Una visión positiva y liberadora de la mujer, que rompe con los estereotipos de género y los convencionalismos impuestos, es la que ofrece Rocío Salazar en el libro 'Mentiras para ser una mujer de verdad', que acaba de ser publicado por Lunwerg. Las viñetas de la ilustradora sevillana, que un día decidió unirse al 'activismo pro pelos' y dejar de depilarse, tienen miles de seguidores en redes sociales.

En este manual para principiantes, Salazar revela con humor e ironía siete mentiras que tienen que ver con la idea que la mujer tiene de sí misma y de su propio cuerpo: LAS CHICAS NO TENEMOS PELOS ¿Quién ha visto una mujer con pelos? Es como si no existieran. La depilación femenina está cargada de mitos, como que no ir depilada es sinónimo de ser sucia, vaga o descuidada.  LAS MUJERES SOMOS DELGADAS Los anuncios están tomados por tipos perfectos y acabamos creyendo que un cuerpo solo es bonito si es delgado. Las mujeres reales tienen michelines, celulitis y cartucheras y, sobre todo, derecho a amar sus cuerpos tal cual son. LA REGLA NO EXISTE En torno a la menstruación existen multitud de bulos, tabúes y mitos, como que las mujeres somos bipolares durante el síndrome premenstrual. ¿Por qué la sangre de los anuncios de compresas es azul?  NECESITAMOS MAQUILLARNOS Maquillaje, tacones y la necesidad de ir siempre arregladas presionan a las mujeres. TENER COMPLEJOS ES MUY FEMENINO El propio cuerpo o la talla son fuente de complejos, ¿por qué? Cada mujer debería poder decidir cómo quiere ser. LAS CHICAS BUENAS NO ENVEJECEN Desde edades tempranas venden cremas antiarrugas a las mujeres para frenar los signos del paso del tiempo. Las arrugas, las canas…, envejecer en definitiva, también está mal visto. ¿Por qué no dejar de intentar aparentar menos edad? Mentira suprema: EXISTEN MUJERES DE VERDAD (y mujeres de mentira) Nos intentan vender una imagen de mujer perfecta. ¿Son libres las mujeres para tomar decisiones acerca de su cuerpo, aspecto físico y forma de vestir? ¿Sus gustos son 'suyos de verdad'? Demasiados estereotipos de género y convencionalismos sociales condicionan, de forma sutil pero determinante, la vida de todas las mujeres.