¿Por qué las luces de los semáforos son rojas, verdes y amarillas?

Nacieron por imitación de los reguladores del tráfico ferroviario.

Semáforos en todo su esplendor colorista.
Semáforos en todo su esplendor colorista.

Los obedecemos de forma casi inconsciente. Sin tener que pensarlo, sabemos que una luz roja en un semáforo nos ordena parar y que, al contrario, la verde nos da paso libre.

La elección de esos colores es tan antigua como los propios semáforos. El primero que se instaló en el mundo -en Londres, el 9 de diciembre de 1868- ya ordenaba parar con una luz roja.

La fórmula, que se copió de las señales ferroviarias, tiene una razón muy simple detrás: el rojo es la tonalidad que relacionamos con el peligro, así que instintivamente sabemos que ante una luz encarnada conviene frenar.

Además, es el color con mayor longitud de onda, lo que permite que podamos distinguirlo a mucha distancia. Una gran ventaja para una herramienta que debe alertar a vehículos a gran velocidad.

En cuanto al verde, que también se usaba para los trenes, comenzó siendo una señal de precaución para los maquinistas de las locomotoras, pero poco a poco su sentido pasó a significar vía libre, tal y como lo conocemos hoy. Al igual que el rojo, también tiene una longitud de onda que le permite ser visto desde lejos.

El naranja -o amarillo- fue el último en incorporarse a los semáforos. Se decidió hacerlo para evitar un cambio brusco del verde al rojo. Con este color como aviso, los vehículos saben que van a tener que parar en breve y se evitan accidentes y frenazos de última hora... al menos en teoría, porque todos conocemos a conductores que apuran al máximo cuando se encuentran ante una luz en ámbar.

Como curiosidad, en algunos países también se ilumina la luz naranja entre el verde y el rojo. Para indicar a los conductores, en este caso, que están a punto de poder acelerar otra vez.

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