Tus hijos no juegan… aprenden y se forman

El juego es el vehículo que los pequeños utilizan habitualmente para expresar su necesidad de comunicarse con su entorno. A través de él aprenden conceptos y resuelven problemas.

A través del juego nuestros hijos descubren sus propias emociones.
A través del juego nuestros hijos descubren sus propias emociones.
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Todos los expertos coinciden: jugar es tan natural para un niño como respirar, forma parte de su realidad y contribuye a su crecimiento como persona. Con el juego experimenta una sensación de placer que le motiva y le impulsa a la acción. Estimularle a través del juego, influirá en el desarrollo de su potencial creativo y determinará su manera de enfrentarse a otras experiencias en el futuro.

Así que... a jugar se ha dicho, y si es en familia, mejor que mejor. Además, tampoco es necesario complicarse demasiado la existencia: se puede ser muy creativos con una triste caja de cartón o con ropa que ya no utilizamos.

Aprenden conceptos y resuelven problemas

La lista de juegos es interminable: juegos imaginativos, de palabras, de estrategia, de imitación... A través de cualquiera de ellos, los niños aprenden conceptos y resuelven problemas, porque sienten eso tan maravilloso que se llama curiosidad; el juego favorece su desarrollo cognoscitivo y contribuye así a un mejor rendimiento académico.

Psicólogos y educadores ven en el juego el vehículo que los pequeños utilizan habitualmente para expresar su necesidad de comunicarse con su entorno. Y cuando juegan con otros niños experimentan lo que significa cooperar, autocontrolarse, negociar, esperar pacientes su turno y algo muy especial: a respetar normas, aunque, de momento, solo sean las del juego.

Coordinación y concentración

Cuando, por ejemplo, manipulan la plastilina, utilizan los colores o se entretienen con un juego de construcción, además de su creatividad ponen a punto su psicomotricidad, que también se refuerza con los llamados movimientos de arrastre tan básicos como saltar, arrastrarse por el suelo o correr; y si saltamos a la comba u organizamos una partida a las canicas, estamos trabajando en beneficio de su ritmo, coordinación, concentración y el lenguaje.

Hagamos un  experimento

Proponemos, ahora, un experimento muy sencillo: observar detenidamente a nuestros hijos pequeños cuando están jugando: qué gestos ponen, hacia qué tipo de juegos se inclinan; cuáles son sus favoritos... Bastará para darnos cuenta que está descubriendo sus propias emociones –enfado, alegría, rabia, sorpresa–. El juego le ayuda a construir su personalidad y a potenciar su autoestima y seguridad. Participar de vez en cuando en su juego –sobre todo cuando ellos nos llaman y respetando siempre sus iniciativas– es muy importante, porque les transmite confianza y nos permite estrechar los vínculos afectivos y familiares. Y recuerda: no hay que andar todo el día arrastrados por el suelo ni agobiando a los niños con nuevos juegos; el aburrimiento también espolea su imaginación.

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