Scolari, el estratega que cambió a Brasil

El entrenador ha utilizado todo tipo de medidas para ganarse a sus jugadores.

Scolari ha utilizado muchas técnicas para llegar a la victoria
Scolari ha utilizado muchas técnicas para llegar a la victoria

Esa imagen de una selección en jirones, al borde de un ataque de nervios, con un técnico que propone una tregua a periodistas y agita teorías de conspiración, no puede ser la brasileña, pero el que acapara portadas con 'cara de póquer' sin duda es Luiz Felipe Scolari.


Que si falta temple o sobra emoción a los jugadores es un asunto de bar, panadería, supermercado o encuentro casual en elevador.


A un día del partido de cuartos de final contra Colombia en Fortaleza, el país del fútbol esperó con devoción el revelador humo blanco o negro que los cardenales de la Canarinha puedan emitir de esa suerte de Capilla Sixtina que es la Granja Comary, el cuartel general del equipo que rige Scolari.


Humo negro pareció advertirse en el último entrenamiento cuando Fred recibió de mala manera la orden de pasar al equipo de los reservas y así lo comprueban las fotos de la prensa y las imágenes de la televisión.


Humo negro también dejó este jueves y otra versión nada halagüeña pues, al parecer, algunos jugadores se resisten a volver al diván de la psicóloga Regina Brandao que, como refuerzo de caballería para Felipao, ha llegado a la concentración con la misión de ayudar al capitán Thiago Silva, Neymar y compañía a canalizar sus emociones.


La sufrida calificación a cuartos de final a expensas de Chile, con alargue incluido y tanda de penaltis como instancia extrema, ha reflejado en la vida real, como ya lo hizo alguna novela mexicana con algunos aristócratas, que los ricos del fútbol también lloran.


El filme 'Ghost' solía arrancarle lágrimas en la década de los años noventa, tiempo en que el de Passo Fundo se afirmó como entrenador, que imaginaba estrategias y definía formaciones mientras lavaba los platos tras la cena.


Y lágrimas de impotencia arrancó a incautos adversarios o aliados gracias a sus teatrales salidas. Al paraguayo Franciso 'Chiqui' Arce lo hizo permanecer con una extremidad inmovilizada para convencer al rival de turno que no jugaría. Y jugó y sorprendió.


A su goleador Paulo Nunes, amante de la noche, lo neutralizó al pedir a radicales del Palmeiras que lo siguieran para dejarlo en evidencia. El rubio, temeroso, no volvió a escaparse.


Algunas órdenes, que nunca negó, llevaron a los suyos a golpear, insultar y escupir rivales, como sufrió en carne propia el hábil delantero Edilson del Corinthians.


Eran los tiempos del entrenador 'políticamente incorrecto', al que no le temblaba la voz al manifestarse a favor del legado que en salud y educación dejó del dictador Augusto Pinochet o en contra de los homosexuales en el fútbol.


Pero con el tiempo sus 'métodos alternativos' de entrenamiento se fueron refinando, sin dejar de ser sorprendentes e ingeniosos.


Inspirado en las enseñanzas de Sun Tzu, el general y filósofo de la antigua China, Felipao guió la selección brasileña a la conquista del 'Penta', en Mundial del 2002 disputado en Corea del Sur y Japón.


Recibió una selección herida, esa sí, en jirones, repudiada por su su 'jogo feinho' y nulos resultados. Y al refundarla, retó a medio país por prescindir de Romário, que con el olfato goleador aún fino, era reclamado hasta por el presidente Fernando Henrique Cardoso.


Hizo de sus seleccionados 'la familia Scolari' bajo el precepto de Sun Tzu: "Maniobrar con un ejército es ventajoso. Maniobrar con una multitud indisciplinada, es peligroso". Era claro. Al Mundial del 2002 movilizaría su 'ejército'. La multitud indisciplinada, los ciudadanos, se quedaban.


Trabó luchas dialécticas y no se sonrojó al repudiar el tal 'jogo bonito'. Sus adversarios creyeron que era un signo de debilidad, una abdicación anticipada, sin entender que el arte de la guerra se basa en el engaño y también aplica para el fútbol.


Siempre ocultó sus intenciones, instruyó a los suyos para aparentar inactividad, como en la última semana en apariencia se han visto varios jugadores relajados en un jacuzzi; o incapacidad, como el Neymar renqueante de hace dos días.


Y como Colombia no ha dado muestra de desorden en sus filas, quizá sea conveniente cambiar el foco no sin antes rasgar algunos elogios, como hizo el jueves en Fortaleza, al ponderar la calidad técnica de los de José Pekerman, y el ambiente "casi amistoso" que comparten brasileños y colombianos.


Al ocultar sus verdaderas intenciones, busca confundir, hacer, ruido, reforzar las alianzas mientras en la intimidad sus jugadores velan sus armas.


Imposible creer que a esta altura de la historia del país que ha disputado todas las veinte ediciones del Mundial los protagonistas de ahora olviden que la ropa sucia se lava en casa. O, en lenguaje de fútbol, que los vestuarios tienen códigos, y lo que pasa allí, allí se queda.


Quizá la Colombia de Pekerman esté vacunada contra esa 'franqueza falsa', que hace estragos amparada en el impulso humano de creer de entrada en las apariencias. Quizá los jirones, los nervios y las teorías de conspiración desaparezcan del escenario una vez comience a rodar el balón en el estado Castelao. Quizá Scolari vuelva a reír con el dolor de sus rivales. O quizá el rival de turno aprendió ya la lección.