Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Los sapos y el sismógrafo

None

Reproducción del primer sismógrafo
sismógrafo

La noticia de que los sapos podrían ser capaces de detectar los terremotos con días de antelación, según informa un reciente estudio publicado en el ‘Journal of Zoology’ basado en el ‘extraño’ comportamiento de una colonia de dichos batracios, localizada en el italiano lago de San Ruffino, los días previos a que un seísmo sacudiese la región, me ha traído a la memoria, cual magdalena proustiana, el recuerdo del primer sismógrafo de la historia (al menos del primero del que se tiene conocimiento). Fue obra del astrónomo, matemático y, claro está, inventor chino Zhang Heng, quien, en el año 132 d. C. habría ideado un ingenio, bautizado como ‘Didong yi’, y fabricado en cobre, con forma de urna y con un péndulo central. La urna estaba adornada con ocho dragones cuyas cabezas apuntaban en las ocho direcciones -Norte, Sur, Este, Oeste y las intermedias-; sus bocas sostenían ocho bolas de cobre. Debajo de ellos se situaban ocho sapos -he aquí la conexión con la investigación con la que arranca este texto- con las cabezas levantadas y las bocas abiertas y apuntando a las de los respectivos dragones (para acabar de verlo mejor basta introducir en el buscador de imágenes de Google los términos ‘sismógrafo chino’).


Al parecer -porque el instrumento no se conserva, aunque sí existen modernas reproducciones, y de él solo se tiene constancia por la descripción existente en la biografía de Zhang Heng-, el instrumento funcionaba del siguiente modo: al producirse un movimiento de tierra, el péndulo central se desplazaría de su posición de equilibrio activando un juego de palancas que, en última instancia, provocaría que uno de los dragones dejase caer la bola que sostenía entre sus fauces en la boca del sapo situado justo debajo de él, lo que produciría un sonido que advertiría del seísmo y de la dirección en la que este se había producido.