¿Podemos llegar a ser padres altamente eficaces?

Aplicar el concepto de eficacia, por lo general tan vinculado al mundo empresarial, al ámbito familiar significa que nuestra meta es alcanzar el desarrollo integral de la familia. Pero... ¿cómo logralo?

Es difícil responder a esta pregunta, sobre todo si tenemos en cuenta que, por lo general, solemos relacionar el concepto de eficacia con el terreno profesional. Para Esperanza Cid Romero, psicopedagoga y profesora asociada de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza, trasladar la eficacia al ámbito familiar significa que “nuestra meta consiste en alcanzar el desarrollo integral de la familia, lo que implica la maduración de múltiples capacidades: lingüística, matemática, corporal, interpersonal...”. “Además -continúa Cid-, desde hace unos años, el término ‘eficacia’ se ha extendido a otros ámbitos, gracias sobre todo al profesor estadounidense Stephen Covey y a su libro 'Los 7 hábitos de las personas altamente eficaces', en el que detalla pautas para lograr unas metas adecuadamente definidas, que podemos trasladar al ámbito familiar”. Y estas son algunas de esas pautas, que analiza Esperanza Cid. Proactividad. Con este término nos referimos a la acción, a la intervención en la realidad para influir en ella. En nuestras familias debemos ser siempre proactivos y no caer en la pasividad o 'zonas de confort'. Se trata de buscar momentos para disfrutar con nuestros hijos de las acciones cotidianas. Objetivos claros. En el tiempo que dedicamos a nuestros hijos debemos incluir tareas con un objetivo claro. Por ejemplo, preparar una sorpresa para un regalo, planificar una excursión o hacer el menú para la comida del domingo. Negociadas, entre todos, todas serán tareas doblemente enriquecedoras. Seguridad emocional. Es muy importante saber establecer prioridades, delegar e incluso pedir ayuda si es necesario. Ser padres implica cubrir las necesidades básicas (ropa, alimentación…) pero también las afectivas. Y, muchas veces, no es fácil saber cuándo y cómo mostrarlas sin quedarnos cortos ni pasarnos. Por eso, la seguridad de nuestros hijos dependerá de nuestra propia seguridad emocional. El arte de negociar. Las dos grandes estrategias de negociación para la resolución de conflictos son el ganar/ganar y el ganar/perder. A largo plazo, son más eficaces las primeras, en las que todos salimos beneficiados, por lo que es muy recomendable trasladarlas al ámbito familiar. Las relaciones entre padres e hijos son asimétricas en los primeros años de los pequeños, por lo que hay cuestiones que son innegociables. Se negociará lo negociable y conforme nuestros hijos avancen en edad, las negociaciones deberán ser más continuas, y conviene no olvidar nunca esta estrategia. Comprender y ser comprendidos. Para que nuestros hijos entiendan nuestros puntos de vista o nuestras normas, antes debemos ponernos en su lugar. Es vital partir de este principio y, sobre todo, empatizar con la edad que tienen. Autoestima. Si nosotros no creemos en nuestros propios hijos, difícilmente podrán creer ellos en sí mismos. Desde la familia debemos nutrir a nuestros hijos de seguridad, responsabilidad y cariño. Estos ingredientes, en la cantidad adecuada, serán la base de una buena autoestima. Mejora constante. La familia es un lugar privilegiado para el aprendizaje continuo y también para la mejora constante no solamente de nuestros hijos, sino también nuestra como padres. Valorar y reforzar. Hay que saber valorar y reforzar los logros e ignorar los pequeños errores. Reforzar las conductas positivas y mostrar las consecuencias de las negativas, de forma constructiva, son las mejores recetas a medio y largo plazo. Simplemente niños. Parece obvio, pero, muchas veces, se nos olvida que estamos delante de personas con pocos años. Los expertos destacan que los niños muestran capacidades diferentes a las de los adultos y esto es algo que debemos tener en cuenta. A los adultos nos corresponde valorar la complejidad de cada circunstancia, adecuar la tarea a su nivel, ir graduando las exigencias de autonomía y responsabilidad. Y, a todo lo anterior, hay que sumar que nuestros hijos e hijas necesitan su tiempo. Muchas veces queremos que lleven nuestras prisas y nuestro ritmo de vida diario, y ellos son simplemente niños. Con esta reflexión es más fácil y posible la autorregulación del adulto. Maravillosamente imperfectos. Y recuerda: no existe la perfección y, por lo tanto, ni padres ni madres perfectos. Tampoco existen los hijos perfectos. Simplemente existe la maravillosa imperfección de las personas.

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