¿A qué sabe el agua?

En el colegio nos enseñaban que es inodora, incolora e insípida, pero esta sentencia anda algo equivocada.

Una fuente con agua refrescante.
Una fuente con agua refrescante.
Pixabay

El agua es incolora, inodora e insípida. ¿De verdad? Porque ese sentencia que nos enseñaban en clase de Ciencias en el colegio se descubre un tanto incorrecta en cuanto abrimos el grifo y damos un trago.

Agua sin olor, sin color y sin sabor será quizá la que se obtenga en un laboratorio mezclando moléculas de oxígeno y de hidrógeno, pero ese líquido perfecto poco tiene que ver con la que tenemos en casa.

El agua de consumo no es agua pura. Para empezar, tiene cloro, que se utiliza para eliminar posibles patógenos. Pero además, trae sabores y olores propios que dependen del carácter geológico de su lugar de origen: hay aguas procedentes de medios calizos o yesíferos, que tienen disueltos sulfatos y carbonatos, y aguas cuyo origen está en entornos de granito, que llevan menos sales.

Además, el agua que bebemos tiene ácidos y sales procedentes de la materia orgánica de los suelos por los que pasa.

Y no solo eso, la temperatura a la que la bebemos también afecta a su sabor. Así, cuanto más caliente está el agua más se mueven las partículas que la componen, lo que aumenta los sabores que pueden detectar nuestras papilas gustativas. Por contra, cuanto más fría esté el agua menos sabor tendrá.

Para complicar más la cosa, los científicos detectaron el siglo pasado que el sabor del agua, muchas veces, cambia en función de lo que hayamos comido antes.

Por eso, no es fácil describir a qué sabe el vaso de agua que nos tomamos cuando tenemos sed, pero una cosa podemos asegurar: de insípido no tiene nada.

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