Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Albert Einstein fue un refugiado

Todos los científicos refugiados no podrían haber desempeñado sus trabajos ni habrían contribuido al progreso de la humanidad de no ser por los países y las instituciones y universidades que les acogieron. Barcelona fue escenario hace unos días de una manifestación que reivindicó la acogida de refugiados.

Unas 160.000 personas participaron en Barcelona en la manifestación convocada bajo el lema 'Queremos acoger'
Unas 160.000 personas participaron esta tarde en Barcelona en la manifestación convocada bajo el lema 'Queremos acoger'
Efe

El sábado pasado, centenares de miles de personas se manifestaron en Barcelona para exigir a los gobiernos europeos el cumplimiento de la legislación internacional en materia de acogida de refugiados. A consecuencia de la guerra en Siria, en los últimos años, se han ido sucediendo las imágenes del éxodo masivo de personas que huyen de las zonas en conflicto y de aquellas que, para poder llegar a Europa, se juegan la vida en el Mediterráneo. Imágenes también de los campos de refugiados y de la manifiesta incapacidad de muchos Estados para dar una respuesta rápida, coordinada y eficaz a una nueva crisis humanitaria, que nos recuerda los exilios de otras guerras, como la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de los Balcanes.

Todos estos exilios afectaron a personas de distintas condiciones. También a los científicos: físicos, matemáticos, médicos, biólogos o químicos que, por causa de la guerra, tuvieron que interrumpir sus estudios, sus trabajos e investigaciones, y que, en algunos casos, pudieron rehacerlos años más tarde en el exilio, no sin esfuerzo, renuncias o sufrimiento. Los seis años de guerra en Siria, que han destruido el país y desplazado en masa a su población, también han diezmado su sistema educativo y universitario. Antes de la guerra, Siria tenía uno de los sistemas de educación superior más importantes de Oriente Próximo, con unos 350.000 estudiantes y unos 8.000 profesores e investigadores. Entre los millones de refugiados sirios se cuentan unos 2.000 profesores universitarios.

Científicos prominentes como los premios Nobel de Física Albert Einstein o Erwin Schrödinger fueron refugiados. Ambos escaparon de la Alemania nazi. Einstein se encontraba en Estados Unidos cuando en febrero de 1933 Adolf Hitler subió al poder. El físico alemán se había opuesto desde un inicio al nazismo y, de vuelta a Europa, supo que su casa había sido asaltada por los nazis. En Bélgica, Einstein renunció a la ciudadanía alemana y dimitió como miembro de la Academia Prusiana de las Ciencias. En abril de 1933, el Gobierno alemán aprobó leyes que prohibían a los judíos ocupar cargos oficiales, incluyendo la enseñanza en las universidades. Einstein pasó un tiempo en Bélgica y en Inglaterra, desde donde, preocupado por el destino de otros científicos de origen judío-alemán, consiguió a través de la intermediación de Winston Churchill y del primer ministro turco, ?smet ?nönü, asilo para muchos de ellos, tanto en Inglaterra como en Turquía. Einstein, finalmente, aceptó un puesto en el Institute for Advanced Study en Princeton, Nueva Jersey, y, desde Estados Unidos, continuó trabajando para ayudar a sus compatriotas a escapar del nazismo, con la creación del Comité Internacional de Rescate.

Erwin Schrödinger no era judío pero, debido a su oposición pública al antisemitismo de los nazis y a su amistad con Einstein, decidió abandonar Alemania en 1934. El físico austríaco, que un año antes había sido galardonado con el Nobel por haber desarrollado la ecuación que lleva su nombre, de importancia central en la teoría de la Mecánica Cuántica, tuvo problemas para conseguir trabajo en las universidades de Oxford y de Princeton, ya que convivía con dos mujeres (su esposa y su amante). En 1936, volvió a Austria, a la Universidad de Graz, pero en 1938, después de la anexión de Austria por parte de Alemania, terminó por abandonar el país. Finalmente, fue invitado por el primer ministro irlandés, Éamon de Valera, a residir en Irlanda. En Dublín, trabajó 17 años, durante los cuales ayudó a fundar el Instituto de Estudios Avanzados y fue director de la Escuela de Física Teórica.

Otros ejemplos de científicos refugiados son los de Salome Gluecksohn-Waelsch (1907-2007), embrióloga y genetista americana de origen alemán, considerada una de las fundadoras de la genética del desarrollo, que huyó también del nazismo hacia Estados Unidos, donde primero fue profesora en la Universidad de Columbia y, más tarde, en el Albert Einstein College of Medicine. Gustav Nossal (1931), inmunólogo australiano de origen judío-austríaco, que con solo 7 años escapó con su familia de la Austria ocupada; en su país de acogida, Nossal se convirtió en uno de los científicos australianos más prominentes gracias a su contribución al estudio de la formación de anticuerpos y de la tolerancia inmunológica. O Emmanuel Dongala (1941), químico congolés y novelista, que era decano de la Universidad Marien Ngouabi en Brazzaville cuando en 1997 estalló la guerra en la República del Congo. El presidente del Bard College at Simon’s Rock, en Massachusetts, Leon Botstein, que ha ayudado a varios profesores refugiados, le ofreció un trabajo como profesor de Química en esta universidad, donde ha trabajado hasta 2014.

Más cerca de nosotros, el médico y cirujano Josep Trueta i Raspall (1897-1977), se exilió al acabar la Guerra Civil Española. Trueta había desarrollado y perfeccionado un tratamiento para curar las fracturas abiertas, que puso en práctica en la guerra durante la ofensiva republicana de Teruel y en los bombardeos de Barcelona. La aplicación del método Trueta permitió vencer al gran enemigo de los heridos de guerra: la gangrena. En 1939 Trueta, invitado por el Foreign Office, pronunció en Londres unas conferencias sobre el tratamiento de las heridas de guerra y el ministro de Sanidad británico lo nombró 'Consejero para Heridas de Guerra'. En 1940 fue contratado por al Universidad de Oxford, que, tres años más tarde, le concedió un doctorado Honoris Causa. Su método se aplicó con éxito en la Segunda Guerra Mundial y en las de Corea y Vietnam, con la consiguiente salvación de miles de vidas humanas.

Todos estos científicos refugiados no podrían haber desempeñado sus trabajos ni habrían contribuido al progreso de la humanidad de no ser por los países y las instituciones y universidades que les acogieron. Actualmente, existen distintas iniciativas en Europa y en los Estados Unidos encaminadas a ayudar a científicos procedentes de zonas en conflicto. Uno de ellos es el programa Ciencia Para Refugiados (Science4Refugees) de la Comisión Europea, iniciado en octubre de 2015, que pretende poner en contacto universidades y centros de investigación para que puedan acoger a científicos asilados; o los americanos Scholars At Risk y Scholar Rescue Fund. Este último, iniciado en 2002 por el Institute of International Education, con una amplia historia de ayuda a los profesores y estudiantes refugiados desde 1919, ha apoyado a un centenar de profesores e intelectuales sirios, que han sido acogidos por 74 instituciones asociadas de 12 países.

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