Tercer Milenio

En colaboración con ITA

REPORTAJE

Robots. Emociones artificiales

Ya existen robots que intentan expresar emociones para que los sintamos más cercanos cuando nos asistan o nos rescaten. Este es un viaje tecnológico que toca lo más filosófico de la naturaleza humana. Por un lado, tenemos el mundo de las máquinas: frío, preciso, exacto, mensurable, funcional. Por otro, la parte que nos hace más humanos: la capacidad de sentir, llorar, enfadarse¿ Para ser capaces de dotar de sentimientos a las máquinas tenemos que entender primero cómo funcionan, analizarlos, deconstruirlos en sus detalles más pormenorizados y tratar luego de crear algoritmos y mecanismos que reproduzcan estos sentimientos en el ser inanimado.

El robot iCub, gateando
El robot iCub, gateando
UNIVERSIDAD DE PLYMOUTH/ROBOTCUB

ENTRE LA TERNURA Y LA FRIALDAD

Dos estrenos de cine tuvieron lugar hace unos años al mismo tiempo: mientras el mundo claramente animado e irreal de ‘Los Increíbles’ conectaba con todo tipo de público, en países culturalmente distintos, y se convertía en una de las películas animadas más exitosas de la historia, el mundo perfectamente humano de ‘El Expreso Polar’, que utilizó computadores gráficos y sistemas de captura de movimientos para dotar a sus dibujos animados de un porte “casi humano”, dejaba el mismo frío polar recogido en su título en las butacas de las salas de cine.


¿Qué hace que seamos capaces de relacionarnos e identificarnos con un personaje animado o con un robot? ¿Qué nos impide como humanos tratar con las máquinas? ¿Es esta una barrera invencible?


Los visionarios llevan varias décadas imaginando la modernidad como el lugar donde los robots realizan el trabajo mecánico de las fábricas y las tareas del hogar (una fantasía frustrada para muchos). Sus coetáneos modernos han encontrado nuevas responsabilidades que se pueden automatizar: desde ejércitos formados por robots hasta máquinas que serán capaces de cuidar de los ancianos o jugar y entretener a los más pequeños, rescatar personas, realizar operaciones en el quirófano o administrar medicamentos en sangre…


Pero ¿cómo de factible es esto si no somos capaces de relacionarnos con un robot?


No se preocupen (¿o sí?) porque los robots modernos empiezan a tener algo parecido a las emociones y el campo de la inteligencia artificial se está empeñando en saltar estas barreras que una vez se creyeron insuperables. Aunque para los robots, tratar con humanos es también extremadamente difícil porque cambiamos de opinión, cosa que ellos no hacen.


CON CARA DE NIÑO

Uno de los robots más sofisticados en los que se trabaja en la actualidad tiene cara de niño y el tamaño de uno de 3 años. Se llama iCub, está siendo construido por un consorcio de investigadores europeos y su función clave es enseñarnos cómo funciona la cognición humana. Esto es, los procesos de toma de conciencia, percepción, razonamiento y sentido común.


Los investigadores quieren saber cómo utilizamos los humanos los procesos cognitivos para relacionarnos con nuestro entorno. Y para ello han recreado en una simulación el funcionamiento de nuestro cerebro, que incluye el intercambio de electricidad entre neuronas, para que el robot pueda procesar la información que percibe a su alrededor y responder en consonancia, moviendo sus brazos, la cabeza, los ojos o los dedos para adaptarse al mismo, de la misma forma que nuestras neuronas se comunican y nos permiten coger una taza para beber, algo muy complejo de reproducir, por la precisión que implica, en un robot.


El robot iCub está aprendiendo todo lo que necesita para enfrentarse al mundo como lo hacen los niños. Incluso a hablar: “En nuestro proyecto, llamado italk, hemos dado un paso hacia atrás, volviendo a lo básico y explorado cómo se desarrollan y aprenden los niños y cómo integran el lenguaje con las acciones -explica Anthony Morse, de la Universidad de Plymouth, en Reino Unido-. Mucho de lo que se había hecho hasta ahora en inteligencia artificial se basaba en los comportamientos de los adultos “y eso es erróneo”, asegura Anthony Morse.


