Diez errores los padres deben evitar en la educación de sus hijos

No se nace siendo padres, a ser padres se aprende; por eso es importante detectar determinados errores que cometemos en la formación de nuestros hijos.

Es muy importante que reciban toda nuestra atención cuando se comportan correctamente.
Es muy importante que reciban toda nuestra atención cuando se comportan correctamente.
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Todos soñamos con llegar a ser unos buenos padres, “pero no nacemos siendo padres; a ser padres se aprende”, interviene Esperanza Cid Romero, psicopedagoga y profesora asociada en la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza. Pero… ¿tenemos claro qué significa ser buenos padres? “Ser padres no significa estar todo el día con los niños -aclara Esperanza-. Tenemos que buscar un equilibrio entre nuestro trabajo, nuestras necesidades y la función de padres”. Pero, ante todo, “debemos elegir ser padres como prioridad y no como algo de lo que nos ocupamos cuando tenemos tiempo libre”. Así, pues, si esa es nuestra elección principal, cualquiera de nosotros puede llegar a serlo. Y para ello, concluye la psicopedagoga, “conviene empezar identificando pequeños errores, como los que analizamos a continuación, para aprender a evitarlos”. Colocar 'minas' mentales. Es un error pedirles a nuestros hijos que destaquen en aquello que a nosotros nos hubiera gustado llegar a ser; insistirles en que tienen que gustar y agradar a todo el mundo; estrangular sus emociones, hay que convivir con ellas, por su función adaptativa en nuestra vidas, incluso las negativas o desagradables: detrás de la tristeza habita la reflexión, detrás del enfado, la fuerza y detrás del miedo está la alerta. Incitarles a que se porten mal. Los niños intentan siempre atraer la atención positiva de los padres, pero se conforman también con la negativa; desprecian ser ignorados. Los padres no solemos elogiar la ausencia de problemas; sin embargo, cuando la conducta es mala le dedicamos toda nuestra atención reforzándola sin querer, sin darnos cuenta. Por eso es tan importante que reciban toda nuestra atención cuando se comportan correctamente. No ser firmes. Ser firmes significa respetar las reglas y sus consecuencias. Los niños aprenden pronto a comprobar los límites, sobre todo, cuando los padres decimos una cosa y hacemos otra. Tenemos que ser consecuentes con lo que decimos, ofrecer a los hijos el orden que necesitan: seguridad y capacidad para predecir situaciones y controlarse. Un sistema de recompensas y consecuencias, les enseña a mantener sus promesas y a respetar los compromisos. Cerrar la puerta a la comunicación. Ser capaz de comunicarse con los hijos es la habilidad más importante de todo progenitor. Estamos obligados a aprender a escucharles. Pero escuchar no es una actividad pasiva, sino todo lo contrario: muy activa. Debido al estrés diario es fácil que los padres escuchemos pasivamente a los niños. Hay que prestar mucha atención a lo que nos dicen y a cómo se sienten nuestros hijos. Jugar a arreglarlo todo. Los padres desean utilizar su propia experiencia vital para ahorrar el sufrimiento a sus hijos. Así, caemos en la trampa de jugar a arreglar sus vidas. Apresurándonos a resolver sus problemas, les privamos de la oportunidad de aprender las consecuencias que entrañan sus propias acciones. No debemos darles consejos directos, sino ayudarles a decidir cómo tienen que resolver sus problemas. Nosotros contra ellos. De pequeños, la relación entre padres e hijos es asimétrica; conforme crecen debemos intentar que esa relación se vaya haciendo cada vez más simétrica a la hora de resolver los conflictos. Las reuniones familiares, un viaje, una comida especial… son situaciones muy propiciatorias. Imponer una disciplina destructiva. No debemos imponer la disciplina cuando estamos enfadados. La consecuencia será una disciplina destructiva y no constructiva. Si las emociones son muy intensas, es mejor que digamos: «Ahora estoy enfadado y prefiero calmarme». La disciplina hay que utilizarla siempre para enseñar. Hacer lo que yo digo pero no lo que yo hago. Los padres, siempre, siempre, debemos dar ejemplo. Los niños nos imitan en los aspectos positivos pero también en los negativos y, por norma general, lo que hacemos tiene un mayor impacto en ellos que lo que decimos. Los valores que les comunicamos, hoy, serán acciones que nuestros hijos realizarán en un futuro. Descuidar las necesidades especiales. Todos los niños son únicos. Conforme crecen, los padres toman conciencia de las características de su personalidad: positivas y negativas. El secreto está en reconocer estas conductas y, para determinarlas, debemos observar si estas duran demasiado tiempo, si son inusualmente intensas o si afectan al funcionamiento diario del niño. Olvidarnos de la diversión. A menudo, se nos olvida como éramos de niños. Si somos receptivos, ellos nos enseñarán a incluir en nuestras vidas la ilusión, la fantasía, la sorpresa, a recordar que hay que vivir el presente. Los adultos que utilizan el humor en sus vidas son más sanos; hay que enseñar a los niños también a reírse de sí mismos.

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