Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El principio. Del árbol, y del bosque que tapaba

Si quisiéramos empezar esta historia por el principio, tendríamos que encontrar a su primer protagonista. ¿A quién os imagináis? ¿Algún candidato para la fotografía? ¿Sería un australopithecus caminando a dos patas sobre las cenizas de un volcán, todavía calientes? O, tal vez, más atrás: ¿hasta los primeros simios? ¿O tú eres de los que no se complican y, si no es sapiens sapiens, no quieres saber nada de ello?

Vista de perfil del cráneo de un chimpancé
cráneo 2

IMAGINAD

Cierra los ojos un momento e imagina: el ruido de la lluvia torrencial que ha descargado durante las últimas cuatro horas acaba de detenerse y los primeros pájaros empiezan a llenar el aire con su canto. Apenas unos segundos después, lo que había empezado con dos, tres animales a lo sumo, adquiere el volumen de una cadena de producción industrial: miles de pájaros e insectos saturan el oído con sus cantos, zumbidos, chasquidos… De repente, en lo alto, algo se mueve entre las ramas de los árboles. Esa figura que la falta de luz no permite distinguir en su totalidad guarda la puerta del viaje que iniciamos hoy por la historia de nuestro género.


Hace 50 millones de años (MA) el mundo era en promedio 5ºC más cálido que hoy; el este de África estaba cubierto por un denso bosque tropical que se extendía por toda la tierra que hoy conocemos como África, parte de Europa y Asia, y el perfil de estos continentes era distinto al de hoy. Allí aparecieron los primates que mucho, mucho más tarde, darían origen a nuestro linaje. Podríamos decir que fueron felices y comieron perdices durante un tiempo hasta que, hace alrededor de 8 millones de años, un cambio climático enfrió el planeta, secuestrando agua en los casquetes polares. Además, el altiplano del Tíbet se elevó considerablemente y este bloqueó el acceso de los vientos cargados de humedad, responsables del monzón, desde el índico hacia África. ¿El resultado? El bosque tropical que abría este relato fue secándose poco a poco.

En ese mundo extraño, donde el bosque y la sabana crecían, los primates ya habían empezado a erguirse sobre sus patas traseras y caminar. No como lo hacemos nosotros, tal vez se pareciera más a lo que hacen los orangutanes hoy día: caminaban sobre sus dos patas traseras mientras se agarraban con los brazos a ramas superiores, repartiendo su peso mejor y pudiendo así alcanzar lugares que antes no podían.


Ahora tenemos que avanzar hasta los 6-4 MA y descubrir tres candidatos al papel protagonista de esta historia: Toumaï (Sahelanthropus tchadensis), el Hombre del Milenio (Orrorin tugenensis) y Kadabba (Ardipithecus kadabba). De Toumaï (que es el nombre que los pobladores del desierto de Chad dan a los niños nacidos al inicio de la estación seca: ‘esperanza de vida’) sabemos a través de restos craneales, el Hombre del Milenio dejó restos de las piernas pero ningún cráneo y Kadabba, dientes.

Los tres pueden haber sido antepasados nuestros, o ninguno de ellos. Lo importante es que todos muestran signos de haber caminado sobre dos patas y que su aspecto habría sido el de un chimpancé erguido, con un cerebro pequeño.

Por una mezcla de azar y necesidad, el linaje de estos homininos (así se designa en taxonomía a la subtribu que forman los homínidos de postura erguida: Homo, Paranthropus, Orrorin, Ardipithecus, etc.) se hizo bípedo mucho antes de que el cerebro grande que nos caracteriza hiciera su aparición. En el lugar que habitaban, andar sobre dos patas tenía ventajas: erguido se tiene un mayor campo de visión entre las altas hierbas de la sabana. Además, caminando con dos puntos de contacto con el suelo aumenta la eficiencia energética del desplazamiento. Un desplazamiento que se lleva a cabo bajo el sol abrasador de la sabana y que, estando de pie, castiga mucho menos que con el lomo horizontal. ¿Qué hacer con las manos libres? Pues, por ejemplo, transportar objetos o comida con facilidad y, llegado el momento, incluso fabricar herramientas o teclear en el ordenador un artículo sobre evolución humana.


Eso sí, alerta para navegantes: ¿recordáis el clásico dibujo de la evolución en el que un mono a cuatro patas comienza a caminar sobre los nudillos (como los chimpancés o los gorilas), todavía encorvado se levanta sobre sus patas traseras y finalmente se convierte en un sapiens como nosotros? Pues es un error. En nuestro linaje, no se han encontrado fósiles que apoyen esta secuencia. De hecho, caminar sobre los nudillos requiere una adaptación especial de los huesos de la mano y la muñeca; no es un estado transitorio entre caminar a cuatro y dos patas.


Hoy, lo dejamos aquí. En la próxima entrega llegaremos hasta la primera prueba irrefutable de la bipedestación.


LAS HUELLAS DE LA BIPEDESTACIÓN

La posición del ‘foramen magnum’, orificio que conecta el cráneo con la columna, nos habla de la posición del lomo con respecto al suelo. Si está en la parte posterior del cráneo, entonces la columna debe estar en paralelo al suelo. En cambio si, como en nuestro caso, el ‘foramen magnum’ está en la parte inferior, la columna estará en perpendicular al suelo. El número y tamaño de las vértebras lumbares humanas es mayor que en el resto de primates porque la posición erecta carga mucho esa zona. Pero hay mucho más: la forma curvada del sacro, una pelvis distintiva o una cabeza del fémur mayor solo se explican por la adaptación a caminar erguido sobre dos patas y que podemos encontrar en fósiles de nuestros antepasados y no en el resto de primates.

PARA SABER MÁS:

¿Qué nos diferencia de otros primates? Descúbrelo viendo el vídeo 'Walking on two legs'.