Después de que te sobrecoja la belleza de un cielo estrellado, un bosque frondoso, un mar de nubes, un acantilado o un océano de color turquesa, ya no vuelves a ser el mismo. El asombro, la sensación de lo sublime, nos cambia. Nos vuelve más cooperadores, más éticos y más generosos, según nos cuenta Sergio Parra en el blog 'El observador de la belleza'.

Uno de los primeros científicos en tratar de desentrañar esta cascada de sensaciones casi místicas fue el psicólogo Dacher Keltner, de la Universidad de California, Berkeley. "Junto a Jonathan Haidt, de la Universidad de Nueva York, publicó en 2003 la primera definición de este sentimiento de sobrecogimiento: la sensación de ponernos delante de algo vasto, que trasciende nuestro marco de referencia", nos cuenta el bloguero. Como un sentido de la maravilla, pero más intelectual. Cuando experimentamos sobrecogimiento, cuando nos sentimos admirados e inspirados por grandes proezas del ser humano o grandes despliegues del poder de la naturaleza, entonces nos vemos inclinados a compartir la sensación. Y a cooperar.

Y hay más. El neurocientífico Michiel van Elk, de la Universidad de Ámsterdam, Países Bajos,  descubrió que mientras miramos vídeos sobrecogedores sentimos que nuestros cuerpos menguan, que son físicamente más pequeños que viendo vídeos divertidos o sencillamente neutros. Lo achaca a que lo que nos sobrecoge anula parte del Yo.

Al quitarnos importancia a nosotros mismos, también reducimos el estrés y la incertidumbre. un equipo de la Universidad Estatal de Arizona descubrió que el asombro activa el sistema nervioso parasimpático, que trabaja para calmar la respuesta de lucha o huida. Además de que aumentan nuestra curiosidad y creatividad cuando estamos sobrecogidos.