Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Monegros, áridos paisajes de agua

Fuera de los focos que iluminan la montaña, al abrigo de casi todas las miradas, el paisaje de los Monegros exhibe una geología fascinante y decisiva. Un territorio seco y adusto que en el pasado fue un paisaje de agua. Ríos y lagos que ya no existen pero cuyas huellas inundan hoy el reino del secano. El encanto de lo discreto, solo para miradas sin prejuicios

Torre de arenisca: un relieve típico de los Monegros
Torre de arenisca: un relieve típico de los Monegros
Ánchel Belmonte Ribas

A veces le pedimos imposibles a nuestra imaginación. Mientras uno recorre –a menudo en solitario– los espacios abiertos monegrinos, observa el más típico secano aragonés apenas maquillado por los nuevos regadíos. Quién diría que, hace unos quince o veinte millones de años, este paisaje estaba surcado por centenares de ríos.

¿Cuál era la imagen general? El levantamiento del Pirineo estaba, prácticamente, finalizado. La erosión era intensa y las montañas se iban limando y adquiriendo formas redondeadas y suaves. Todos los sedimentos arrancados a la vertiente sur de las montañas iban a parar al valle del Ebro. Este valle no tenía salida al Mediterráneo, era una cuenca confinada por el Pirineo, la cordillera Ibérica y la Costero Catalana. Un sinfín de pequeños cauces fluviales ocupaban el somontano pirenaico y los actuales Monegros. Se rellenaban de manera rápida con la arena que los ríos transportaban y, cuando eso ocurría, el cauce migraba lateralmente: un río daba el relevo a otro río. Desde sus orillas, amplias llanuras de inundación se cubrían de limos y arcilla en los momentos de crecidas. Como resultado, miles de metros de areniscas y arcillas rellenan hoy las planicies al pie del Pirineo.

Al recorrer las pequeñas carreteras monegrinas (si no conduces tú) observa los taludes. A menudo cortan transversalmente estas capas alternantes de areniscas y arcillas. En los estratos de arenisca se observan bases curvadas y finas láminas dentro, son los viejos cauces fluviales petrificados. La evidencia de un pasado de agua convertida en roca.

Con sus granos de arena pobremente cementados, el clima nunca ha tenido mucha piedad de esta roca. De cerca, el número de arabescos que la arañan son casi infinitos, casi increíbles. El juego de luces y sombras que adquieren al caer la tarde atrapan como lo hace mirar al fuego. A diferencia de lo que el imaginario popular piensa, el papel del viento en esta faena es secundario. Se limita a evacuar los granos de arena que otros procesos desprenden.

De manera tozuda, miles de fracturas cuartean la roca y permiten el acceso al agua de lluvia. La erosión consigue así individualizar volúmenes de roca, en ocasiones capaces de permanecer erguidos formando esbeltas formas llamadas torrollones, agujas o tozales. Algún arco, incluso, ejerce de ventana natural a un horizonte casi infinito. La alternancia de estratos duros (arenisca) y blandos (arcilla) genera también relieves en graderío, laderas escalonadas que invitan a ganar altura y dejar que la vista se pierda.

Laberinto de relieves

Los Monegros, aparente llanura, son en la distancia corta un laberinto de pequeñas sierras, de relieves en torres y barrancos estrechos. De sedimentos venidos de la montaña y cortados a cuchillo por una erosión imparable. Con los despojos del Pirineo, en los Monegros se ha formado un paisaje sencillo y fascinante. Perderse en Gabarda, Jubierre o Robres es, para entender algo, esencial. Al norte los Pirineos y al sur un Ebro que no siempre fue río. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos

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