Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La ciencia en las novelas de Umberto Eco

Navegando entre las páginas de una de sus novelas nació la idea de una exposición sobre la ciencia presente en las novelas de Umberto Eco, una ‘Eco-logía’, que puede visitarse en el Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología en su sede de La Coruña. Letras y ciencias, ciencias y letras que permiten apreciar cómo han evolucionado y cambiado los instrumentos y los intereses científicos a lo largo de la historia.

Exposición 'Eco-logía. La ciencia en las novelas de Umberto Eco'
Exposición Eco-logía. La ciencia en las novelas de Umberto Eco

‘La isla del día de antes’, la tercera novela de Umberto Eco, es un libro ambientado en un navío a la deriva en aguas ignotas del hemisferio austral. En la época de las grandes travesías oceánicas de exploración, descubrimiento y estudio de los fenómenos físicos que gobernaban el mundo natural bajo el impulso del racionalismo científico que dominaba el siglo XVII. Un barco, además, cuya principal y secreta misión consistía en intentar resolver el problema de la longitud, esto es, encontrar un sistema eficaz para determinarla en alta mar. Y, en consecuencia, equipado con toda suerte de aparatos e instrumentos científicos para tal fin.

Pero no es la única ciencia presente en las novelas del autor. Umberto Eco noveló poco –apenas siete novelas–, pero noveló bien. Antes de escribir cada una de sus obras se preparaba y documentaba de forma exhaustiva sobre los temas y materias que iba abordar. Además, sentía una gran curiosidad e interés por la ciencia y la tecnología, por sus instrumentos y sus inventos. No en vano en 1961 publicó una ‘Historia visual de los inventos’. Inevitablemente, lo científico y lo tecnológico juegan un papel preponderante en gran parte de sus obras. Bien como eje vertebrador, bien como telón de fondo y espléndido atrezo.

Releyendo sus obras se constata que casi cada párrafo constituye un exquisito ejercicio de documentación, pues están repletos de referencias, datos y alusiones a hechos de la historia de la ciencia verídicos, para deleite del lector erudito. Una suerte de guiño constante solo al alcance de los ‘iniciados’, de sus iguales.

Eco-logía

Se muestra en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT) de La Coruña la exposición titulada ‘Eco-logía. La ciencia en las novelas de Umberto Eco’. Propone un recorrido con ojos científicos por cuatro de sus novelas: ‘El nombre de la rosa’; ‘El péndulo de Foucault’; ‘La isla del día de antes’; y ‘El cementerio de Praga’. Como cada una de ellas está ambientada en un entorno y en una época histórica diferente, esta distribución permite apreciar cómo han evolucionado y cambiado los instrumentos y los intereses científicos a lo largo de la historia.

‘El nombre de la rosa’ se desarrolla a finales de la Edad Media, en una abadía franciscana de 1437, en los preámbulos del Renacimiento. Y los instrumentos que presenta son, en su mayor parte, aún rudimentarios, básicos (fuelles de fragua, espejos, brújulas o alambiques). ‘La isla del día de antes’, está ambientada en el siglo XVII, la época de las grandes exploraciones científicas; del racionalismo; y de instrumentos mucho más delicados, precisos y exquisitos, muchos de ellos ópticos o con intrincados mecanismos (microscopios, telescopios, relojes…). ‘El cementerio de Praga’ transcurre en el siglo XIX, en plena revolución industrial. Una época en la que la tecnología primaba la funcionalidad y la eficacia; la producción en masa y la mecanización de los trabajos; y alumbrada por la incipiente energía eléctrica (máquinas de coser y escribir, pilas electroquímicas…). Por su parte, ‘El péndulo de Foucault’ tiene como escenario principal un museo de ciencia, con lo que sus páginas constituyen un verdadero compendio de muchos de los instrumentos más conocidos y famosos de la historia de la ciencia (desde la eolípila de Herón a las esferas de Magdeburgo).