En esta vuelta hacia atrás para enseñar a los robots, también aprendemos cosas sobre nosotros. “Una de las mayores sorpresas que nos hemos encontrado es el papel fundamental que juega el cuerpo en la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno. Nuestros experimentos, que necesitan confirmación en niños, sugieren que, en la primera etapa del desarrollo al menos, la postura juega un rol importante en asociar un objeto con su nombre. Los niños pueden aprender el nombre del objeto, incluso si este está ausente, asociándolo con el lugar físico en el que se encontraba y con la postura física que tenían en ese momento”, comenta el experto en ciencia cognitiva.

Otra de las diferencias de la nueva inteligencia artificial, mucho más centrada en emociones y cognición y en una mezcla de especialidades que combinan neurociencia e ingeniería, son los procesos de aprendizaje. “En iCub, el robot tiene que aprender por sí mismo, no son cosas que le puedas programar, la versión antigua de inteligencia artificial había hecho eso, programar cada acción: si pasa esto, se responde de forma X, así que todo estaba encorsetado en un guión, y el robot simplemente lo ejecutaba. Ahora se tiende a tener una base neurológica y sistemas de aprendizaje, por ejemplo iCub hace predicciones sobre sus acciones”, indica el investigador.


ENGAÑOS ROBÓTICOS

No es el único capar de predecir acciones. Rovio es el primer robot de la historia que ha sido capaz de engañar a otro robot jugando al escondite al dejar una pista falsa que no siguió realmente para hacer creer a su enemigo que estaba escondido en un lugar distinto al que se encontraba.


“Partimos de la premisa de tratar de ver si un robot podría reconocer una situación que justificara el uso del engaño y engañar realmente”, explica Alan Wagner, del Instituto de Tecnología de la Universidad de Georgia, en Atlanta (Estados Unidos).


Mucho más allá del juego del escondite, el hallazgo supone la demostración de un aspecto conocido en inteligencia social como la teoría de la mente, algo que los humanos solo desarrollamos a la edad de 4 o 5 años y que implica ser capaz de razonar tus pensamientos, adivinar las intenciones e, incluso, los sentimientos de la gente y de otros robots. Implica, además, el reconocimiento de que las intenciones y creencias de los otros son distintas de las nuestras y permite anticiparse para manipular las acciones de los demás… Lo que abre las puertas a las consideraciones éticas. “¿Diríamos que es poco ético si un robot engaña a una persona para salvarla? ¿Si lo hace para calmarla en una situación de rescate que favorezca su salida de un edificio? ¿Si se utiliza para dar la medicina a alguien que se va a curar? Hay algunas situaciones en las que el engaño se utiliza para ayudar”, argumenta Wagner.


Se espera que estos robots puedan utilizarse en el cuidado de personas mayores, pero para ello deben llegar al otro estadio del proyecto: reconocer cuándo alguien confía en ellos y saber si pueden confiar en otra persona.


¿Es difícil lograr eso? “Por el momento, tomamos una versión muy simplificada de las emociones, y no estamos diciendo que el robot vaya a tenerlas, explica Wagner. En inteligencia artificial, “todo se reduce a formular exactamente cómo procesa la gente la información y traducirla a un software o algoritmo en un robot”, continúa. “En un campo delimitado y definido resulta bastante fácil hacer que un robot se comporte como un humano, pero si queremos que el robot interactúe de una forma más compleja, entonces rápidamente se convierte en algo muy muy complicado”, argumenta por su parte Morse.


¿Serán los robots capaces de pensar por sí mismos? Los investigadores consultados no dudan en decir que sí unánimemente como respuesta, pero también afirman que no lo veremos nosotros. Falta más de un siglo para que las máquinas ‘amenacen’ nuestra inteligencia.