Lizzie Siddal: la musa etérea

Se llamó Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862) de nacimiento, fue modista de sombrerería y se convirtió en la modelo ideal de los artistas Prerrafaelitas. Fue la amante y la esposa de Dante Gabriel Rossetti y murió a los 33 años, de una dosis excesiva de laúdano.

Lizzie Siddal: la musa etérea
Lizzie Siddal: la musa etérea

La historia del arte está llena de locura, muerte y episodios de amor. El relato de la vida y la creación de Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) y Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1962) tiene de todo; constituye uno de esos admirables capítulos donde la realidad y la imaginación se vuelven imprecisos, donde la enfermedad y la muerte conviven con la obstinación y el delirio hasta hundirse en la sinrazón y la tiniebla.


Procedían de familias muy distintas: de origen italiano, aunque londinense, Dante Gabriel era hijo de un emigrado rico e ilustrado que le pudo dar una buena educación. Pronto se apasionó por la pintura y la poesía, y en 1848, con los pintores William Holman Hunt y John Everett Millais, fundó la Hermandad Prerrafaelita, que se oponía al nuevo academicismo y reivindicaba un regreso al detallismo, la luz y el color de los pintores italianos y flamencos anteriores a Rafael; en el fondo, era un regreso a un romanticismo vinculado a la época medieval y al renacimiento.


Elizabeth Eleanor Siddall, que pasaría a la historia como Elizabeth o Lizzie Siddal (con una sola ele), había nacido en 1829 en el seno de una familia humilde que tenía seis hijos. No está claro que fuese a la escuela, pero sí que era una criatura sensible que descubrió el embrujo de la poesía al leer, en un viejo diario, un fragmento de un poema de Alfred Tennyson.


También debía ser una joven resuelta: trabajaba de modista en una sombrerería y de modelo de artistas, merced a que un día el pintor William Deverell la vio y se quedó fascinado: era alta, de cartílagos airosos, tenía un rostro ideal, los labios carnosos y un pelo rojo, muy rojo, aunque otros utilizan el epíteto cobrizo. Además del porte, poseía un aire más bien lánguido y romántico.


Probablemente fuese Deverell quien la descubrió, pero quien se enamoró de ella fue Dante Gabriel Rossetti. Era la modelo que andaba buscando: la musa etérea, la mujer soñadora y sensual. Sus relaciones fueron más allá de la pintura: ella posó para él y además se convirtió en objeto de veneración. Durante algún tiempo, el pintor y poeta permitió que posase para otros. Lo haría, por ejemplo, para John Everett Millais en 1852 y para Clerk Saunders en 1857. Su colaboración con Millais respira enigma y belleza. Fue su ‘Ofelia’, inspirada en el personaje de ‘Hamlet’ de Shakespeare; la situó en una bañera que el pintor calentaba con velas y en varias ocasiones, de tan obcecado o concentrado que estaba Millais, no se percató de que el agua se había enfriado. A consecuencia de estas sesiones, Lizzie Siddal cogió una neumonía de la que dicen que jamás se recuperó del todo; siempre fue una joven pálida y enfermiza. Algunas fuentes aseguran que su padre denunció al pintor y le pidió una compensación para curar a la joven. Esa ‘Ofelia’ es uno de los cuadros más famosos con el rostro de Lizzie.Tristes autorretratos

A la vez, seguía manteniendo su historia de amor con Dante Gabriel Rossetti. Este no accedía a casarse porque su familia no la aceptaba. Poco a poco, la joven, enferma y desanimada, se fue haciendo adicta al láudano. Por fin, en 1860 se casaron en Hastings, en una ceremonia en la que no hubo invitados. Para entonces, Lizzie Siddal ya conocía bien el carácter de su marido, dado a la bebida y un gran seductor de otras mujeres, que a veces eran sus modelos. Ahí están nombres como Jane Burden (esposa de William Morris), Ruth Herbert, Annie Miller, Alexa Wilding y Fanny Cornforth. A todas las pintaba y concertaba citas con ellas. Y a la vez, celoso y agrio, ya no soportaba que su esposa posase para otros. En sigilo, a veces con su colaboración, Lizzie, dotada de una intensa sensibilidad, escribía poemas, sobre todo de amor, dibujaba y pintaba. Pintó algunos autorretratos. Pero esa actividad estaba eclipsada por la fama de su marido y también por su visión pesimista de la vida y quizá de sí misma: solía retratarse triste, espectral, casi tenebrosa.


El 11 de febrero de 1862, al parecer, Dante Gabriel Rossetti salió de casa para impartir algunas lecciones a gente humilde, como solía hacer. En realidad, le confesó a un amigo que iba a encontrarse con Fanny Cornford, a la que llamaba «mi querido elefante»: era opulenta, fuerte, alta, pero carecía de la belleza de Lizzie. Cuando regresó casi al alba, se encontró con su esposa yerta. Quizá se había excedido con el láudano y se había muerto. Esos dos años de convivencia habían sido infernales: por las infidelidades del pintor y poeta, por dos embarazos que no llegaron a buen puerto, por la doliente fragilidad de la joven. Apenas tenía 33 años. Los historiadores hablan de suicidio. Dante Gabriel Rossetti se sintió culpable: logró deslizar en su ataúd uno de sus cuadernos manuscritos con sus poemas y no tardaría en rendirle uno de sus mejores homenajes al pintarla en ‘Beata Beatriz’.


Casi siete años después, instigado por su marchante, Charles Augustus Howell, se exhumó el cadáver y se recuperaron los poemas. Rossetti no se atrevió a estar presente, aunque había intentado comunicarse con ella a través del espiritismo. Aceptó cuanto le contó Howell: le dijo que Lizzie estaba impecable, incorrupta, que el pelo le seguía creciendo, y le devolvió los poemas, que publicarían sus amigos en 1870 con el título de ‘La casa de la vida’ (hay edición en castellano del aragonés Francisco M. López Serrano en Pre-Textos, 1998). Eran poemas de amor y erotismo de alguien que había sufrido mucho.


Rossetti murió en 1882, 20 años después que su mujer. En los últimos tiempos, se convirtió en un auténtico anacoreta, víctima de la culpa, la locura y quizá el olvido. Se hizo acompañar por un marsupial, el wombat, al que le cuesta 14 días hacer la digestión. Fue, con el fantasma de Lizzie, su última compañía.