Cumpleaños feliz

Hay días que, aunque todo vaya mal, son especiales.

Vives de lo que sientes y hasta te sonríes...
Vives de lo que sientes y hasta te sonríes...

Tendemos a pensar que nada puede ir peor que lo que vivimos, a olvidar lo malo del pasado, por pura supervivencia, y a creer en un futuro limpio. Tendemos a hacerlo cada día, cuando nos enfrentamos a los codazos domésticos y aún creemos en nuestra capacidad de asombro ante cualquier cosa, ante el vecino, tus jefes, la señora en la cola de la pescadería o los tejemanejes en el Poder Judicial o la batalla de las fechas electorales.

Pero hay días que son especiales en los que da igual que te bombardee el trabajo, que nadie te coja el teléfono, que no haya manera de sacar un tema adelante y se te bloquee el cerebro de pensar alternativas y veas cómo pasan las horas y con las páginas en blanco. Que ataques la máquina y te saques ese paquete de pan con pipas tan adictivo o de patatas fritas, el mejor ansiolítico de mundo. Hay días en los que nada es importante, ni siquiera ver a Rufián hacer de las suyas, sin pizca de educación; que sigas perdiendo calcetines en la lavadora, que te vuelvas loca buscando lo que no encuentras o que la habitación de tus hijos te aborrezca, a pesar de su edad y del tiempo que te ha rallado ese disco que ya era insoportable cuando tenías su edad, y, porque, cómo vas a seguir diciéndoles lo mismo si te doblan en altura. Porque hay días en los que vives de lo que sientes y se saborea y te sonríes porque es el cumpleaños de tu hija y hasta se te encoge el estómago, porque qué hay más importante que ella, que ellos, que crecen y se van... Me lo digo cuando me pongo hecha una fiera, y los veo como niños, y se me ponen pegados en mitad del grito, me dicen cuatro cosas, me hacen reír, y se acabó todo.