en mi docencia. La primera consiste en que se entra y se sale de mis clases con total libertad. En virtud de la segunda, promuevo el acceso a la red informática en el aula, no solo con fines formativos, sino también como herramienta de comunicación e incluso de entretenimiento. En grupos de cien personas viene muy bien. Prefiero que alguien deje de seguir la materia y teclee en silencio, a que moleste hablando con quien tiene cerca.

La experiencia está siendo positiva, pero he empezado a recibir señales externas en contra de la segunda medida. Lo primero ha sido saber que el filósofo Michael Sandel, reciente Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, prohíbe en sus clases los dispositivos informáticos porque impiden concentrarse. Al mismo tiempo, me entero de que un periodista llamado Leonardo Haberkorn ha renunciado a seguir enseñando, harto de luchar contra el desinterés de la juventud por lo que sucede fuera de las redes sociales incorporadas a sus teléfonos. Y lo definitivo está siendo conocer las tesis del ensayista experto en Internet Evgeny Morozov, que relacionan, con tanta polémica como conocimiento de causa, la economía digital con el desarrollo de sociedades totalitarias.

Así que me pregunto si no sería más ética y más formativa la vieja aula en la que nadie entraba ni salía sin mi permiso y donde la informática estaba restringida. Ambas cosas van unidas. Temo que, si permito el libre acceso al pupitre, pero no a Internet, el flujo del alumnado que salga y entre, para seguir conectado a las redes sociales, llegue a ser insoportable.

jusoz@unizar.es