Tres anécdotas

Hace años, vino un amigo a casa a pasar un fin de semana. Se levantó, desayunó y comentó: "Me voy a hacer la cama". Mi madre saltó como si le hubieran activado un resorte: "¿Cómo vas a hacer tú la cama habiendo dos mujeres en casa?".
Recuerdo que en una ocasión un tipo me seguía, diciendo guarradas, por un centro comercial; me hartó y se lo hice saber. Su respuesta fue llamarme golfa, guarra y otras derivadas a gritos. Me sentí avergonzada.
Trabajando como cooperante en África, en un check point, unos guerrilleros se pusieron bordes con nuestro grupo. Un voluntarioso compañero nos apartó a las dos chicas, y trató de explicar que nosotras no teníamos nada que ver porque solo íbamos "de compañía". Fue el ataque de risa que nos dio a las dos lo que nos libró a todos de una situación que pintaba cada vez peor. A los paramilitares les hizo gracia nuestra reacción aunque no comprendían por qué. Y nuestros compañeros, por desgracia, tampoco.
Solo son anécdotas, soy afortunada, mi condición femenina no ha limitado mi vida. Pero lo cierto es que las cosas no son así para todas. Y lo justo es que esas cosas cambien.