Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El fútbol nos hace infelices, viva el fútbol

¿Cómo de felices nos hacen los resultados de los partidos? Que tu equipo pierda supone de media una pérdida de felicidad de 7,8 puntos, el doble respecto a la victoria.

Una seguidora de la selección iraní, durante el partido Irán-España
Una seguidora de la selección iraní durante el partido Irán-España
EFE/EPA/Robert Ghement

El fútbol tiene su literatura y tiene su ciencia, y a veces parecen esforzarse por coincidir. Ahora que ha vuelto el Mundial, esto de Orwell, justo al acabar la II Gran Guerra: "Fútbol, un deporte en el que todo el mundo sale herido y cada nación tiene su propio estilo de juego que parece injusto a los extranjeros". También ahora un mucho más reciente estudio científico por investigadores de la Universidad de Sussex: “El fútbol es el deporte nacional de la mayoría del planeta. Este artículo examina cómo de felices nos hacen los resultados de los partidos (…) Encontramos que el fútbol, en promedio, nos hace infelices”.

Y la pregunta: ¿por qué pasar entonces por el dolor de seguir a un equipo de fútbol?

Los autores del artículo se dedican a la economía conductual, una rama que estudia los factores psicológicos, emocionales o sociales que afectan a la toma de decisiones con repercusión económica. Y vaya si el fútbol puede afectar a la economía. Tiempo atrás desarrollaron una app a la que llamaron Mappiness, una aplicación que usan hasta 32.000 personas del Reino Unido y que les pregunta de forma repetida y aleatoria por cómo se sienten y qué es lo que hacen en diversos momentos. Tras toda una serie de modelos y comprobaciones para minimizar errores y (hasta cierto punto inevitables) sesgos, estas son las conclusiones:

En promedio, la victoria del equipo al que se anima sube el porcentaje de felicidad 3,9 puntos en la hora siguiente al partido, diluyéndose a 1,3 y a 1,1 puntos a las dos y tres horas, respectivamente. Los porcentajes varían según el equipo sea más o menos favorito, según se espere más o menos la victoria, pero en cualquier caso se disparan si, en lugar de verlo por la televisión, se vive en el propio estadio: se disparan al punto de ser comparables con “la felicidad comunicada tras hacer el amor”.

Sin embargo, la derrota es mucho peor. Que tu equipo pierda supone de media una pérdida de felicidad de 7,8 puntos, el doble respecto a la victoria. Y se mantiene alrededor de 3 puntos a la hora y a las dos horas, manteniendo incluso un efecto resaca a la mañana siguiente, especialmente si el partido ha sido por la tarde-noche y entre semana.

¿Por qué entonces el éxito del fútbol? ¿Por qué la irracionalidad de una afición propensa a la infelicidad?

Igual tenía razón Nick Hornby cuando escribía en 'Fiebre en las gradas': “La verdad es así de simple: durante largos ratos de un día normal y corriente, soy un perfecto idiota”. Los autores del artículo desarrollan algo más las posibles explicaciones: podría ser que los seguidores de un equipo tiendan a sobreestimar sus posibilidades de victoria o que el estudio no recoja los beneficios de sentirse parte de un grupo, de pertenecer “a una tribu”.

Hay algo irracional en seguir a un equipo de fútbol: una lógica difusa en seguirlo solo por compartir origen (y puede haber además muchos equipos para escoger en el lugar de origen), por seguir la historia familiar o por ir precisamente contra la historia familiar. Más extraña aún si recordamos lo que decía Galeano (porque además parece llevar razón): “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”. Difícilmente explicable desde la racionalidad si resulta que además, y en conjunto, el fútbol resta felicidad.

Los autores del artículo recogen otra posibilidad tratando de explicarlo: la adicción. Podría resultar que ser hincha de un equipo de fútbol fuera, simplemente o al menos en parte, algo adictivo. Si hablamos del Mundial, ¿podría entenderse el patriotismo extremo como una forma de adicción? Juan Tallón, en El País: “Sin darte cuenta serás islandés, coreano, costarricense, portugués, quizás iraní. En un Mundial no conviene ser de aquí o de allí. Nadie debe conformarse con ser de su selección y punto. Menudo suicidio”.

Miren también cómo, en el New York Times, trata de escapar de ahí el argentino Caparrós, fan de nuestra descabezada selección: “Yo, en esta sencilla pero emotiva ceremonia, me constituyo en el hincha más ferviente de la banda ibérica: ojalá que así, improvisada, acéfala, gane y gane y gane. Si lo hiciera terminaría de demostrar que, para mis compatriotas españoles, los gobiernos son un mal (in)necesario.

Y entonces sí que temblaría la madre de todas las ficciones”.

Pero más allá (o más acá) de la adicción, los autores también mencionan otra posibilidad: el valor de la curiosidad. Dicen: “quizás también la respuesta esté en parte en el placer de anticipar el espectáculo de un partido de fútbol. Disfrutamos del desarrollo del drama y tenemos una curiosidad natural por ver cómo termina la historia”.

La pregunta era: ¿por qué pasar entonces por el dolor de seguir a un equipo de fútbol?

Quizás porque no está muy alejado de lo que es la vida, en general.

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