Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El asco, la repulsión hecha emoción

En el grupo de las emociones primarias, junto a aquellas tan pasionales como la alegría o la ira, existe otra que durante mucho tiempo ha ido en el vagón de cola: el asco. Descrita por Darwin en el siglo XIX, esta aversión nos protege frente a peligros potenciales. Aunque hay algunos como los tejidos infectados que desagradan a cualquier persona, otros tienen que ver con contextos culturales. Sufrir más asco de lo normal puede ser patológico.

En el trastorno obsesivo-compulsivo, el asco lleva al paciente a lavarse las manos muchas veces
En el trastorno obsesivo-compulsivo, el asco lleva al paciente a lavarse las manos muchas veces
L. Pine

Las cucarachas, un reguero de sangre o la comida pudriéndose tienen algo en común: nos dan asco. Esta emoción tan primitiva como poco deseable cumple una función protectora. "El asco nos protege de posibles peligros de enfermedad o contaminación", explica Bonifacio Sandín, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Según cada persona, la sensibilidad al asco variará y a unas les causarán repulsión unos estímulos que a otras no. Por ejemplo, hay quien no puede ver muchos agujeros pequeños muy juntos –como en un panal de abejas– y sufre lo que se conoce como tripofobia.

En el libro ‘Yo soy yo y mis parásitos’ (2017), la periodista Kathleen McAuliffe dedica un capítulo a la que denomina la emoción olvidada. Más allá de los ejemplos clásicos como la sangre o los parásitos que provocan repulsión porque pueden transmitir enfermedades, hay otros casos, como la citada tripofobia o el acné que no tienen una explicación tan evidente. "La respuesta probable es que las espinillas llevan a pensar en las pústulas asociadas a enfermedades como la viruela, el sarampión o la varicela", apunta la periodista en su libro.

Fue Charles Darwin el primero en prestar atención a esta emoción muy poco querida. En su libro ‘La expresión de las emociones en el hombre y en los animales’ (1872) define al asco como algo ‘repugnante’ que tiene relación con el sentido del gusto pero también con cualquier cosa que provoque esa reacción a través del olfato, el tacto y la vista. Además describió su genuina expresión facial, similar a cuando vamos a vomitar. Como recuerda McAuliffe, el naturalista escribió a ‘colegas’ situados en diferentes partes del mundo para averiguar si ese gesto era común en las diferentes comunidades nativas. Las reacciones resultaron ser idénticas.

El catedrático de Psicología Paul Rozin es una referencia mundial en el estudio de esta emoción. A sus 82 años, hace balance de cómo ha avanzado la investigación. "Aparte de Darwin y Angyal, un psicoanalista de la década de 1940, el asco apenas fue estudiado por otros científicos, aunque se reconoció ampliamente en psicología como una de las cinco o seis emociones básicas", destaca el experto de la Universidad de Pensilvania (EE. UU.). Fue a principios del siglo XXI cuando la investigación en esta área empezó a despuntar.

El peso cultural

Más allá de su función protectora frente a elementos contaminados o potencialmente dañinos para el organismo, Rozin recalca que esta emoción también puede llevar a evitar determinadas actividades o personas, donde influye el componente cultural. "El asco se extiende con la evolución cultural a una forma de comunicar el rechazo hacia una amplia gama de cosas que la cultura considera ofensivas, incluyendo ciertos tipos de violaciones morales hacia otros", señala. La repulsión que pueden despertar los asesinos en serie o quienes agreden a menores se enmarca dentro de un contexto cultural que censura este tipo de comportamientos.

Gonzalo Arrondo, investigador del grupo Mente-Cerebro del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad Navarra, diferencia entre dos tipos de asco: el puramente biológico, que nos protege de elementos que pudieran hacernos daño, y el social, "que cumple la misma función: alejarnos de las cosas que nuestra sociedad considera nocivas", puntualiza.

En algunas culturas algo puede causar repulsión pero en otras no, como la comida fermentada típica de los países asiáticos, que no es habitual en otras regiones. De la misma forma, en unas sociedades al perro se le considera el mejor amigo del hombre mientras que en otras se le ve como un animal sucio. Llevándolo al extremo, en las tradicionales castas de la India se puede llegar a tener en cuenta el estrato social de la persona a la hora de relacionarse con ella.

La huella cerebral

Como el resto de las emociones, el asco deja su huella en el cerebro. Imágenes de resonancia magnética funcional han mostrado que en la repulsión provocada por imágenes desagradables, olores, pensamientos o por otras caras de asco se activan tres áreas que están interconectadas: la ínsula anterior –relacionada con el olfato y el gusto–, los ganglios basales –asociados al movimiento– y algunas partes de la corteza prefrontal –relacionada con los pensamientos–.

