Cómo sobrevivir en el restaurante con tus hijos

Con los mayores es diferente, pero, cuando los chicos son pequeños, comer fuera de casa puede convertirse en la peor de nuestras pesadillas.

Comer todos juntos en familia en un restaurante, así, en principio y cuando los chicos están a punto de terminar sus vacaciones, suena a plan perfecto; pero, cuando nuestros hijos son pequeños, la experiencia puede convertirse en una tortura o en la peor de las pesadillas. Ustedes eligen.

Preparados para controlar ciertos comportamientos

Ya sabemos que los niños son inquietos, impacientes, que se cansan enseguida y se aburren con facilidad; además, no son tantos los locales acondicionados pensando en ellos –tronas, cambiadores en los baños, zona infantil ajardinada en el exterior...–. Sin embargo, a partir de los 5 o 6 años, ya deberían estar preparados para controlar ciertos comportamientos, aunque sin esperar milagros: por mucho que nos empeñemos, no dejan de ser niños. Y, en la mayoría de los casos, reproducirán en el restaurante, aunque algo más excitados por la novedad, comportamientos similares a los que muestran en casa.

Primero la cuchara, después el tenedor

Así pues, debemos aplicarnos a enseñarles desde pequeños y día a día, de manera progresiva según su edad, a manejar los cubiertos –primero la cuchara y después el tenedor– y a beber en vaso, sin derramar el líquido. Y ya podemos comenzar a insistir en ciertas normas de educación básicas, como masticar los alimentos con la boca cerrada o a utilizar la servilleta.

En pasos sucesivos, les mostraremos cómo sentarse en la silla y, con mucha paciencia y constancia, lograremos que no se levanten 400 veces por segundo de la mesa. Y si ya en el restaurante les escuchamos pedir las cosas “por favor” y dar las “gracias”... nos veremos recompensados con creces.

Enseñarles a disfrutar de la comida

Pero, lo que no podemos pretender, bajo ningún concepto, es que los niños pasen toda la comida entretenidos con juguetes o dibujando en las socorridas servilletas de papel con la única intención de que no molesten. Los psicólogos insisten en la necesidad que tienen los pequeños de aprender a disfrutar de la comida fuera de casa. Solo así, participando e interactuando con el resto de comensales, llegarán a comprender que comer, además de una necesidad, es un acto social importante.

Y así, comiendo fuera de casa –y no precisamente confinados en las cadenas de comida rápida, que, por cierto, debemos confesar que les encantan– tienen la oportunidad de conocer nuevos sabores, alimentos variados y distintos ambientes. Porque existen otras maneras diferentes de aprender.

Y los adultos… siempre tolerantes

Por nuestra parte, los adultos deberíamos ser más que tolerantes con los pequeños en estas situaciones y acostumbrarnos a que los niños lloran, ríen, se mueven, juegan y gritan –todo dentro de una lógica, claro–. Aunque, bien pesado, nosotros, los mayores, y sobre todo los del arco mediterráneo, no es que seamos precisamente silenciosos a la hora de sentarnos a la mesa. Y llegados a los postres... ¡para qué contar!

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