Tercer Milenio
En colaboración con ITA
Zootropolis. La ciudad de la vida animada
Desde el pasado 12 de febrero ya podemos disfrutar, en las mejores pantallas, de la última joya de animación de Disney, Zootropolis. Salvo, claro está, que hayas hecho las Américas para verla, pues en este supuesto de lo que disfrutarás como un enano es de Zootopia, el título original del filme.
¿A qué este cambio? Según comunicó la compañía, el motivo es darle un título que funcione para la audiencia británica (y por extensión en el resto de Europa). Argumento poco convincente teniendo en cuenta que el original remite de inmediato a una animal Utopía, a la sazón un concepto acuñado por el muy inglés pensador y humanista Thomas More (más conocido por estos lares como Tomás Moro, que funcionaba mejor) en 1516.
Frente a esta utópica explicación parece ser que la verdadera tiene mucho más que ver con el mundo real. El nombre y la marca Zootopia están registrados en el Reino Unido por el Gorskud Zoo de Dinamarca como denominación para el anunciado como zoo más avanzado del mundo y cuya apertura está prevista para 2019. Un copyright que incluye la explotación de dicho nombre en ropa, juegos y demás merchandising en el mercado británico y, cabe suponer, que también en otros países europeos.
Mercantilismos a un lado lo que (me) llama la atención es por qué se ha optado por Zootropolis y no por Zoopolis, que, al fin y al cabo, y desde lo etimológico, se traduce literalmente como Ciudad (polis) animal (zoo).
Y puesto que en este caso no ha lugar a comunicado oficial de Disney, no queda más remedio que elucubrar, fabular y hasta confabular.
Visto lo visto, es factible que el motivo haya sido evitar posibles conflictos de derechos comerciales (y también confusiones ideológicas, marcando distancias) con el exitoso libro Zoopolis: A Political Theory of Animal Rights, escrito por Sue Donaldson y Will Kymlicka y publicado en 2013, que aborda el tema de los derechos animales.
Más sugerente es suponer que las mentes pensantes de Disney han optado por rendir cinéfilo tributo a Metrópolis, la obra maestra del cine mudo dirigida por Fritz Lang en 1927, que refleja unas utópicas ciudad y sociedad futuristas y la primera película incluida en el registro de Memoria del mundo de la Unesco.
Sin embargo, personalmente me gustaría creer que se trata de un guiño más tecnohistórico. Un homenaje al zoótropo, uno de los múltiples ingenios, aparatos o dispositivos (injustamente catalogados con el tiempo como juguetes) del siglo XIX que permitían proyectar imágenes en movimiento y, por ende, precursores del cinematógrafo.
En 1834 William George Horner inventaba el daedaleum, que años después sería rebautizado como zoótropo (del griego zoo, vida animada, y tropo, rueda o cuerpo que gira). Una rueda de la vida que consistía ni más ni menos que en un tambor horadado por una serie de rendijas estrechas uniformemente distribuidas por toda su superficie y en cuya cara interior se disponía una tira de dibujos continuistas de modo que, al hacerlo girar con la suficiente velocidad, provocaba la ilusión de movimiento o animación.
Y aún hay otra razón de pecuniario peso para postular la hipótesis zootrópica: cuando en 1867 la London Stereoscopic and Photographic Company comercializó por vez primera un zoótropo, este cosechó grandes ventas a pesar de que su precio ascendía a una guinea, más del sueldo semanal de un trabajador de a pie. Un argumento de lo más inspirador.
Y Eco asimismo nos recuerda que Jorge Luis Borges en su relato Tlon, Uqbar, Orbis Tertius afirma que ese lugar inquietante y oculto es «obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras . Dirigidos por un oscuro hombre de genio». Una descripción que de inmediato nos cine-trasporta a la película Tomorrowland, otra de la factoría Disney.