De tolerancia e intolerancias

En el debate, a veces confuso, sobre los límites de la libertad de expresión, debemos tener en cuenta que el que una acción determinada esté amparada por ese derecho no significa que esa acción sea inocua ni, mucho menos, positiva para la convivencia.

De tolerancia e intolerancias
De tolerancia e intolerancias
Heraldo

Distintos sucesos han provocado que en los últimos dos años el debate sobre libertad de expresión adquiera una actualidad que parecía perdida. Debe servir como premisa de lo que a continuación se exponga la firme convicción de la vigencia de la doctrina del Tribunal Supremo de Estados Unidos. En resumen, la libertad de expresión ampara la quema de una bandera porque prohibirlo hace más daño a lo que la bandera protege y ampara que el propio acto de su quema. Una doctrina que Europa ha importado lentamente, pero que hoy es mayoritaria en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y en la mayoría de las Cortes nacionales. Desde esta premisa, no busco realizar una reflexión sobre la libertad de expresión. Lo que suscita mi inquietud es la confusión que aprecio tras la necesaria defensa de la misma.

En dos planos diferentes, pero que, bien mirado, se tocan. En primer lugar, porque la explicación que se da a algunos pronunciamientos teóricamente contrarios a la libertad de expresión es que reflejan un crecimiento de la intolerancia en nuestro país. La parada es obligada. ¿Quién es el intolerante, quien canta la muerte o sufrimiento de otro ser humano, quien quema una bandera con la que se sienten identificadas millones de personas o quien lo denuncia o lo condena? Creo que la pregunta descorre uno de los velos que en demasiadas ocasiones cubre este debate. Que la libertad de expresión ampare determinados actos no implica que los mismos no puedan ser condenados desde perspectivas muy diferentes. La primera de ellas, desde la necesaria tolerancia que precisa la convivencia. El debate sobre la libertad de expresión es un debate, en última instancia, sobre los límites que la sociedad pone a la intolerancia. Lo que no quiere decir que el ejercicio de una presunta intolerancia sea necesariamente negativo. No puede olvidarse que lo tolerable siempre vive en aguas de juicios de valor y que estos son mutables.

La segunda perspectiva enlaza necesariamente con lo anterior. ¿Qué es lo que no se puede tolerar? De nuevo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos alimenta una doctrina que puede considerarse patrimonio común de la cultura occidental. Todo lo que quepa en el mercado de las ideas. Todo. En el plano ideológico, será muy difícil encontrar una excepción. Fuera quedarán acciones, como han recogido recientemente nuestro Tribunal Supremo y distintos Tribunales franceses, que puedan ligarse directamente a la posible realización de una actividad criminal, en particular, la realización de acciones violentas.

Así, creo que se puede concluir en una confluencia no exenta de interés. El que un hecho determinado se encuentre amparado por la libertad de expresión no supone que el mismo sea inocuo o, incluso, positivo para la convivencia, en particular desde el canon que para cualquier sociedad representa el valor tolerancia. El orden democrático y, desde el mismo, la libertad de expresión, exige tolerancia con los intolerantes. Pero, habría que añadir de forma inmediata, su defensa exige conciencia sobre esa intolerancia. Por otro lado, la misma esencia de la democracia nos impedirá seleccionar aquello que se considera tolerable. Es algo demasiado frecuente en nuestro país. Quienes aquí y hoy claman por la libertad de expresión, de un lado u otro, piden allí y mañana la prohibición de un acto determinado por ser contrario a determinados valores. La tolerancia social que implica la libertad de expresión obliga a todos a aceptar aquello que bien puede parecerles inaceptable, en función de su diversa y relativa escala de valores. Desde esta perspectiva, es una operación extremadamente delicada, y siempre un riesgo, que el poder, incluido el legislador, se arrogue la capacidad de determinar qué es tolerable y qué es intolerable, hasta el extremo de ser sancionable.

Son tiempos confusos, de valores mutables y cambios radicales en las formas de transmisión. Todo ello afecta necesariamente a un debate siempre apasionado como el de los límites de la libertad de expresión. Es preciso que las ideas permanezcan claras. Los ciudadanos deben poder expresar y escuchar cualquier idea que no incite directamente a la comisión de un delito, en especial, si presupone el ejercicio de la vi?olencia. Deben saber que la democracia exige tolerancia incluso frente a los intolerantes. Como exige ser conscientes de que, en numerosas ocasiones, aquellos que alzan, aun con razón, la bandera de la libertad de expresión lo realizan desde posiciones de profunda intolerancia.