Estimular la imaginación del lector científicamente
El planteamiento de la exposición ‘Eco-logía. La ciencia en las novelas de Umberto Eco’ lo brinda un texto suyo extraído de ‘El péndulo de Foucault’: "–Esta historia (de los metales) debe ser algo espléndido, aún diría más, bonito. Popular, accesible, pero científica. Debe estimular la imaginación del lector, pero científicamente. Le daré un ejemplo. Leo aquí, en los primeros borradores, que había esta esfera, ¿cómo se llama?, de Magdeburgo, dos semiesferas aparejadas en cuyo interior se hace el vacío. Les enganchan dos yuntas de caballos percherones, uno de cada lado, y tira que te tira, pero las dos semiesferas no se separan. Pues bien, ésta es una información científica. Pero usted debe localizármela entre todas las demás, menos pintorescas. Y una vez individualizada, debe encontrarme la imagen, el fresco, el óleo, lo que sea. De la época".

Esto hace la exposición del Muncyt. Para estimular la imaginación del lector con rigor científico, nada mejor que recurrir a las espléndidas descripciones y explicaciones científicas que el propio Eco nos brinda en sus novelas; y, una vez localizados estos fragmentos entre todos los demás, acompañarlos de un ejemplar del aparato, instrumento científico o invento. De la época y de la colección del Muncyt, donde se ubica la muestra. Todo ello se completa con ilustraciones y un ámbito interactivo, con juegos y experiencias basados asimismo en descripciones presentes en las cuatro novelas seleccionadas: ‘El nombre de la rosa’; ‘El péndulo de Foucault’; ‘La isla del día de antes’; y ‘El cementerio de Praga’.

La muestra, que permanecerá abierta durante todo 2018, se puso en marcha en 2016, año en que se conmemoraba el 150 aniversario de la acuñación del término ecología ('Oekologie', 'Ökologie') por Ernst Haeckel, en 1866. Y asimismo se cumplían treinta años del estreno de la adaptación cinematográfica de ‘El nombre de la rosa’, la primera novela de Umberto Eco.

‘El nombre de la rosa’. Rudimentarios instrumentos medievales
"–Se ha logrado fabricar una máquina como esa, y algunos navegantes la han utilizado. No necesita del sol, ni de las estrellas, porque aprovecha la fuerza de una piedra prodigiosa, similar a la que vimos en el hospital de Severino, aquella que atrae al hierro. Además de Bacon, la estudió un mago picardo, Pierre de Maricourt, quien describe sus múltiples usos.

–¿Y vos podríais construirla?

–No es muy difícil. Esa piedra puede usarse para obtener muchas cosas prodigiosas. Por ejemplo una máquina capaz de moverse perpetuamente sin intervención de fuerza exterior alguna. Pero ha sido también un sabio árabe, Baylek al Qabayaki, quien ha descrito la manera más sencilla de utilizarla. Coges un vaso lleno de agua y pones a flotar un corcho en el que has clavado una aguja de hierro. Luego pasas la piedra magnética sobre la superficie del agua, moviéndola en círculo, hasta que la aguja adquiera las mismas propiedades que tiene la piedra".

Una piedra prodigiosa en el corazón de las brújulas

La brújula fue inventada en China, en torno al siglo II d. C. Las primeras consistían en pequeñas piedras imán o agujas magnetizadas suspendidas en el aire o en el agua. Las brújulas tradicionales aparecieron en Italia en el siglo XIV. Para los marinos suponía contar con un instrumento que permitía orientarse y alejarse de la costa propiciando el auge de la navegación comercial y el florecimiento de las ciudades estado italianas.

‘La isla del día de antes’. En tiempos de la óptica y el mecanismo
"–Habrás oído hablar de aquesse astrónomo florentino que para explicar el Universo valiose del anteojo de larga vista, hipérbole de los ojos, y con el anteojo vio lo que los ojos solo imaginaron…".

