¿Sabes cómo ayudar a estudiar a tus hijos?

Como padres, no podemos estudiar por ellos, pero sí podemos hacer que ese aprendizaje sea más fácil si utilizamos técnicas apropiadas a su personalidad y a su edad.

“Aprender a estudiar no es imposible”, afirma Mercedes Jiménez Vera, psicopedagoga y maestra de educación especial; aunque, rápidamente, matiza: “Pero tampoco es algo que pueda hacerse sin trabajo y sin esfuerzo”. Evidentemente, el estudio requiere de una gran dosis de fuerza de voluntad y siempre hemos escuchado eso de que a estudiar se aprende estudiando. Nosotros, como padres, no podemos estudiar por ellos, “pero sí que podemos y debemos hacer que ese aprendizaje sea más fácil, si utilizamos técnicas apropiadas a su personalidad y a la edad”, explica Jiménez, que apunta las siguientes pautas para que el esfuerzo de nuestros hijos ante el estudio sea más eficaz y efectivo. La clave: el trabajo bien hecho. Debemos hacerles comprender que su principal motivo para estudiar debe ser la satisfacción y el bienestar que proporciona el trabajo bien hecho. El lugar de estudio sí que importa. Lo mejor es que estudien siempre en el mismo sitio. La familiaridad con un determinado entorno favorece la concentración y evita las distracciones. El espacio ha de ser silencioso, con una temperatura agradable y, por supuesto, bien iluminado. Organización, organización y más organización. Es fundamental aprovechar el tiempo. No hay que dejar la organización del estudio a la improvisación, pues corremos el riesgo de que no estudien aquellas materias que no les gustan. No por muchas horas de estudio se aprende más o mejor. Debemos insistir en que sean sistemáticos y ordenados. La rutina, su mejor aliada. Seguir un horario y comenzar siempre a estudiar a la misma hora favorece el aprovechamiento del tiempo y mejora su concentración. La lectura es la base de todo aprendizaje. La lectura desarrolla la inteligencia y mejora el estudio. Si queremos que lean, lo mejor es apagar la televisión, leer en familia y tener siempre al alcance de su mano libros entretenidos e interesantes para ellos. No hay que dárselo todo hecho. Son ellos los que deben sacar las ideas principales de lo que están estudiando, por eso es mejor ayudarles solo al principio. Hacer un resumen o un esquema nunca es una pérdida de tiempo. Ambas técnicas les ayudan a diferenciar lo importante de lo que no lo es. Es fundamental que aprendan a interiorizar lo que están estudiando. Ante el estudio, siempre una actitud positiva. De vez en cuando, tenemos que sentarnos con ellos para ver cómo van esos deberes y comprobar si están aprovechando el tiempo. No podemos sentarnos únicamente para reñirles cuando nos traen las notas. Es mejor hacerlo antes, y con mucha serenidad, para poder ayudarles. Ayudar pero sin controlar. Hay que alizar qué, cómo, cuándo y dónde estudian, para poder realizar un buen seguimiento y llegar al consenso con ellos. Los hijos han de percibir que los padres no quieren imponer, sino ayudar sin controlar. Ante los exámenes. Los chavales deberían afrontar los exámenes sin tener miedo a las calificaciones. A las notas tenemos que darles el valor que realmente tienen. No son lo más importante ni lo único que debemos valorar en sus estudios. Ni castigos ni riñas, cuando estamos enfadados. ¿Por qué? Pues porque, además de quitarnos algo de razón, nos resta objetividad. Los chicos han de entender que no nos satisface lo que han hecho, pero que, por encima de todo, les seguimos queriendo. Ofrecer alternativas. Si su conducta no nos gusta tenemos que ofrecerles alternativas para erradicarla. No basta con decirles a nuestros hijos que no pueden hacer una determinada cosa. Hay que sugerirles algo así como: debes hacer esto, en lugar de aquello. El mejor refuerzo: los padres. Lo que los hijos desean y anhelan siempre es que sus padres los quieran y los tengan en cuenta. El mejor premio. Este ha de ser siempre nuestro cariño, afecto y dedicación. Además, no debemos suplirlo ni con juguetes ni con dinero. Los premios tienen que ser proporcionados al esfuerzo realizado y las promesas han de ser siempre posibles. Es decir: nunca debemos prometer o amenazar con algo que no podamos cumplir. Cada hijo es único. No se debe comparar a los hijos entre sí ni con los compañeros. Lo único que se consigue, si lo hacemos, es hundirlos. Conviene no olvidar que todas las personas no tienen las mismas capacidades.

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