"La riqueza de un país se mide por la grandeza de sus gentes"

El óptico-optometrista Enrique Ripoll, natural de la localidad sobrarbense de Torla, partirá este domingo en su séptima expedición humanitaria al Chad.

El óptico Enrique Ripoll, natural de la localidad sobrarbense de Torla, con un paciente en el hospital de Dono-Manga (en la República del Chad).
El óptico Enrique Ripoll, natural de la localidad sobrarbense de Torla, con un paciente en el hospital de Dono-Manga (en la República del Chad).

Cada viaje, como cada expedición humanitaria, transmite unas sensaciones y unas vivencias distintas. El óptico oscense Enrique Ripoll se define como una persona a la que le gusta sentir la vida, y allí en África confiesa haber sentido cosas que no ha sido capaz  de sentir aquí: emociones y encuentros "maravillosos" cuando la persona recupera la vista. "Es una sensación que aquí ya es bonita, pero allí es inmensa, por esa miseria que hay", afirma.


Este optometrista, natural de la localidad sobrarbense de Torla (en el Pirineo aragonés), lleva ocho años viajando a ayudar a algunos de los rincones más pobres del mundo. Este domingo, él y otros tres voluntarios de la Fundación Ilumináfrica partirán rumbo al Chad en su séptima expedición humanitaria al continente africano. Una vez allí, se desplazarán hasta el hospital de Dono-Manga, donde estarán 15 días colaborando con la población chadiana para devolver la vista a los más desfavorecidos. "El principal reto de la Fundación cuando se creó era intentar paliar la ceguera evitable, pero formando al mismo tiempo a otra gente que pudiese de alguna forma mejorar la salud ocular de la población", cuenta Ripoll. Ese es, a juicio de este optometrista, uno de los grandes desafíos que enfrentan en la actualidad, pese a todos los esfuerzos realizados hasta la fecha y los logros conseguidos con el trabajo desinteresado de todos sus voluntarios: ópticos, enfermeros y oftalmólogos.


"Ahora el hospital se encuentra en una situación de debilidad económica muy seria. Como fundación vamos a ayudar, a intentar formar a la gente, pero a nivel de sostenibilidad, las ayudas han mermado y hay un déficit muy importante", añade Ripoll.

Duras jornadas humanitarias para devolver la vista a los más desfavorecidos

Su compromiso, no obstante, continúa de año en año. Por eso no se lo piensa dos veces a la hora de hacer las maletas y partir rumbo al Chad. "Allí he visto a niños morir de hambre, sensaciones muy duras para el ser humano, que a su vez te hacen sentir la vida de una forma muy diferente. Ante esas situaciones, cuando ves que haces algo que es realmente útil para ellos y, además, te sientes querido, no puedes pedir nada más", defiende Ripoll. 


El hospital de Dono-Manga se ubica en una especie de "aldea" situada en una zona de población muy dispersa. El centro se hizo con dinero y colaboración aragonesa, pero a día de hoy -cuentan- la realidad económica se impone de tal manera que poco a poco las ayudas iniciales se han ido perdiendo. Desde Ilumináfrica, sin embargo, siguen luchando por hacer frente a esta problemática en un país cuya riqueza "se mide por la grandeza de sus gentes". 


"El Chad es uno de los países más pobres del centro de África. La zona norte es puro desierto, y conforme vas bajando hacia el Sur se aprecia una transición de desierto a selva. Allí abajo, donde estamos nosotros, la pobreza es palpable porque hay una gran corrupción en el país que ha revertido en la población", describe Ripoll.


Cuando empezaron su labor humanitaria en el Chad, había tan solo un oftalmólogo en el país para apróximadamente doce millones de habitantes. "Allí la ceguera es mucho más severa e incapacitante que aquí porque en el Chad la vista es la vida", afirma este óptico oscense. 


Antes de cada expedición, un mensaje difundido a través de la radio local anuncia la llegada de oftalmólogos españoles. Poco a poco, la información se extiende por el país hasta llegar a zonas periféricas. Al final, indican: "acuden a las consultas habitantes del Chad y de países limítrofes como Camerún y Sudán". Son miles de kilómetros para muchos de ellos, pero la experiencia les demuestra que al final son capaces de asumir esos desplazamientos con jornadas de trabajo humanitario "desbordantes". 


"En la anterior expedición, a la semana de hacer el anuncio, ya teníamos el servicio colapsado porque la lista de espera era inmensa. En el hospital hacemos un cribado de aquellos que se deben operar y otros casos que se pueden solventar con gafas. Por la mañana, se pasa consulta; y por la tarde hay veces que cae la noche operando", relata. 


Su recompensa es volver a España con la sonrisa y el recuerdo de aquellos a quienes han devuelto la vista. 


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