Tercer Milenio
En colaboración con ITA
Las computadoras humanas de Langley
Antes de la irrupción de los ordenadores, una computadora no era una máquina, sino una persona que procesaba datos y ejecutaba con ellos cálculos en observatorios astronómicos y laboratorios de investigación. El laboratorio de la NASA en Langley (Virginia) empleó a miles de estas mujeres computadoras, que contribuyeron de forma decisiva a para la investigación aeronáutica y al despegue de la astronáutica, sin recibir ningún reconocimiento. La película Hidden Figures hace visible su historia.
En 1962, cuando los ingenieros de la NASA le mostraron a John Glenn las trayectorias calculadas por el nuevo y flamante ordenador IBM 7090 y que le iban a convertir en el primer estadounidense en orbitar el planeta, el astronauta respondió: "Tráiganme a la chica y que chequee los números. Si ella dice que están bien, estaré listo para despegar".
La chica en cuestión era Katherine Johnson, una de las west computers de la agencia y asimismo una de las protagonistas de la película Hidden Figures, que aspira a sacar del anonimato al colectivo de analistas matemáticas afroamericanas que, desde 1941 y durante las décadas siguientes, trabajaron para la agencia espacial estadounidense desempeñando un notable papel en los éxitos alcanzados.
Lo cierto es que el de las west computers es solo un (destacado) episodio de la historia de las computadoras de Langley, que se remonta unos pocos años en el tiempo. Un pequeño paso (atrás) para el lector, pero un gran salto en la lucha contra la discriminación de género (amén de contra la segregación racial).
En 1935, el Langley Memorial Aeronautical Laboratory (LMAL) principal centro de investigación de la NACA (National Advisory Committee for Aeronautics), la precursora de la actual NASA reclutaba a cinco mujeres conformación universitaria en matemáticas para su primera sala de computadoras.
Entonces, cuando los ordenadores no eran ni siquiera ciencia-ficción el pionero ensayo de Alan Turing en el que anticipaba una máquina programable capaz de realizar múltiples tareas aparecería el año siguiente, el término computadora se aplicaba a las personas. En concreto se refería a los individuos que se dedicaban precisamente a eso, a computar "calcular en número" algo, según lo define la RAE, es decir, que realizaban cálculos y ecuaciones matemáticas a mano.
Esta labor comenzó a implantarse a finales del siglo XVIII, en observatorios astronómicos primero y más tarde en centros de investigación. A lo largo de los años se convirtió en una profesión para la que, desde el primer momento en que se les brindó la oportunidad, las mujeres se mostraron particularmente eficaces: eran meticulosas, precisas, con una gran capacidad frente al tedio y, además, cobraban menos, según reporta un documento de la NASA.La West Area
Instaladas en una oficina del edificio administrativo del complejo, estas mujeres pronto demostraron su valía, lo que supuso que a su estela se fuesen incorporando otras. No obstante, el definitivo despegue de las computadoras de Langley no se produjo hasta 1941, cuando, con la Guerra Mundial en plena ebullición en Europa, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt, a fin de reforzar y garantizar el potencial de sus fuerzas armadas y de la industria bélica y aeronáutica, aprobó la Orden Ejecutiva 8802, que prohibía la "discriminación en la contratación de trabajadores para la industria de defensa y gubernamental por cuestiones de raza, credo, color u origen". Seis meses después, y tras el ataque a Pearl Harbour y la entrada de los EE. UU. en el conflicto, la NACA comenzó una campaña de reclutamiento masivo de mujeres con formación universitaria en matemáticas o ciencias. Por primera vez, también se consideraba a candidatas afroamericanas.
Para ellas se construyó la denominada West Area, que albergaba las salas de computadoras de color y donde contaban con aseos y comedor propio. De esta forma se mantenían separadas de sus colegas blancas en un tiempo en que la segregación racial era la norma tanto en la Administración estadounidense como en el estado de Virginia. De hecho, muchas de las computadoras blancas ignoraban la existencia de sus homólogas negras
hasta el momento en que, por necesidades de servicio, algunas de ellas tenían que colaborar, algo que se hacía de forma cordial.
En realidad, y tal y como recuerdan las propias protagonistas, este clima de cordialidad se extendía a todo el laboratorio, con ingenieros, técnicos y matemáticos trabajando codo con codo sin atender a cuestiones de raza ni sexo. Lo que convirtió a Langley en un puntal de la lucha contra la discriminación de género y racial.De computadora a programadora
Entre 1935 y la década de los setenta, las computadoras de Langley contribuyeron a la investigación aeronáutica, el vuelo supersónico y, finalmente, los inicios del programa espacial estadounidense. Fue entonces cuando comenzaron a introducirse los primeros ordenadores para el cálculo de las trayectorias de los vuelos espaciales. Muchas de las computadoras se reciclaron entonces en programadoras, además de encargarse de chequear y comprobar los cálculos efectuados por las máquinas. Lo que nos devuelve al principio de este texto: la demanda del astronauta John Glenn de contar con la confirmación de Katherine Johnson. La chica que había calculado las trayectorias para el histórico vuelo (suborbital) de Alan Shepard en 1961. El primer astronauta estadounidense. La misma que, posteriormente, participaría de forma activa en el programa Apolo, estableciendo la trayectoria para el viaje del Apolo 11 a la luna. Lo dicho, una historia de película.
Tras la finalización del conflicto bélico, en 1946, el laboratorio contaba con más de 400 computadoras que se habían demostrado tan valiosas que dichas medidas se mantuvieron.
Sin embargo, su valía no se veía reflejada en una equiparación de las condiciones laborales con respecto a sus colegas masculinos con la misma formación. Mientras estos eran contratados como junior engineers, ellas eran computers, una categoría subprofesional con una (sub)remuneración en consonancia. Además de topar con muchos más obstáculos y trabas que prácticamente imposibilitaban un ascenso. Algo que todavía era más sangrante para las trabajadoras de color. Pero, al mismo tiempo, suponía la oportunidad de una carrera profesional estable, más allá de la docencia en escuelas y una puerta de acceso a la industria aeronáutica y astronáutica que unas pocas consiguieron franquear.