La eterna adolescencia

Casi ha cumplido los 24 años y sigue siendo un adolescente, según acaba de enterarse. Lo dice un sesudo artículo publicado en la revista médica ‘Lancet’, que alega que el cuerpo, especialmente el cerebro, sigue creciendo pasados los 19 años, edad que hasta ahora se consideraba el final de la etapa más controvertida de la vida. La madurez también tarda más en llegar, según los autores, debido a que se prolonga la dependencia del hogar familiar. Así que a las razones físicas se suman las económicas para vivir casi en una eterna adolescencia.

El joven medita sobre la necesidad que tiene el ser humano de clasificarlo todo. No puede por menos que sonreír al recordar los numerosos ejemplos de comportamientos infantiloides que ha detectado en personas hechas y derechas. Sin ir más lejos, en uno de los hombres más poderosos del mundo, Donald Trump, a quien no le han votado precisamente adolescentes.

Cree que habitualmente se juzga a su generación de forma superficial. En su caso, se siente más identificado con la actitud de los chavales que participan en esta edición de Operación Triunfo que con la de quienes suelen aparecer con demasiada frecuencia en los titulares de la crónica negra. Buena parte de los concursantes no han cumplido los 24 años, pero muestran una sensatez que para sí quisieran muchos adultos.

Trabajan duro por hacer bien las cosas. Son esponjas que ponen en práctica las indicaciones de sus profesores, aunque para ello tengan que hacer un esfuerzo titánico. A veces se derrumban, pero luchan por sobreponerse. Saben trabajar en equipo. Piden perdón. Admiten sus errores. Son agradecidos, tolerantes y sensibles. Respetan la diversidad y la tratan con total naturalidad. Tienen un sentido del humor sano y contagioso. Demuestran ser (salvo lógicas excepciones), juiciosos, reflexivos, prudentes… ¿No son esos adjetivos atribuidos a las personas maduras?

Y llega a la conclusión de que la adolescencia, esa enfermedad que se cura con el tiempo, en algunas personas se cronifica de por vida. Tal vez porque, como le dijo una vez una amiga, lo único que diferencia a un niño de un adolescente, a un joven y a un adulto es el precio de los juguetes.