Un guardia de tráfico espacial

Empieza a funcionar en Puertollano (Ciudad Real) el centro de detección de meteoritos y basura espacial más importante de Europa.

Una estrella fugaz cruza el cielo nocturno.
Una estrella fugaz cruza el cielo nocturno.
Efe

En el peor caso imaginable, una colisión en el espacio puede hacer chocar dos objetos a más de 50.000 kilómetros por hora. Da igual que sea pequeño tornillo contra la gigantesca Estación Espacial Internacional, la destrucción sería total. Y como en órbita alrededor de la Tierra hay cientos de satélites artificiales pero muchas decenas de miles de piezas sueltas, abandonadas y vagando sin control, alguien tiene que estar atento a toda esa caótica maraña para evitar accidentes.


El mejor guardia de este tráfico espacial de Europa, ahora mismo, es un centro de vigilancia instalado en Puertollano (Ciudad Real) y bautizado como Deimos Sky Survey (DeSS). Aunque hace más de un año que funciona en pruebas, solo recientemente ha empezado a operar de forma definitiva.


El DeSS, de Elecnor Deimos, está compuesto de dos instalaciones separadas por unos 30 kilómetros y conectadas por radioenlace. Una está en mitad del monte, en un parque natural, lejos de la contaminación lumínica, y la otra en un polígono industrial. En la primera, entre la maleza, hay tres telescopios ópticos envueltos en cúpulas protectoras blancas y con resolución suficiente para distinguir un objeto de 40 centímetros en órbita baja (a unos 300 kilómetros de altura) o un asteroide de al menos 50 metros. En la segunda, un sistema informático permite rastrear todos los cuerpos que encuentra -ya sean satélites, basura o posibles meteoritos-, calcular su órbita, determinar si son nuevos, catalogarlos y ver con qué pueden chocar.


Cuando el catálogo es lo suficientemente amplio, es relativamente fácil para un ordenador calcular qué dos objetos van a entrar en riesgo de accidente en los próximos días. Nunca se sabe con certeza (porque se mueven muy rápido, a unos 27.000 kilómetros por hora y están bastante lejos de la superficie) sino que se hace un cálculo de probabilidades. Una posibilidad entre mil, o una entre un millón, por ejemplo. La norma no escrita dice que cuando un satélite tiene al menos una oportunidad entre diezmil de chocar, ha llegado la hora de moverlo un poco. Se sube o se baja uno metros y se esquiva el peligro. Casi todos los hacen al menos una o dos veces al año.


Cada satélite tiene un dueño -un ministerio de Defensa o una compañía de telecomunicaciones, normalmente- y son ellos los que deben decidir si cambian su órbita o se arriesgan a chocar. Cada sonda en el espacio, que cuestan entre decenas y cientos de millones de euros, tiene una vida útil de pocos años y combustible limitado para esta clase de operaciones.

Sondas espías

«La basura espacial podemos encontrarla en cualquier sitio entre los 300 y los 36.000 kilómetros de altura», explica Jaime Nomen, director del DeSS, un centro que funciona con un propósito comercial. Su objetivo es vender esta información a operadores de satélites. Hasta ahora, muchos recurrían a los catálogos públicos de EE. UU. y Rusia, que son amplios pero incompletos. Una de cada seis naves en órbita es militar, y algunas están dedicadas al espionaje.


Natalia Sánchez, responsable de la División de Vigilancia Espacial de Elecnor Deimos y experta en el cálculo que determina la probabilidad de que dos objetos en órbita colisionen, muestra un candidato a satélite espía en la pantalla de su ordenador. Ha aparecido de pronto y no se puede atribuir a ningún lanzamiento reciente conocido. «Mira, ha salido en muchas fotos, no es un error del sistema», explica.


Pero en el DeSS también buscan otros objetos. Asteroides, que vienen de más lejos, mucho más rápido y acumulan un poder destructivo inmenso. «De los asteroides de menos de 15 metros se hace cargo la propia atmósfera, pero uno de 50 metros puede llevarse por delante una ciudad», asegura Nomen, que también es un especialista en encontrarlos.


Es 'suyo' el asteroide de tamaño medio -de unos 70 metros- que más cerca ha pasado de la superficie de la Tierra de los que se han registrado. Ocurrió en febrero de 2012, y pasó a solo 27.000 kilómetros de distancia.


Justo un año después, otro asteroide más pequeño, de unos 17 metros, atravesó la atmósfera, reventó junto a Cheliabinsk, en Rusia, y provocó 900 heridos.

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