Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Qué nos dice el niño que habla con Siri de la interacción con chatbots

Un niño habla con una máquina preprogramada y no parece darse cuenta. Es lo que ocurre en una conversación que se ha hecho viral.

Un audio entre un niño y Siri se ha hecho viral
Un audio entre un niño y Siri se ha hecho viral

Un niño y el asistente de voz de una conocida marca de 'smartphones' mantienen un diálogo. El niño podría estar jugando a imitar que habla con un adulto, pero su espontaneidad y naturalidad nos lleva a pensar que no es así. ¿Estará jugando o no? Es una pregunta relevante porque los 'chatbots' (o avatares de conversación) muestran un sinfín de imperfecciones en el uso que hacen del lenguaje natural. Limitaciones que a cualquier adulto le indicarían que allí detrás solo hay una máquina intentando aparentar que es un humano. Tomemos este episodio y elucubremos qué puede estar ocurriendo. Responder a la pregunta exige revisar las contribuciones de dos de los más importantes científicos del siglo XX: el famoso pedagogo Jean Piaget y el malogrado matemático Alan Turing.

Según Piaget, el juego infantil es esencial para el desarrollo cognitivo y constituye el modo en que los niños capturan las lógicas del funcionamiento de la realidad. En una primera etapa, el juego es un simple ejercicio sensomotor que sirve básicamente para explorar límites corporales y de movimiento, pero a partir de los 2 años comienza a surgir un tipo de juego más abstracto denominado 'juego simbólico'. Es entonces cuando los niños viven fantasías que les permiten experimentar 'en forma de ensayo' situaciones irreales de las que extraen consecuencias útiles para enfrentarse a otras que podrían suceder en su propia vida. Un ejercicio virtual que les prepara para el futuro y en las que se convierten en protagonistas de aventuras sin ninguno de los riesgos que la realidad implica.

Suspensión de la realidad

Desde una perspectiva de madurez mental, lo más interesante es que los niños parecen vivir, mientras juegan, una 'esquizofrénica' dualidad: mediante la ficción, salen de la realidad pero sin dejar nunca de ser conscientes de que siguen estando en ella. A este fenómeno se le conoce como 'suspensión de realidad' y es imprescindible, por ejemplo, para otorgarles credibilidad a las peripecias de dibujos animados o marionetas.

Estos procesos evolucionan hacia etapas cada vez más simbólicas en el juego. El niño empieza simulando que habla por teléfono tomando en su mano uno de juguete; con el tiempo, la simulación se vuelve más abstracta y la realiza con ayuda de un objeto cualquiera (por ejemplo, el plátano de su merienda es ahora el nuevo auricular); finalmente, en esta progresión, un simple gesto con su propia mano (sin objeto que agarrar) le permite representar que mantiene una conversación telefónica.

Lo que mostraría este audio viral es que la tecnología podría romper esta secuencia entre juego y realidad. El avatar parece lograr lo que pocos programas de ordenador han conseguido: superar el test de Turing. Expuesto por el famoso matemático británico Alan Turing hace más de sesenta años, este test es un criterio para determinar si un computador es inteligente a partir de la interacción lingüística con un humano. El test sugiere que si encontramos una máquina capaz de hacernos creer que es otra persona, debemos resignarnos y atribuirle tanta inteligencia como a nosotros. Constituye un criterio operativo muy elemental, por lo que, con un tiempo de interacción suficiente, lo habitual es que cualquiera pueda desvelar cuándo nos enfrentamos a un software imitador de un humano.

La clave reside en que la inteligencia de una máquina que nos habla es muy diferente a la nuestra. Su diseño implica que, frente a una conversación, el artefacto siempre adopta una actitud distanciada, objetiva, especializada en la deducción a partir de la exploración del contenido de los mensajes que recibe. Sin embargo, existen aspectos en la comunicación humana que no son el resultado de ningún análisis.

Algunas de las capacidades expresivas que nos caracterizan, y que ya existen en los bebés, nos permiten participar en interacciones con nuestros progenitores antes de poder hablar ni de explicar nuestra conducta. Son capacidades que aparecen a edades muy tempranas y no desaparecen para ser sustituidas por nuevas aptitudes cognitivas, más maduras y analíticas, que emergen con el inicio del lenguaje. Al contrario, perviven como soporte natural de nuestras interacciones generando una experiencia psicológica esencial para los procesos de socialización que va más allá de un análisis de las frases de un interlocutor con el fin de extraer el mensaje que pretende transmitir.

Las máquinas no pueden adoptar esta perspectiva participativa en este tipo de diálogos simulados. Estos elementos que son esenciales en cualquier situación comunicativa, no están presentes. Y son básicos para que funcione correctamente la comunicación entre humanos.

¿Cambiará nuestra forma de comunicarnos?

¿Podría la digitalización de todo nuestro mundo - también de nuestras interacciones- desacoplarnos de nuestro bagaje biológico y reducir la forma de relacionarnos con el mundo a través solo del análisis? ¿Podría para un nativo digital ser indistinguible una máquina parlante de un ser humano al reducirse la comunicación a solo una dimensión comunicativa? No lo sabemos, no conocemos aún los efectos cognitivos que el ecosistema tecnológico en el que habitamos puede provocar en los más pequeños. Y aunque el audio que ha servido como excusa para esta reflexión podría no contener ningún indicio significativo, un principio de precaución debería guiarnos.

Desde hace años, la noción de nativos digitales se ha concebido como algo inevitable que exigía a los adultos actualizarse para entender a una nueva generación de niños con capacidades cognitivas 2.0. Hoy, el mismo concepto de nativos digitales podría estar en crisis. Nadie es nativo digital porque toda tecnología se aprende. Y sabemos perfectamente que no es neutra, sino que está diseñada para capturar nuestra atención y explotar nuestros sesgos de credibilidad.

Los algoritmos que monitorizan nuestro comportamiento en las redes están diseñados para explotar nuestras vulnerabilidades psicológicas y llevarnos a consumir la mayor cantidad posible de tiempo y de atención consciente. No sabemos cuánto ganaremos y perderemos en este proceso de transformación digital. No sabemos si el contexto tecnológico en el que se despliega el desarrollo cognitivo infantil podría cambiar cualitativamente el modo de entender el mundo natural y el mundo social. No sabemos, en definitiva, si en el futuro los niños sabrán distinguir, mediante el diálogo, si tratan con un igual o con una máquina.

Manuel G. Bedia pertenece al Interactive Systems, Adaptivity, Autonomy and Cognition Lab (ISAAC Lab). Instituto de Investigación en Ingeniería de Aragón (I3A)

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