Youssouf se sienta en el porche y respira el olor de las tortitas de mijo que cada mañana prepara su vecina. Su nieta, Carine, pasa al lado de él y se agacha para darle un beso de buenos días. Youssouf le acaricia el pelo y piensa en lo mucho que le ha crecido. La niña le ha traído un té verde que el anciano bebe a regañadientes, pues para él el té en bolsitas dista mucho en aroma y sabor del original. Fuerza la vista y por fin consigue enrollar la bolsita en la cucharilla y exprimir su esencia.

-Dile a tu madre que no me gusta nada este nuevo invento. No veo nada y se me han pringado todos los dedos-, grita con intención de que todo el mundo le oiga.

Youssouf intuye a su nieta acercándose de nuevo, pues escucha su risita, aunque apenas pueda distinguir su silueta cuando vuelve la vista hacia el interior de la casa, tímidamente iluminada por los primeros rayos de sol.

-Abuelo, esta tarde prepararemos un buen té chadiano, como nunca antes has probado. Aunque tendrás que reconocer que no todos los cambios son malos...-, ríe Carine mientras le acerca sus nuevas gafas.

-Qué razón tienes, a ti las tuyas te quedan de maravilla-, dice sorprendido al ver con claridad lo mayor que le hacen a su nieta los anteojos.

-Y a ti, aunque te sigas resistiendo a llevarlas... ¡Nos vemos a la hora del té abuelo!-. Sí, nos vemos-, susurra mientras apura su bebida y ve partir, como nunca antes la había visto, a su nieta de siete años que ya ha comenzado a darle lecciones.