Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Cuando la enfermedad vuela

Proliferan en las aguas estancadas, en los recovecos de las viviendas más humildes y en zonas urbanas hacinadas. Sus picaduras suponen mucho más que una molestia. Son los insectos que actúan como vectores de enfermedades infecciosas como el dengue, la malaria, el mal de Chagas o la chikungunya. En muchos casos no existe vacuna y los tratamientos no son del todo eficaces o no se tiene fácil acceso a ellos. Especialmente en países pobres, los más vulnerables a estas amenazas sanitarias, la prevención, gracias al control de los agentes transmisores, es la mejor arma contra la enfermedad. El proyecto Aedes Norte-Sur tiene dos de estos 'odiosos' mosquitos en su punto de mira.

Un técnico de proyecto Aedes Norte-Sur examina las vinchucas, los chinches que transmiten el mal de Chagas, en una vivienda de la zona indígena de Camiri, en Bolivia
bolivia
ROSA CASTRO

ENTRE LOS MÁS POBRES

Vive especialmente en las casas de adobe, como si tuviera una secreta fijación por los más pobres. El insecto que transmite la enfermedad o mal de Chagas es un chinche, no un mosquito, pero actúa casi como tal. Al llegar la noche sale de entre las grietas buscando la sangre que necesita para sobrevivir. Cuando pica, consigue tal cantidad que necesita vaciar su intestino para poder alojarla, por lo que defeca sobre la piel. Pero en las heces viaja también el parásito responsable de la enfermedad, un protozoo (Tripanosoma cruzi) que penetra en el organismo ayudado por la propia víctima cuando, inconscientemente, se rasca tras la picadura.


En un primer momento, la enfermedad es apenas detectable. Sin embargo, al cabo del tiempo, en algunos de los infectados progresa inflamando el corazón y el esófago, y puede llegar a ocasionar la muerte. En este momento hay más de 25 millones de personas enfermas del mal de Chagas; cada año mueren aproximadamente 40.000.


En los años ochenta, cuando la prevalencia de esta enfermedad era aún mayor, Pilar Mateo era una química valenciana recién licenciada que trabajaba en la empresa familiar. Su padre dirige una fábrica de pinturas y barnices, y ella comienza a investigar sobre sistemas para prevenir su corrosión. Nada llamativo, podría pensarse. Nada que le diera cabida aquí, entre insectos que defecan, fijaciones secretas por los más pobres y millones de enfermos en casas de adobe.

Pero su investigación se fue reorientando. En 1991 lee la noticia de que un quirófano debe cerrarse por la presencia recurrente de bacterias. En ese caso parecían ser las cucarachas quienes las transportaban en sus patas, y decide estudiar la posibilidad de fabricar una pintura que permitiera controlarlas. Esa posibilidad acabó en realidad, y la llamó Inesfly.


La investigación se había reorientado tanto que, en 1995, coincide en Valencia con un médico boliviano muy interesado en sus estudios. Le habla de su pueblo, que ha sido especialmente masacrado por la enfermedad, y donde el 85% de las personas morían por entonces por esta causa. No existe vacuna, y los tratamientos, que no siempre están disponibles, no son demasiado eficaces. La clave, por tanto, puede ser la prevención, el control del insecto.


La ciencia es conocimiento, pero cuando se combina con la utilidad puede disparar la motivación. Tanto es así que, en 1998, Pilar Mateo deja España y a su familia para vivir en Bolivia, comienza los ensayos de campo y se convierte en indígena, una guaraní más. Diez años después, las tasas de erradicación del parásito superan el 95% con la aplicación de su pintura. Se convierte en una rebelde con una brocha y con la mejor de las causas.


Pero la historia continúa. Hay innumerables enfermedades que se transmiten por vectores, ejércitos de insectos que pueden transportar virus, bacterias, parásitos. La pintura diseñada por Pilar Mateo tiene una ventaja que le añade posibilidades. Su tecnología permite incluir productos que no solo estén dirigidos contra las cucarachas o los chinches del Chagas, sino también contra los mosquitos -dos especies concretas se van a combatir en el marco del proyecto Aedes que ha puesto en marcha el Gobierno de Aragón y financia Ibercaja-. Ofrece la posibilidad de contribuir al control de enfermedades transmitidas por ellos, como el dengue, la fiebre amarilla, incluso la malaria. Los tratamientos no siempre son eficaces y, en muchos casos, no se ha conseguido aún una vacuna que garantice la prevención. Por eso, la mejor manera de erradicar este tipo de males pasa siempre por el control del vector que los transmite.


Todas estas enfermedades son solo ejemplos de una extensa lista. A la enfermedad de Chagas, por sus características, se la llamó la “enfermedad invisible”. Pilar Mateo prefiere llamarla la “enfermedad de los invisibles”. Seguramente el concepto sea válido para gran parte de esa lista. Ahora, un nuevo proyecto de investigación puede contribuir a cambiar algo de esa situación. Todo empezó en una fábrica de pinturas y barnices, pero no quedó allí. Quizás porque, como dice la doctora Mateo, “solo se puede entender la enfermedad de la pobreza cuando vives con ella. La ciencia no soluciona las enfermedades desde un laboratorio, igual que una persona no puede entender el llanto si no ha llorado antes”. También quizá gracias a un lema que ha hecho suyo, que parece impulsarla y que Eduardo Galeano rescató de una pared anónima en Bogotá: “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.