¿Hijos responsables? Sí, es posible

Educar la responsabilidad implica no aceptar que la culpa siempre es del otro. Hay que establecer límites, derechos y deberes, y asegurarnos de que  los chicos conocen y experimentan las consecuencias que conlleva no hacerse cargo de sus responsabilidades

Fomentar la autoestima incrementa su seguridad y confianza, lo que favorece el desarrollo de la autonomía y responsabilidad.
Fomentar la autoestima incrementa su seguridad y confianza, lo que favorece el desarrollo de la autonomía y responsabilidad.
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¿Qué padres no sueñan con tener unos hijos responsables? Criar hijos responsables es complicado, muy complicado, y corregir las conductas inadecuadas, todavía más. Muchos progenitores, incluso se preguntan, ya en determinados casos y a ciertas edades, si es posible. Y, sí, lo es. “Cada uno es responsable de su conducta -afirma Norberto Cuartero, profesor, consultor educativo y neurocoach emocional-. Por eso, educar la responsabilidad implica no aceptar que la culpa es de otro cuando algo sale mal. Lo adecuado es establecer límites, especificar derechos y deberes, y asegurarnos siempre de que los chicos conocen y experimentan las consecuencias que conlleva no hacerse cargo de sus responsabilidades”. Debemos ser muy firmes y constantes y, sobre todo, “debemos reforzar los comportamientos adecuados y reprobar los inadecuados, evitando siempre ridiculizarles y, por supuesto, avergonzarles. Para el especialista, la responsabilidad es una virtud y un valor. “Por eso -explica- cultivar la responsabilidad es fomentar el autoconocimiento y la autoestima porque ambos incrementan la seguridad y confianza en uno mismo y, como consecuencia, favorece el desarrollo de la autonomía y de la responsabilidad. Norberto Cuartero ha diseñado esta práctica y eficaz 'hoja de ruta' para ayudar a los padres en la siempre difícil tarea de educar la responsabilidad de los hijos.     Refuerza siempre las conductas adecuadas... reconoce que lo que ha hecho tu hijo está bien y muestra tu satisfacción, proporcionándole estímulos agradables (caricias). Las caricias pueden ser verbales, por ejemplo: «Me ha gustado lo que has dicho», «te felicito por lo que has hecho», «tu intervención ha sido muy interesante»…; gestuales: una mirada amable, un gesto de aprobación, una sonrisa, guiñar un ojo…; físicas (un beso, un apretón de manos, una palmada en la espalda, un abrazo, una caricia…) ;y materiales -regalos con valor económico que deben reservarse siempre para situaciones muy concretas y extraordinarias-. … y reprueba las conductas inadecuadas: déjale bien claro que lo que ha hecho está mal, es inadecuado o improcedente y que esperas que no se vuelva a repetir. Confronta las conductas inapropiadas: cuando consideres que una conducta inadecuada se está repitiendo con frecuencia o entraña cierta gravedad debes confrontarla siempre. Para ello, elige el momento y lugar adecuados y utiliza la siguiente estrategia: Describe la conducta objetivamente: tienes que ser muy riguroso. En ningún caso hay que exagerar utilizando generalizaciones del tipo: «Siempre estás distraído», «nunca me escuchas», «todo lo haces mal» o «nada está en su sitio». Cíñete a los hechos concretos, teniendo en cuenta que el rigor no está reñido con la generosidad, más bien son aliados. Cuando hacemos una descripción generosa estamos tendiendo la mano. Recuerda que nuestro objetivo es educar no acorralar. Explícale por qué esa conducta no es buena: las conductas no son inadecuadas «porque sí» o «porque lo digo yo», tienen una explicación que debemos conocer para poderla transmitir. No debes confundir conducta con identidad: una cosa es decir una mentira y otra muy distinta ser un mentiroso. No utilices etiquetas (vago, desmotivado, baja autoestima, mentirosa, desordenada, perezoso, irresponsable...). Impón la sanción que tengas prevista: aunque no nos gusta castigar debemos hacerlo cuando sea necesario. Frases como: «Que sea la última vez» o «¿verdad que ya no lo harás más?» deben desaparecer de nuestro repertorio, de lo contrario corremos el riesgo de repetirlas con frecuencia y entonces el mensaje que estamos transmitiendo es: «pase lo que pase, no pasa nada». Ten en cuenta que el castigo sirve para controlar la conducta pero no necesariamente educa, por eso, es necesario el siguiente paso: Pídele alternativas adecuadas: puedes hacerlo preguntándole: «¿Qué otra cosa podías haber hecho?». Si no nos da alguna alternativa aceptable, dejaremos pasar un tiempo -máximo 24 horas- para que lo piense. Si transcurrido ese tiempo no aporta ninguna opción, seremos nosotros los que le daremos algunas alternativas adecuadas. Así, la próxima vez que se encuentre ante una situación similar, podrá elegir entre comportarse adecuadamente o no. Y entonces, en cualquier caso, quedará patente que es responsable de su conducta, porque es la él que ha elegido.

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