El cerebro tiene que ver con los componentes principales de la emoción como son el comportamiento (de rechazo o distancia), la parte fisiológica que es la náusea, la expresión facial de desagrado y el qualia, es decir, el componente emocional.

¿Cuándo deja de ser una emoción primaria y se convierte en una patología? "La diferencia entre el asco normal y el patológico es de grado", indica Sandín. Cuando las reacciones de desagrado son excesivas, producen un malestar significativo y alteran el funcionamiento diario estaríamos ante casos de asco patológico, según el experto.

Asociado a trastornos

Trastornos como el obsesivo-compulsivo (TOC), de la alimentación, disfunciones sexuales y determinadas fobias llevan asociadas respuestas de asco. En el caso del TOC los pacientes sienten repulsión y temor a contaminarse. Con fobias hacia los animales como arañas, serpientes, ratas, cucarachas o gusanos se expresa asco a que transmitan enfermedades, mientras que la fobia a la sangre, inyecciones y heridas puede ser un problema grave si impide al paciente que se le practiquen pruebas o intervenciones quirúrgicas.

El asco, la repulsión hecha emoción

En el trastorno obsesivo-compulsivo, el asco lleva al paciente a lavarse las manos muchas veces. L. Pine

Aunque las fobias impliquen un temor irracional, "estos trastornos parece que se asocian más al asco que al miedo", matiza el catedrático de la Uned. El trastorno límite de la personalidad también conlleva respuestas de desagrado, que suelen dirigirse hacia el propio paciente. "Es muy habitual que en estas personas, partes de su cuerpo les den asco", comenta Gonzalo Arrondo.

Si la aversión se convierte en algo patológico tendrá que ser diagnosticada y tratada por un especialista. Según el investigador de la Universidad de Navarra, el tratamiento más habitual será el cognitivo-conductual, que implica preparar poco a poco a la persona para acercarse a aquello que le provoque asco hasta conseguir que pueda vivir con ello. Cuando la repulsión se mueve dentro de unos niveles considerados normales, no hay que alarmarse. No es más que un ‘asqueroso’ mecanismo de defensa.

¿Los animales sienten asco?
En un experimento sobre nuevos sabores, un equipo de investigadores utilizó moscas de la fruta. Si les suministraban dosis elevadas de calcio –que es algo amargo y ácido– mezclado con azúcar, los insectos lo rechazaban porque su cerebro identificaba esos niveles como nocivos para su organismo.

En el caso de roedores, ocurre algo parecido. "Si a las ratas les das quinina, que es muy amarga, pondrán una expresión facial de desagrado análoga a la de los humanos", declara Arrondo. ¿Significa eso que sientan asco? Según Rozin y otros autores, los animales no son capaces de sentir esta emoción, aunque aún no está claro que el asco sea una cualidad exclusivamente humana.

Cuando el sexo provoca aversión
A algunas personas, determinadas prácticas sexuales les pueden producir asco o incluso llegan a rechazar practicar sexo en su conjunto. El miedo, la repulsión y la vergüenza se entremezclan sin que haya una clara línea divisoria. En una reciente entrevista al diario ‘The Sun’, la actriz Jennifer Lawrence reconocía no mantener relaciones sexuales con frecuencia por miedo a los gérmenes.

Esta disfunción sexual también está relacionada con otros trastornos. "Una tercera parte de los pacientes del trastorno obsesivo-compulsivo no tratados son vírgenes o llevan largos años de inactividad sexual", detalla la periodista Kathleen McAuliffe en su libro ‘Yo soy yo y mis parásitos’.

Grima irracional a los agujeros
La tripofobia, esa aversión que sufren algunas personas hacia un grupo de agujeros inocuos, no aparece recogida en el manual diagnóstico de referencia para psiquiatras y psicólogos, el DSM-5. Un reciente estudio pone en duda que sea una fobia porque los menores a quienes les enseñaron estímulos circulares mostraron incomodidad pero no un miedo asociado a organismos venenosos con esas formas.
El asco, la repulsión hecha emoción

Los agujeros muy juntos a veces provocan una repulsión llamada tripofobia. Sloan Poe

Nuestras pupilas reaccionan diferente al miedo que al asco. Cuando un grupo de participantes observó imágenes circulares de ese tipo, sus pupilas se contrajeron más que ante fotografías de animales amenazantes que les atemorizaban. Esta respuesta se asoció con el sistema nervioso parasimpático, que pone en alerta ante una posible amenaza.

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