"… Galilei había extraído caprichos de una premisa que en sí era justísima, y es decir, robar la idea del anteojo de larga vista a los flamencos (que lo usaban solo para mirar los navíos en el puerto), y apuntar aquel instrumento hacia el cielo. Y allí, entre tantas otras cosas que el padre Caspar no soñaba poner en duda, había descubierto que Júpiter, Jove lo llamaba ese Galilei, tenía cuatro satélites, como decir cuatro lunas, jamás vistas desde los orígenes del mundo hasta aquellos tiempos. Cuatro estrellitas que giraban a su alrededor, mientras él giraba alrededor del sol".

El anteojo de larga vista apunta al cielo

El fabricante holandés de lentes y gafas Hans Lippershey es considerado el inventor ‘oficial’ del anteojo. En un principio fue denominado como ‘kijker’ (‘mirador’, en neerlandés), al estar destinado a fines militares, como espiar las naves y tropas enemigas. El primero en emplearlo para observar cuerpos celestes fue Galileo, quien construyó un aparato mejorado, capaz de aumentar 30 veces la imagen.

‘El péndulo de Foucault’. Historia de la ciencia en el museo
"... o de esta delicada reproducción en miniatura, en verdad algo tardía, de la pila eólica de Herón, donde si se activara este hornillo de alcohol que le sirve de contenedor, el aire recluido en la esfera, calentándose, se escaparía por estos diminutos orificios y provocaría su rotación. Mágico instrumento que ya utilizaban los sacerdotes egipcios en sus santuarios, como nos repiten muchos textos ilustres. Ellos lo utilizaban para fingir un prodigio, y las masas el prodigio veneraban, pero el verdadero prodigio consiste en la ley áurea que determina su mecánica secreta y simple, aérea y elemental, aire y fuego. Y esa es la sabiduría que los hombres de nuestra Antigüedad poseyeron, y los de la alquimia, y que los constructores de ciclotrones han perdido".

La primera máquina de vapor

Herón de Alejandría (siglo I d.C.), además de matemático, fue un reconocido ingeniero e inventor. Diseñó y creó numerosos aparatos e ingenios que funcionaban bajo la acción combinada de agua, fuego, aire, poleas y engranajes, merced a su dominio de la mecánica y la dinámica de fluidos. La eolípila o pila de Herón es su invención más famosa: una esfera hueca con dos salidas en ángulo en puntos opuestos y conectada a dos tubos huecos que ascienden de una caldera con agua. Al encender la fuente de calor, el agua de la caldera se convertía en vapor, que ascendía por los tubos hasta la esfera, haciéndola rotar a gran velocidad al escapar por las salidas. La eolípila se considera la primera máquina de vapor y precursora de la turbina. Una creación destinada a sorprender e impresionar a los espectadores.

‘El cementerio de Praga’. Plena revolución industrial
"Un despertador cualquiera, como este, con tal de que se conozca el mecanismo interno que hace saltar la alarma a la hora deseada. Luego una pila que, activada desde el despertador, acciona el detonador.

Yo soy un hombre a la antigua, y usaría esta batería, denominada Daniel Cell. En este tipo de pilas, a diferencia de las voltaicas, se usan sobre todo elementos líquidos. Se trata de llenar un pequeño contenedor a medias con sulfato de cobre y la otra mitad con sulfato de zinc. En el estrato de cobre se introduce un platillo de cobre y en el de zinc, un platillo de zinc. Las extremidades de los dos platillos obviamente representan los dos polos de la pila. ¿Claro?

–Hasta ahora sí.

–Bien. El único problema es que con una Daniel Cell hay que poner atención al transportarla".

La pila más delicada

Esta pila fue inventada por el químico inglés John Frederick Daniell en 1836. A diferencia de la voltaica, la pila de Daniell consta de dos electrodos de zinc y cobre inmersos en sendas soluciones de sus iones en dos recipientes separados por una barrera porosa. Con ello se aumenta la durabilidad pero su manipulación es difícil y delicada. A finales del siglo XIX, la investigación en pilas eléctricas experimentó un gran impulso con la aparición de numerosos modelos y diseños que, intentaban superar las limitaciones de sus predecesoras suministrando más energía durante más tiempo, con un formato más pequeño y manejable.

Miguel Barral Comisario de la exposición ‘Eco-logía. La ciencia en las novelas de Umberto Eco’

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