China lanzó el pasado mes de agosto su primer satélite de comunicaciones cuánticas. No se trata de un proyecto de investigación básica, sino de una implementación de criptografía cuántica con ambición comercial. El impacto de la noticia no es menospreciable. En la gran lucha por el dominio de las tecnologías cuánticas, la pregunta no es cuándo llegarán, sino quién las conseguirá.

China ha anunciado públicamente sus experimentos en criptografía cuántica, pero no hay ningún indicio conocido de que trabaje en el santo grial de la computación cuántica. Es pues razonable pensar que ese tipo de investigación se halla bajo secreto. También es razonable apostar por desarrollos cuánticos secretos en otros países, especialmente en Estados Unidos.

El paralelismo con el desarrollo de la bomba atómica es notable. El descubrimiento de la fisión nuclear fue público, conocido por todo el mundo, en el año 1938. Tanto los americanos como los alemanes estaban en disposición de investigar el posible uso militar de la fisión. Fueron los primeros quienes lanzaron el proyecto Manhattan y crearon la primera arma nuclear. Es ley de vida que si un progreso científico es posible, alguien lo hará, sea la clonación de una oveja, la secuenciación de un ADN, la creación de una bomba de hidrógeno o de un primer ordenador cuántico.

En el complejísimo mundo en el que vivimos no cabe la limitación en la investigación. La pregunta es, pues, ¿quién lo hará? La Unión Europea se ha sumado a la batalla creando un programa especial para las tecnologías cuánticas, financiado con 1.000 millones de euros: Quantum Flagship.

El autor es catedrático de Física Teórica en la Universidad de Barcelona y director del Centro de Ciencias de Benasque Pedro Pascual